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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

sábado, 30 de noviembre de 2019

Profanación de Franco: Un sacerdote que dice lo que los obispos callan / por Javier Navascués Pérez



A los obispos les repugna en grado sumo, como una especie de herencia maldita, reconocer a quién debe la Iglesia Católica su existencia actual en España, quienes fueron los que la persiguieron y por qué motivos.

Profanación de Franco: 
Un sacerdote que dice lo que los obispos callan

Javier Navascués Pérez
El Correo / Madrid, 29 Nvbre. 2019
El sacerdote e historiador D. Gabriel Calvo Zarraute pertenece a la diócesis primada de Toledo. Conferenciante y escritor, es profesor del Centro Diocesano de Teología y tiene un blog llamado “Criterio” en InfoVaticana, donde ofrece a los lectores recomendaciones literarias que podrán encontrar, siempre, en la Tienda de InfoVaticana. Es autor del libro Verdades y mitos de la Iglesia Católica.

En esta entrevista nos habla de la gravedad de la profanación de Franco y el silencio cómplice de la jerarquía de la Iglesia.

Hasta qué punto ha sido grave la profanación de los restos de Franco?

A muchos españoles se les escapa el profundo significado de este hecho, es decir el marco ético en el que tiene lugar. Esta profanación presupone y agrava la eliminación de la trágica complejidad y de la lección humana y divina que supuso la Guerra de 1936, desde sus premisas, a la larga paz civil que ha tenido lugar desde la dolorosa contienda y que se debe a la victoria de Francisco Franco. Así lo apunta el cardenal primado Gomá en su carta pastoral Lecciones de la Guerra deberes de la paz en 1939.

La eliminación, no solamente de la historia, sino de su relevancia y sacralidad, es el efecto de la reconstrucción posfranquista de la izquierda a la que el Partido Popular ha colaborado con su seguidismo perruno para que la izquierda no le tildara de fascista. Desde la implantación de la Ley de Memoria Histórica por parte de Zapatero en 2007, España se ha alejado de la conciencia de haber dejado atrás un drama que se había saldado con la reconciliación de los dos bandos durante los tempranos años 40, no en 1978. Precisamente fue la reconciliación de los españoles, obrada en el franquismo y con la indispensable ayuda de la Iglesia, la que hizo posible que en 1978 España realizara una Transición pacífica, «de la ley a la ley». Es decir, desde el franquismo, no contra el franquismo, hacia la democracia. La sociedad española, muy despolitizada entonces y con una salud moral muy alta, ya llevaba décadas reconciliada pues la mayor parte de los odios se habían extinguido. Quienes se reconciliaron en 1978 fueron los políticos.


Además, pretenden la ilegalización de la Fundación Francisco Franco, así como cualquier exaltación del régimen franquista.

Son medidas lógicas pues en la nación ha quedado reforzado el sometimiento al totalitarismo ideológico creciente del PSOE, desde 1982, en todos los órdenes: político, educativo, cultural, etc. El extremismo de salón y la subcultura anticlerical, por cierto, de un nivel intelectual muy bajo, celebran ochenta años después sus procesos políticos y purgas contra aquellos que ganaron la guerra que los socialistas, comunistas, anarquistas y separatistas provocaron debido a la continua violación de la ley republicana. Se ha buscado la desacralización que tiene lugar bajo el impulso de una memoria inventada por historiadores que repiten al pie de la letra la propaganda estalinista. Historiadores devenidos en ideólogos en los que el sectarismo y la apatía intelectual moderna han ofuscado no solamente la idea, sino la misma plausibilidad de la verdad histórica con el estudio científico de los documentos primarios.

En la narrativa acerca de la Guerra Civil ha triunfado el maniqueísmo más infantil. Según dicha caricatura, solo existen unas víctimas que son los «nuestros», mientras que los otros quedan caracterizados como los «malvados fascistas», dado que los «nuestros» en modo alguno pueden ser verdugos, sino justicieros virtuosos en nombre de la «sagrada» democracia. 

