'..Desde sus primeros correteos por la arena de miga de Las Ventas ya se vio la condición franca y potente de Brigadier, refrendada en su primera entrada al caballo de picar a cuyos mandos estaba Borja Lorente, por la manera clara en la que se emplea, metiendo la cabeza abajo, empujando con energía y no dando facilidades al pica, que andaba un poco despistado..'
San Isidro. Pedraza de Yeltes presenta a "Brigadier"
para toro de la Feria. Márquez & Moore
JOSÉ RAMÓN MÁRQUEZ
Después de casi tres horas de intemperie, tras la lluvia helada, los truenos, los nubarrones negros, el frío y la desbandada de buena parte del público, ahí estábamos en pie, aplaudiendo, mientras los benhures de la mula arrastraban a Brigadier, número 2, colorado, en su vuelta al ruedo. Ahí, aplaudiendo a ese toro durante el tiempo que duró la vuelta, reconocíamos las virtudes de toro bravo, de toro de lidia, que Brigadier había demostrado durante el tiempo que duró su vida pública.
La tablilla anunciaba que Brigadier pesaba 667 kilos, y vive Dios que, cuando salió a la Plaza, todos esos kilos estaban en la anatomía del animal, uno a uno, y eso nos llevó a recordar los 640 kilos que le asignaron, en la primera corrida de la Feria, al toro Ebanista, número 189, de Victoriano del Río, lidiado en quinto lugar por Juan Ortega. Por más vueltas que le dábamos al asunto ahí no había forma de comprender cómo aquel renacuajo de Victoriano se podía llevar tan sólo 27 kilos de diferencia con esta mole, seria, cuajada y musculada de Pedraza de Yeltes que teníamos ante nuestros ojos.
Desde sus primeros correteos por la arena de miga de Las Ventas ya se vio la condición franca y potente de Brigadier, refrendada en su primera entrada al caballo de picar a cuyos mandos estaba Borja Lorente, por la manera clara en la que se emplea, metiendo la cabeza abajo, empujando con energía y no dando facilidades al pica, que andaba un poco despistado. Puesto por segunda vez al caballo, a mayor distancia que la vez anterior, se arranca con alegría y entra a la jurisdicción del varilarguero, humillando y empujando. Aún a mayor distancia se le vuelve a poner, y por tercera vez el toro acude alegre y poderoso al cite empleándose con brío. La labor de Borja Lorente fue aplaudida por las gentes, aunque el desempeño de su misión distó mucho de ser acorde a las normas del arte, por la manera de mover el caballo para ofrecer su grupa a la embestida que se presuponía tremenda, y eso lo hizo en la segunda y la tercera vara, porque lo que tenía que hacer su brazo se lo confió a la anatomía del penco. Se va percibiendo poco a poco que para ver ejecutar la suerte de varas de manera ortodoxa no nos queda más remedio que ir a la Feria del Aficionado del Club 3 Puyazos. Resaltemos, además, la generosidad del matador, Isaac Fonseca, en exhibir al toro y lucirlo.
El segundo tercio ha sido un lujo gracias a Raúl Ruiz, de coral y azabache, que es quien se ocupó de la brega, y de Juan Carlos Rey y «Tito», de corinto y azabache y de azul marino y plata respectivamente, que se lucieron con maestría en el desempeño de sus respectivos cometidos. Y si la brega fue óptima y la manera de llevarse al toro a una mano al burladero del 10 fue tan suave como eficaz, las pasadas de los banderilleros y la forma de cumplir su misión estuvo plena de valor y torería. Palmas sinceras para los tres auxiliadores.
Y luego el último tercio, donde Brigadier exhibe sus modos respecto de la muleta: su clara embestida, su celo y su bravura. Fonseca lo cita de rodillas y le pega cuatro o cinco y después, ya de pie, el torero se da unos paseos de tipo introspectivo en los que probablemente trata de desentrañar la manera de torear ese aluvión de noble bravura antes de atizar unas series de derechazos, tomando al toro siempre por afuera y sin darle el empaque que el animal merecía. El animal humilla y sigue la muleta una y otra vez y, a cambio de su franqueza, recibe pases y más pases y apenas nada de toreo. Con la admiración del público hacia el toro creciendo por momentos, llega la fase en que Fonseca comienza a pegar gritos, uno tras otro, en una especie de incomprensible berrea de muy mal gusto. Tras culminar su «obra» se prepara para la estocada, saliendo trompicado del encuentro; cae al suelo en la cara del toro y este no hace ni intención de atacarle. Hasta en eso es bueno. Aquello ha sido muy largo, pero se ha hecho corto viendo la clase superior de Brigadier. Cuando quiere volver a intentar la estocada, el animal está en tablas y allí es donde Fonseca le mete la estocada baja que acabará con él y que le abre el camino hacia el Olimpo de los buenos toros que hemos visto.
Merecida vuelta al ruedo para un toro que lo ha hecho todo bien desde el momento en que salió por la puerta de los chiqueros y que deja ya cerrado el asunto del mejor toro de la Feria, porque no es previsible que salga uno superior a este en el conjunto de los tres tercios en lo que nos resta.
Esto que hemos reseñado ocurrió en el último toro de la tarde. Lo otro bueno ocurrió en el primero, antes de la lluvia y de los truenos, y eso fue la faena de Román a Bello, número 61, otro colorado alto y largo, un pedazo de animal de 630 kilos, es decir diez menos que la sardina de Victoriano del Río. El toro no se había significado por nada especial en su pobre y mansota pelea en varas, de donde acaba huyendo, ni en banderillas donde lo único que hace es poner dificultades. Román va decidido a exprimir al toro y en su primer vis-a-vis el toro le quita limpiamente la muleta. Se pasa Román la muleta a la zurda óptimamente colocado, porque si no el toro no se arranca, y por dos veces el animal trata de huir a la salida del muletazo, desengañado. Se pasa el trapo a la derecha y con esa mano le saca dos series mandonas y técnicas, más larga la primera y más corta la segunda, en las que el toro humilla y sigue la muleta, sin que el matador la aparte de la cara del toro, siempre bien colocado y toreando con gran verdad. La faena, corta e intensa, en la que resalta la gran sinceridad del toreo de Román, merecía que este hubiera llevado el estoque de verdad para haberla culminado sin solución de continuidad, sin paseos, ni idas y venidas. Se embarró con el acero, pinchazo-estocada-descabello, y perdió el triunfo que tenía en la mano. Da una merecida vuelta al ruedo. En su segundo pareció otra persona, como si tras el ejercicio de sinceridad y de buenos modos se hubiera transmutado en un Mr. Hyde Román, que no dejó nada que reseñar en este toro salvo el jarro de agua fría que supuso su segunda actuación.
Y Colombo, que es el tercero en discordia de esta tarde, a quien además le tocó el aguacero, estuvo muy en Colombo: apresurado y atlético con las banderillas, superficial y abusando de ventajas en la muleta y un cañón matando. Poco más hay que decir.
La corrida de Pedraza de Yeltes grande, seria, dura de pezuña y de óptima presentación mostró muchos registros del toro de lidia, desde la mansedumbre a la nobleza, pasando por la exigencia y la casta. Es la mejor de este hierro en Las Ventas en años y, además, con el regalo de ese inolvidable Brigadier, de tan alta nota.
ANDREW MOORE
FIN
No hay comentarios:
Publicar un comentario