'..Tras el fiasco ganadero de los días precedentes, la corrida de hoy ha sido una especie de oasis. ¡Mira tú que tener que venir Victoriano del Río a salvar el honor de la ganadería! Se dice pronto, pero a cada cual hay que darle lo suyo..'
JOSÉ RAMÓN MÁRQUEZ
Había algunos que ya estaban echando a Victoriano del Río a la cuneta, que a la mínima que se falle siempre surge alguna voz pidiendo el retiro, y para desmentir a esos enterradores ahí está la corrida de hoy, seria, bien presentada, variada en comportamientos y con trapío. Decía Paco Parejo, mayoral de Las Ventas, cuñado de Antoñete, y a su vez hijo del antiguo mayoral de la Plaza de la Carretera de Aragón, que sólo había cuatro tipos de toros: los malos, los regulares, los buenos y los superiores. Hoy los de Victoriano del Río se han movido entre los buenos y los superiores, de manera especial el sexto de la tarde, Alabardero, número 85, que ha sido una perfecta máquina de embestir sin dar un solo sobresalto. Corrida muy variada en la que, por poner un pero, éste se le adjudicaríamos al primero de la tarde, Encaminado, número 63, al que seguramente echaron por delante porque el primero siempre pilla a las gentes menos avizor. En cualquier caso nadie crea que el toro era una birria, ni mucho menos, sólo que bajaba su presencia un poco en relación a los que vendrían después. Y, hecha esa salvedad, anotemos que el toro presentó sus credenciales de casta y también de acometividad, que cumplió en varas y que a su muerte fue despedido con aplausos, mientras las mulas tiraban de sus despojos.
Tras el fiasco ganadero de los días precedentes, la corrida de hoy ha sido una especie de oasis. ¡Mira tú que tener que venir Victoriano del Río a salvar el honor de la ganadería! Se dice pronto, pero a cada cual hay que darle lo suyo. Los toros más blandengues del encierro han sido el cuarto, Bocinero, número 138, y especialmente el quinto, Amante, número 147. En varas destacó el segundo, Impuesto, número 61, que parecía no querer arrimarse al Equinoceratops Equigarce sobre el que iba montado Manuel Quinta, pero que luego se arrancó y peleó con valentía.
El cartel de esta tarde era de «chu-chu», como decía Juanito, con la presencia de Emilio de Justo, Andrés Roca Rey y Tomás Rufo. Estos dos últimos se presentaban estrenando sus nuevos apoderamientos: Roca dejó a Roberto Domínguez y lo cambió por su hermano, y Tomás Rufo dejó a los Lozano y los cambió por el hermano de un crítico taurino. Emilio de Justo ahí sigue con Alberto García, que es el CEO de Tauroemoción. Las gentes respondieron a las expectativas creadas por esa combinación de toros y de toreros y hoy, de nuevo, se volvió a colgar el letrero de «No hay billetes». Para que no faltase la guinda de mal gusto, en la explanada de Las Ventas se habían concentrado unas quince personas y un niño con la monserga de la abolición de la tauromaquia, proclamada de manera harto estridente mediante unos altavoces. Cae en la responsabilidad de ese mentecato llamado Francisco, Fran, Martín Aguirre que detenta el cargo de Delegado del Gobierno en la Comunidad de Madrid el autorizar esas deleznables agresiones verbales frente a Las Ventas, que estorban innecesariamente a pacíficos ciudadanos que acuden a disfrutar de su espectáculo favorito, un espectáculo perfectamente legal.
Emilio de Justo goza en Madrid de una amplia bula, sea por lo que sea. Es torero que está a gusto en Las Ventas, como en el patio de su casa, siempre arropado por el cariño del público, que desea verle triunfar. ¿Cuál es la razón de ese cariño? La respuesta más inmediata que se nos ocurre es el cariño que profesan por él los miles y miles de extremeños que habitan en Madrid y que han encontrado en De Justo un referente que, de alguna manera, les pone en conexión con su tierra. También puede ser que se aprecien en él esas gotas de personalidad propia que le alejan del tsunami de vulgaridad que se nos aparece día tras día, de tantos toreros que son todos iguales. El hecho es que la indulgencia que la Plaza de Las Ventas suele manifestar para con Emilio de Justo choca con la premeditada animadversión con la que se espera a otros. ¿Y qué dio Emilio de Justo a los que le esperaban con fervor? Pues muy poquito, verdaderamente. En su primero, Emilio de Justo, de nazareno y oro, anduvo como acelerado, mandaba menos que yo en mi casa y en cuanto al temple, anduvo más bien escaso, lo que propició innumerables enganchones. Dio la impresión de que el toro estuvo bastante por encima de él, que no halló las teclas que debía tocar para hacerse con la nobleza del toro en beneficio propio. Larga faena en la que el animal se va aburriendo y creo que el toro ya se hartó del todo cuando vio que Emilio tiraba lejos de sí el espadín simulado, que nadie sabe por qué razón hay que tirar las herramientas de trabajo al suelo. Cuatro pinchazos y un descabello fue su balance con el estoque, no me extraña que lo tirase. Un aviso. Lo mejor, la brega de Morenito de Arlés.
