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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

martes, 26 de noviembre de 2019

La asombrosa historia del toro ‘Caramelo’ / por A. R. del Moral



La asombrosa historia del toro ‘Caramelo’El trabajo del investigador taurino Luis Rufino Charlo rescata las andanzas de este animal que nació en los campos de Coria del Río y protagonizó una mítica lucha con un león y un tigre antes de ser indultado en la plaza de toros de Madrid.


La asombrosa historia del toro ‘Caramelo’

A. R. del Moral 
El Correo / Sevilla · 25/11/2019
La genealogía humana y taurina del investigador taurino sevillano Luis Rufino Charlo –autor de la más completa inmersión documental en la historia de la ganadería de Miura- se enhebra en apellidos imprescindibles para entender la historia del campo sevillano. Hay un punto de partida: es el ganadero coriano Manuel Suárez Cordero que ya había cobrado fama como criador de bravo en las primeras décadas del siglo XIX. Su hija, Manuela Suárez Jiménez, matrimoniaría con otro ganadero de postín, Anastasio Martín García, abonando las raíces de un árbol frondoso al que se incorporarían otros apellidos señeros como los de Moreno Santamaría o el Carmona, aportado por el célebre diestro decimonónico El Gordito, tatarabuelo de los hermanos Rufino Charlo. El tratadista sevillano ha vuelto a bucear en su valioso archivo para rescatar la llamativa historia de un toro de sus antepasados llamado ‘Caramelo’. El célebre animal protagonizó una insólita lucha con un león en la vieja plaza de Madrid. Después lograría su indulto en la misma plaza –el primero del que se tiene constancia- y acabaría encontrando la muerte a rejonazos en Bilbao.

El astado había nacido en los campos de Coria del Río, en los lucios de aquellas marismas en la que se fragua la bravura moderna a la vez que las antiguas vacadas empiezan a dar paso a las definitivas ganaderías exclusivamente seleccionadas para la lidia. Manuel Suárez Ternero fue el creador de un hierro que hunde su génesis en la arqueología de la cabaña brava sumando las reses de su propiedad a unos becerros de Picavea de Lesaca, puro Vistahermosa, que empleó como sementales. El antepasado de Luis Rufino Charlo tomó antigüedad en la plaza de la Corte en 1840, ocho años antes de que tomara las riendas de la vacada su hijo Manuel Suárez Cordero. Fue a su nombre, precisamente, al que se acabaría anunciando el famoso toro ‘Caramelo’…

Luchas de fieras y toros

En aquel tiempo no eran infrecuentes las luchas de fieras con toros bravos. La primera –recoge Rufino- se saldó con un auténtico fracaso, perdiendo un tigre de Bengala en la pugna con el toro ‘Señorito’, marcado con el hierro de Benjumea. Pero un tal Míster Charles, domador de fieras y promotor del espectáculo, tuvo la idea de traerse de África un inmenso león que se zampaba cada día un carnero entero. El peculiar empresario dispuso la construcción de una gran jaula en medio del ruedo para acoger la singular lucha, la segunda que se celebraba en la vieja plaza de Madrid, junto a la Puerta de Alcalá, en lo que hoy es el barrio de Salamanca.

La función se fijó para el día de la Virgen de 1849. No faltaron las apuestas y hasta cierta polémica por la reventa de las entradas que da idea de la expectación que había levantado el presunto acontecimiento. A las cinco de la tarde de aquel quince de agosto, fiesta de la Paloma, no cabía un alfiler. Además de las localidades de los tendidos se habían dispuesto más de dos mil sillas alrededor de la jaula. “Tampoco faltaron curiosos alrededor de la plaza esperando el resultado del combate”, apunta Rufino.


Y por fin alió a la arena el famoso toro ‘Caramelo’, marcado con el hierro de Manuel Suárez. “Era de hermosa estampa, de muchas libras, colorao y bragao”, señala el investigador. Delante tenía a ‘Julio’ -así se llamaba el león- que saltó a la plaza cautivando con su exótica hermosura a los espectadores. El león saltó sobre el toro que coceó al felino, recogiéndolo sin llegar a herirlo. ‘Julio’ rodó por la arena y, definitivamente asustado, huyó cada vez que el toro se le acercaba. No hubo más… Media hora después y ante el descontento del público se soltó un tigre dentro de la jaula sin que la lucha tampoco pasara a mayores, concluyendo el lance con las dos fieras arrinconadas y acobardadas mientras el toro se hacía dueño de la escena sin despeinarse. El cabreo de la parroquia subió de tono mientras el diestro Ángel López ‘Regatero’ se llevaba el astado a los corrales. La cosa concluyó con un auténtico alboroto cerrado con una sanción económica para los organizadores.

Primer indulto en Madrid

Algunos días después, el 9 de septiembre de aquel 1849, hubo toros en Madrid. El cartel anunciaba dos reses de Aleas, una de Gómez y tres de Suárez, entre las que figuraba el ya célebre ‘Caramelo’. Se había destinado para saltar a la plaza en tercer lugar adornado con una gran moña para distinguirlo de sus compañeros. En el mismo cartel sobresalían los nombres de los espadas Francisco Arjona Guillén –el célebre Curro Cúchares- y su hermano Manuel Arjona Guillén.


