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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

jueves, 10 de junio de 2021

¡Traidores! / por Eugenio Fernández Barallobre

Este individuo sin escrúpulos de tipo alguno, alentado por esa colección de cipayos y cipayas que le bailan el agua cada día, con la aquiescencia interesada de esa prensa, radio y televisión canallesca y rastrera, tras haber ingresado cuantiosos dineros pagados por todos, y apoyado por esa masa aborregada de traidores palmeros, va a hipotecar a nuestra Patria para siempre, sin importarle lo más mínimo las graves consecuencias que de tal decisión puedan derivarse.
¡Traidores!
Eugenio Fernández Barallobre

El Correo de España / 10 Junio 2021
El peor pecado, la peor ofensa y el peor desprecio que se le puede dirigir a alguien es tildarlo de traidor, de felón. Pasar a la historia con ese calificativo, un estigma que heredarán todos sus descendientes, tiene que constituir una carga muy difícil de soportar, especialmente para las generaciones venideras que continuarán marcadas por la felonía cometida por su antepasado.

Eso será lo que le suceda a este felón mitómano de pantalón de pitillo y aspecto de chulo de barrio bajo que, por mantenerse en el machito, por seguir detentando el poder, va a vender a España al peor de los postores: sus enemigos viscerales.

Este individuo sin escrúpulos de tipo alguno, alentado por esa colección de cipayos y cipayas que le bailan el agua cada día, con la aquiescencia interesada de esa prensa, radio y televisión canallesca y rastrera, tras haber ingresado cuantiosos dineros pagados por todos, y apoyado por esa masa aborregada de traidores palmeros, va a hipotecar a nuestra Patria para siempre, sin importarle lo más mínimo las graves consecuencias que de tal decisión puedan derivarse.

Para este tipo, de aspecto y andares chulescos y una prepotencia rayana en el delirio, inmoral, sin palabra, ruin y miserable, solo le importa mantenerse en la poltrona, al precio que sea, aunque para ello se tenga que llevar por delante a cualquiera, incluida, claro está, a España, a su sagrada historia y a todo lo que representa.

Mientras tanto, un pueblo acobardado, aterrado desde hace más de un año, sigue callado, sin elevar la voz salvo honrosas excepciones, sin clamar exigiendo que tipos como este sean puestos a disposición de la autoridad judicial, acusado de un delito de lesa Patria y depuesto inmediatamente de cualquier responsabilidad.

Asistimos, impasibles, a la lenta agonía de España. Poco a poco, día a día, la Patria se muere sin remedio. 

A los enemigos internos -socialistas, comunistas, perroflautas, ecologistas, animalistas, separatistas, golpistas, filoterroristas, feminazis y demás ralea- que son los que mantienen esta pantomima que nos lleva a la ruina, hay que sumar los enemigos externos que siguen alerta y que, el día menos pensado, nos darán un serio disgusto y luego, una vez los hechos se hayan consumado, nos echaremos las manos a la cabeza.

Un pueblo como el nuestro, tan rico en calidades entrañables, que diría José Antonio; un pueblo valeroso y guerrero que ha sido capaz, a lo largo de la Historia, de ponerse el mundo por montera; un pueblo que ha sabido llevar la civilización a todos los rincones del mundo, creando universidades, compartiendo idioma, religión y raza; un pueblo que, con ímpetu y paciencia, gallardía y silencio, ha sabido dar la cara, en cada ocasión, sirviendo de ejemplo a todos los que nos rodean, se debate entre la vida y la muerte por haber permitido que una manada de mediocres indocumentados detenten el poder, aupados por todos esos miserables rufianes que odian visceralmente a España y cuyo único objetivo es su fragmentación y total destrucción.

Este relativismo perverso con el que estos miserables están tratando los graves asuntos que están matando la esencia de España -su economía destruida, su unidad en peligro, el paro que nos asola, la invasión de inmigrantes descontrolada, la ruina total…-, ponen en grave trance la continuidad de nuestra Nación, urge, por tanto, frenar esta debacle antes de que sea demasiado tarde.

Lo hemos dicho muchas veces, el partido socialista, traidor y antiespañol en su esencia, ha sido el peor enemigo que ha tenido España desde que entró en la escena política nacional. 

A la tradicional corruptela de esos de los supuestos “100 años de honradez” -Filesa, Malesa, los eres andaluces, etc., etc. etc.-, hay que añadir, desde la llegada del impresentable Zapatero, ese afán insano de destruir la Patria, llevándose por delante todos sus valores y tradiciones.

Alianzas de civilizaciones”, “agendas 2030 y 2050”, “nuevas normalidades”, “transición ecológica”, “política feminista” -como si los hombres no pagásemos impuestos y no fuésemos sujetos de derechos- etc., son la mejor prueba de su sumisión vasallesca al globalismo internacional, que tiene por objetivo eliminar nuestras señas identitarias nacionales y culturales, al que están sometidos los mezquinos sociatas y toda su pléyade de palmeros. Una política global que convierte al individuo en una marioneta de trapo movida por oscuros hilos, manejados por un poder internacional que nadie ha elegido.

Resulta indigno y hasta grotesco, ver como las bancadas de sociatas y podemitas, fieles lacayos sin personalidad ni criterio alguno, se ponen en pie para ovacionar emocionados y jalear a sus amos cada vez que se aprueba una ley ideológica que, en lugar de pretender la mejora de la vida de los españoles, buscan, exclusivamente, perpetuarse en el poder para seguir llevándoselo crudo para casa, mientras la ruina más absoluta se apodera de España.

Pero no culpemos solo a la cabeza, todos o, al menos, la mayor parte de los que militan en ese partido traidor son iguales. Así, por ejemplo, el otro día, en el Ayuntamiento de La Coruña, se votó, a propuesta del Partido Popular, una moción para solicitar que no se concediesen los indultos a los delincuentes golpistas catalanes; pues bien, los sociatas en masa, junto a bloqueros y a los de la marea, votaron a favor de que se concedan y eso que, entre los socialistas, había alguno que, antes de conseguir el acta de Concejal, juraban y perjuraban que posturas como esta, y muchas cosas más de las que un día hablaremos, no tendrían cabida en La Coruña. Se ve que las 30 monedas, finalmente, surten su efecto.

Aquí, ya no valen medias tintas, ni tampoco ponerse de perfil mientras España se desangra; es preciso ser beligerante contra todo aquel que traiciona a la patria, contra los herederos de aquellos afrancesados de principios del siglo XIX que se postraban, sumisos y felones, a los pies del todopoderoso Napoleón y que hoy lo hacen a los del globalismo internacional y a los de los golpistas catalanes. La duda ya no tiene cabida.

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