Su segundo toro es un toro serio de presencia que medio cumple en varas y que no facilita las cosas a los peones. En el último tercio el bicho muestra una embestida más clara, más humillada ante la que Emilio de Justo va componiendo una obra más inspirada en la ventaja y en la descolocación que en la verdad, en el toreo lineal más que en la hondura. Con la conformidad de la Plaza, Emilio va hilvanando una faenita destartalada y de muy poco cuajo en la que no puede faltar de nuevo el numerito de tirar el espadín de mentira, pero que, de pronto, cobra un vuelo excelso en el cierre de la misma, pura torería, llevando al toro hacia el tercio con un ayudado por bajo, dos cambios de mano y un soberbio pase de pecho y, después, una estocada de óptima ejecución. Flaca cosecha para un toro que clamaba por una faena compacta y organizada. El cariño de las gentes recompensó al torero con una oreja de muy poco peso. Al menos volvió a matar como antes de la cogida.
Roca Rey, El Cóndor, se vino vestido de pistacho, bien feamente. La cosa de más enjundia que nos dejó en toda la tarde fue el quite por chicuelinas que le hizo al toro de Emilio de Justo. Su segundo cumplió resueltamente con el Equinoceratops de Manuel Quinta en los mini-puyazos y no dijo nada en banderillas, pero llegó a la muleta sacando su casta en unas embestidas vigorosas ante las que Roca decide que «el Cóndor pasa» y se dedica al pajareo, sin meterse en la harina que el toro pedía. Madrid le observa expectante y a cambio de su nada recibe silencio en la sombra, en el sol y en el sol y sombra. Estocada sin gloria. Su segundo fue protestado no sé si por debilidad o cojera o lo que fuese. Roca intenta poner en marcha su faena ante ese pobre escombro y las gentes se burlan del simulacro. Tampoco es que Roca se preocupe por lo que pasa, total a él Madrid ni le da ni le quita nada, y ahí se estuvo un rato con el toro sin que saliese nada digno de ser reseñado. Cuando quiso se fue a por el estoque y luego, tras los pinchazos, vino la estocada, el aviso y el descabello.
Tomás Rufo, de verde y oro, se enfrentó primero a Bisonte, número 52, que no brilló en varas pero que recibió un sensacional par de banderillas de Fernando Sánchez, que aguantó al animal, lanzado a toda carrera, para reunir un excelente par en el que todas las ventajas eran del toro. Luego vino un trasteo de muy poca monta que empezó con el torero de rodillas, él sabrá por qué, y luego una almoneda de pases, ninguno bueno, ninguno adecuado, pura ventaja, pico, falta de colocación. Ningún interés. Cuatro pinchazos y descabello.
En sexto lugar salió un regalo para la muleta que tenía reservado Victoriano del Río. Una perfecta máquina de embestir, de humillar de no molestar, de seguir la muleta es lo que era Alabardero y ante esa claridad de toro de triunfo grande, de toro para encumbrar a un torero ahí sacó Rufo su tauromaquia de la hora presente, de hacer al toro corretear sin motivo y sin finalidad, ensamblando unos pases con otros para éxtasis de muchos y sin un ápice de alma, del alma que nace del toreo que se practica hacia adelante, del toreo basado en cargar la suerte y no en ceder la posición, del toreo en el que la distancia y la colocación lo son todo. El toro se ligaba él solito los muletazos y Rufo acompañaba ese vendaval de embestidas, delatando a las claras la clase de torero que es Tomás Rufo. Las gentes vitoreaban al torero y algo excelente verían en su labor, pero lo que otros veíamos era cómo un toro que estaba deseando poner en circulación a un torero era desaprovechado con una faenita de muchos pases y muy poco toreo, acaso algún natural, que es muy poca cosecha para las condiciones que mostró el toro en la muleta. El chico tenía las dos orejas en el bolsillo, porque la mayoría de la Plaza le empujaba hacia la Puerta Grande, pero falló por tres veces pinchando con el acero antes de cobrar una estocada que dio fin sin gloria a la vida de este Alabardero que lo puso todo de su parte para favorecer el triunfo de su matador.
El par de Fernando Sánchez con Alabardero
El ganadero
ANDREW MOORE
FIN
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