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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

lunes, 21 de octubre de 2013

Héroes y villanos / Por Pedro Javier Cáceres


"...Se quitaron la máscara de villanos para levantar armas contra España. Los toros fueron el primer objetivo en su guerra contra el Estado que les ampara. Así son los malvados, piden libertad con una mano mientras la otra prohíbe y dicta sentencia. Y ejecuta..."

Héroes y villanos 

Por Pedro Javier Cáceres
Más allá de las hazañas y virtudes que puede y debe presentar un héroe, éste no deja de ser un protagonista, un personaje principal dentro de una historia en la que se representa una acción de la cual es artífice indiscutible. Sus partidarios lo glorifican, alimentan y engrandecen su figura porque lo ven como un ejemplo a seguir, un hombre que los protege. Y como tal, debe tener un villano que ensalce aún más su trayectoria. No existe hombre grande sin que a su lado abunden mediocres, indignos, que para combatir la aureola de nuestro protagonista no utilice mecanismos ruines que solo consiguen evidenciar su falta de talento y transparencia. Y pese a todo, ahí siguen los villanos. Sostenidos por un rebaño dócil y maleable que aun sin oler el pan que les es robado aplauden por el circo envuelto en senyeras una serie de mentiras que los convierten en cómplices del antagonista de la historia, de diada en diada, cuando el enemigo lo tienen dentro.

Y en esta representación el atrezzo es una plaza de toros o cualquier relación con la Fiesta. La negativa a permitir la entrada a niños fue el primer destello de una luz que iluminó —tarde, mal y nunca— a los taurinos cuando comenzaron a organizarse para combatir la prohibición en Cataluña. Los políticos nacionalistas, en complicidad con los ambiguos que en toda historia cobran protagonismo al jugar su papel de correveidile, no se conformaron con cerrar la Monumental de Barcelona. Su plan iba más allá. Un plan lleno de sinsentidos como mostraba su discurso animalista. Guion desnudo de argumentos tras proteger en toda la Comunidad los corre bous. Se quitaron la máscara de villanos para levantar armas contra España. Los toros fueron el primer objetivo en su guerra contra el Estado que les ampara. Así son los malvados, piden libertad con una mano mientras la otra prohíbe y dicta sentencia. Y ejecuta.

Tras el golpe a la tauromaquia continuaron los despropósitos y absurdeces que responden a una propaganda interior para el manso rebaño. Salió perjudicado el director de cine Pierre Morel que rodaba en Barcelona varias escenas para su película The gunman protagonizada por Sean Penn y Javier Bardem. Un filme que cuenta la historia de un hombre, postulado a héroe naturalmente, que tras romper con su pasado tiene que volver a coger los trastos por amor para salvar su vida —y la de su compañera— de sus antiguos compañeros como espía internacional. En la película se precisaban toros y Barcelona, su Ayuntamiento y sus bellacos, dijeron no temiendo un contraespionaje en su oligofrénica lucha contra la libertad de expresión.

La cultura en Cataluña, maniatada y cohibida de no seguir las directrices que nunca marcó Pompeu Fabra, aún tenía que sufrir otro golpe. El héroe en este caso era un torero. Saltaron las alarmas en la ciudad condal al conocerse las fotografías seleccionadas en el concurso internacional World Press Photo que acogerá el Centre de Cultura Contemporània de Barcelona y que para su publicidad se cuelgan las ganadoras de la edición anterior por las banderolas de la ciudad. Juan José Padilla se estaba recuperando de una nueva operación en busca de mejorar su audición cuando Xavier Trías y sus piratas dijeron no, otra vez, a la fotografía realizada por el navarro Daniel Ochoa, segundo premio de World Press Photo.

La obra muestra a un héroe, que no quería serlo —sólo el pueblo te hace digno—, en los instantes previos al paseíllo en la plaza de toros de Olivenza donde Padilla, de verde esperanza y oro, volvía a los ruedos tras burlar a la muerte, física y taurina, meses antes en Zaragoza cuando un toro le desfiguró la cara, le robó un ojo, le dejó sin sensibilidad en parte de la cara y afectó a la audición. En la foto lucía su parche de corsario, otrora combatientes de los malvados piratas que surcaban las aguas para interrumpir la tranquilidad de un país asediado por sus enemigos (a menudo merodeaban por la costa a pedir unos y a robar otros). Padilla se convirtió en líder aquella tarde, en estandarte de la superación y del amor a una profesión y a la vida. Con castañeta o sin ella. El Ciclón de Jerez era algo más que un hombre vestido de luces en ese paseíllo. Era la confirmación de que existen valores, ahora achantados por la corrupción, malversaciones, falsedad y palabras vacías y dañinas. Daniel Ochoa supo transmitir todo eso en su fotografía que se alzó con el segundo premio de entre miles de instantáneas porque así supieron apreciarlo.

Sin embargo, los hay que en su obra de teatro siguen interpretando su papel de falacias y mentiras en su lucha de villanos sin apreciar lo que Padilla mostraba en esa foto. No entienden ni de arte ni de cultura pero contra la verdad, se rebelan con mentiras.

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