Ha de recordarse sin cesar, contra la sustitución de la Historia por la ideología, que no fue la Guerra Civil quien destruyó la democracia, sino que la destrucción de la democracia por las izquierdas produjo la Guerra Civil.


Todo esto con el silencio cobarde y cómplice de la jerarquía.

Los obispos también se han hecho partícipes y por ello colaboradores de esa simplificación absurda. Cada beatificación de los mártires españoles de 1931-1939 y la conmemoración del centenario de la consagración de España al Sagrado Corazón de Jesús en el Cerro de los Ángeles se han realizado de espaldas a la historia y pidiendo perdón por ella. A los obispos les repugna en grado sumo, como una especie de herencia maldita, reconocer a quién debe la Iglesia Católica su existencia actual en España, quienes fueron los que la persiguieron y por qué motivos. Sin embargo, el equilibrismo histórico y la incensación episcopal a la democracia se vienen abajo cuando la clase política, el sistema educativo y los medios de manipulación de masas, sostienen que los mártires solo pretendían defender «sus privilegios de clase», causa por la que fueron ejecutados por los «demócratas luchadores por la libertad». Porque -afirman de forma grandilocuente y dogmática-, «la Guerra Civil fue una lucha entre el fascismo y la democracia».

¿Pueden los socialistas y comunistas admiradores de los genocidas Lenin y Stalin, los terroristas anarquistas y los separatistas racistas del PNV y la Esquerra conformar el bando democrático de la contienda?

¿Hasta que punto ha sido asumida la manipulación de la historia de la Segunda República y la Guerra Civil para adoptar estos parámetros histórico-políticos? Los mártires hubieran sido innumerables y la Iglesia española habría sido aniquilada, como lo fue en la zona dominada por el Frente Popular y posteriormente en los regímenes socialistas soviéticos, si Franco, una parte del ejército y, al menos la mitad de población no hubieran vencido. Porque -según la versión progre-, Franco habría ganado la guerra contando con todo el ejército en bloque de su parte contra toda la desarmada población civil en bloque.

Ahora bien, la legitimidad del Alzamiento Nacional del 18 de julio de 1936 está fuera de duda desde todo punto de vista:

Histórico: por la revolución de Asturias, concebida como una guerra civil, el 5 de octubre de 1934 y organizada por los socialistas con motivo de la victoria electoral de la derecha. La izquierda no aceptó el veredicto de las urnas, es decir el partido elegido democráticamente por el pueblo que era la CEDA.

Jurídico: pues en las elecciones del 16 de febrero de 1936 fueron ganadas limpiamente por la derecha, sin embargo, la izquierda agrupada en el Frente Popular cometió fraude electoral al manipular los resultados que nunca publicó.
Moral: según la doctrina acerca de la guerra justa que siempre enseñó la Tradición católica, así recordaron los obispos que vivieron la Guerra Civil y que junto al pueblo declararon como una auténtica Cruzada y que se recoge en el Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2309 y en el Compendio del Catecismo, n. 483.

El pasado es complejo, pero resulta inaceptable a fin de disciplinar la conciencia pública desde un punto de vista progresista en el que convergen todos los partidos políticos del arco parlamentario excepto VOX con su denuncia de la injusta Ley de Memoria Histórica.

¿Qué consecuencias tendrá a corto o medio plazo? 

Religiosas: la expulsión de la comunidad benedictina y la desacralización del lugar con fines propagandísticos izquierdistas, transformándolo en una especie de Auschwitz «bis» con la intención de equiparar el nacional-socialismo y el franquismo, la persecución de los judíos y represión nacional.
Políticas: en nombre del Derecho, ahora los obispos recurren a su tan loada y taumatúrgica Constitución para defender la enseñanza concertada ante la ofensiva de la izquierda que no se ha conformado con el asalto al Valle de los Caídos. Pero ¿dónde quedó el derecho de enterrar a los muertos? La escasa credibilidad del episcopado, asociado hoy a todas las batallas culturales de la izquierda: ecología, feminismo, inmigración, etc., ha terminado por volatilizarse, porque donde no hay Teología se suple con ideología.
Económicas: por el momento, se ha comprado (nunca mejor dicho) una prórroga para que el episcopado siga recibiendo la asignación de la «X» de la Declaración de la Renta y no se cobre el impuesto del IBI a los edificios de la Iglesia.