‘Caramelo’, finalmente, saltó a la plaza envuelto en un gran clamor. Tomó siete varas de Puerto –que fue volteado al quitarle la moña al toro- y cinco de Trigo, matando tres caballos. Cuando tocaron a matar y después del protocolario y teatral brindis que se estilaba en la época, Cúchares salió a los medios dispuesto a dar muerte al ya célebre animal. No contaba con el griterío y alboroto del público , implorando que se le perdonara la vida. La petición fue atendida por la presidencia antes de que el bicho volviera al corral amparado por tres cabestros.

El dato es relevante, tal y como puntualiza Luis Rufino. “Este es el primer indulto del que tenemos noticia en la plaza de Madrid” advierte el investigador aportando otro dato de enorme relevancia. “El quinto toro de esa corrida, de nombre ‘Naranjero’ y marcado con el hierro de Aleas también lograría el perdón de su vida en circunstancias más extrañas. Pero no fue por su bravura, pues fue un bicho cobarde que huyó de los picadores y de las capas. Sólo fue terrible para los perros”. En aquella época aún se echaban canes de presa a los animales mansos, una costumbre controvertida que acabaría siendo sustituida por las antiguas banderillas de fuego. “Más de veinte le echaron, degollando doce de ellos sin que
ninguno de estos lograra hacerle presa. El presidente mandó sacar la medialuna –se usaba para desjarretar al toro- el pueblo se pronunció totalmente en contra y obtuvo la gracia que se le perdonase la vida”. Era el segundo indulto en Madrid y, curiosamente, en la misma corrida aunque ‘Naranjero’, un animal manso, sería apuntillado aquella misma madrugada.
Pero Rufino sigue desempolvando datos asombrosos. ‘Caramelo’ fue curado por el mismísimo Cúchares de las heridas de la lidia. El diestro, después de quitarse la ropa de torear, volvió a la plaza y le sajó las lesiones que le habían producido los puyazos y las banderillas, cauterizándolas con aceite hirviendo. Más tarde se echó el toro al campo, en el llamado Soto de la Muñoza, para que acabase de curarse. Era la segunda vez que burlaba la muerte…

Caramelo vuelve a la plaza

El domingo 4 de noviembre de 1849 se programó un nuevo festejo de carácter extraordinario. El mayor aliciente del cartel, una vez más, era la reaparición ante el público madrileño del toro ‘Caramelo’. El mal tiempo aplazó el evento para el día 11 de noviembre, anunciando seis toros de la ganadería del Marqués de Casa Gaviria. En el cartel también se destacaba que, una vez restablecido el toro ‘Caramelo’ de sus heridas, “volverá a presentarse en cuarto lugar en la presente, adornado de flores y cintas para que el público que con tanto entusiasmo intercedió por su vida, tenga la satisfacción de verle enteramente bueno por la cura eficaz, que sin pérdida de tiempo se le hizo”. Sólo se trataba de una exhibición del animal que, tal y como fijaba el cartel, fue capeado por Salamanquino y Cayetano Sanz antes de que volviera a los chiqueros.

El destino estaba escrito

Pero ‘Caramelo’ no se iba a librar de morir en una plaza y encontraría su final muy lejos de las riberas de Coria del Río. El célebre animal salió de los prados de la Muñoza de Madrid junto al resto de 40 toros que habían de jugarse en Bilbao en el mes de agosto. Algunos contratiempos habían hecho retrasar el viaje, entre ellos el comportamiento arisco de un cabestro que acometió al vaquero Francisco Oliver, que preciamente tenía que actuar emulando a los antiguos caballeros en plaza frente al toro ‘Caramelo’ que tardó un mes en llegar a tierras vascas peregrinando por las cañadas de la época.

Las corridas bilbaínas –apunta Rufino Charlo- se habían programado para los días 22, 23, 25 y 26 de agosto en la antigua plaza de toros de Abando, inmediata a la ría del Nervión y al puente de Isabel II. Y el día 26 tocaba la lidia ‘Caramelo’ que fiel a su vocación de estrella llegó a escaparse hasta dos veces antes de ser encerrado en los corrales de la plaza. Para ser enchiquerado hubo de ser conducido por el callejón entrebarreras después de rehusar cruzar la plaza por el centro del ruedo.

El festejo volvió a despertar una expectación inusitada, llevando al Bocho a numerosos aficionados franceses y españoles. Y por fin salió ‘Caramelo’ para escribir la última página de su historia. El bicho se emplazó en los medios contemplando al tal Francisco Oliver, ataviado precariamente a la usanza de los antiguos caballeros en plaza y armado del correspondiente rejoncillo. El toro se arrancó y sintió el frío hierro. “Siete veces se presentó el jinete y otras tantas arremetió la fiera, recibiendo otros tantos rejoncillos, todos pésimamente colocados, pero que dejaron al animal hecho una auténtica criba” evoca Rufino. Al séptimo, dobló. Estaba muerto. La cabeza se embalsamó para regalársela al Museo Ciencias Naturales. ‘Caramelo’ había muerto con gloria y mostrando bravura. “En los libros se ha escrito siempre, que le había dado muerte Ángel López ‘Regatero’ pero no es cierto”, apunta Rufino. Ésta es la historia del toro de su antepasado.

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