La cruz del Valle de los Caídos, como símbolo religioso unificador del complejo monumental dedicado a la reconciliación bajo el signo redentor de Jesucristo terminará siendo eliminada. Se trata de un monumento explícitamente católico, un conjunto artístico religioso de basílica y monasterio por lo que le resulta insoportable a la izquierda mesiánica. Y es que no puede ser de otro modo, puesto que el perdón sólo se encuentra bajo la cruz (la más grande de la Cristiandad), y la imagen de la Virgen de la Piedad sobre el portal de la basílica. Se trata del perdón al que empuja a los hombres Cristo crucificado ya que, por sí mismos, los hombres no son nada propensos al perdón. Pero la izquierda, siempre guerracivilista, reniega de ello, aunque los muertos no puedan separarse de los edificios ni éstos de sus muertos.

De este modo, la posmodernidad sumida en una decadencia sin freno en todos los órdenes busca ser dignificada y legitimada alterando un complejo religioso de tal fuerza y sobriedad. La pacificación de España que hiciera Franco después de las epilepsias republicanas ha sido falseada sistemáticamente, en nombre de una nueva pacificación que en realidad no es más que la venganza y el resentimiento de los que con esta excusa quieren reescribir la Historia, no solamente de la Segunda República y la Guerra Civil, sino también del actual periodo democrático.

¿Espera una reacción del pueblo español ante la dictadura de la izquierda?

En España se encuentra una masa de población anestesiada por la demagogia, refractaria a los argumentos racionales, como acaba de comprobarse con la sentencia de los ERE socialistas, guiada por estereotipos muy simples y sectarios. Se trata de un enorme porcentaje de personas, muchas jóvenes, que se muestran extremadamente dóciles a quien manipule mejor sus apetencias: los medios de adoctrinamiento de masas, la exaltación de la sexualidad sin moral, el divorcio, los anticonceptivos (aborto incluido), la ideología de género, la desestructuración de la familia y dentro de poco la eutanasia. El aumento del alcoholismo juvenil junto con la realidad del fracaso escolar ocultado, la manipulación de la Historia de España con fines políticos, la indiferencia hacia todo lo que se relacione con su país como por ejemplo su cultura, tradiciones y libertades.

Esta España no existía al comienzo de la Transición y por ello ésta fue posible, pero ha ido tomando cuerpo gracias a la demagogia de la izquierda y los separatistas junto con la dejación de la misión espiritual del episcopado, el clero y los religiosos. Además del desarme ideológico de la derecha desde el inicio que a fuerza de eludir la batalla de las ideas ha terminado por no tener ninguna. En ocasiones las sociedades no sólo parecen inanes, incapaces de suscitar líderes y movimientos a la altura de los retos, sino que ni siquiera perciben el reto.

Después del bochornoso silencio episcopal ante la profanación de la basílica pontificia de la Santa Cruz del Valle de los Caídos y de la tumba de Francisco Franco ha quedado meridianamente claro que no puede esperarse absolutamente nada de los obispos en orden a la salvaguarda de la fe católica en nuestra patria. Nadie hizo más por la Iglesia española desde Carlos V y Felipe II y ni tan siquiera los labios de uno sólo de ellos se abrieron para defender, en estricta justicia, los restos del gobernante católico que salvara a los fieles de la mayor persecución (verdadero genocidio) de su bimilenaria historia y entregara a la Iglesia la educación de España durante cuarenta años de cara a su recatolización junto a todos los recursos económicos que necesitaba.

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