Al público albaceteño le gusta el toro bravo y no suele tragar demasiado con sucedáneos. La prueba de ello es que las ganaderías triunfadoras de su feria de este año, que ya está en su última fase, han sido las de La Quinta, Torrestrella y Santiago Domecq.
- Y Dios me libre de ver morir a un torero, ni siquiera de viejo. Pero si al toreo se le quita la emoción del peligro latente, que reside en la bravura, la casta y la acometividad de los toros, esto se queda reducido a una especie de representación teatral.
Albacete, reducto del toro bravo
Paco Mora
En la sexta de la Feria de Albacete se vio con dos toros de Santiago Domecq al mejor Perera. Sus dos faenas de muleta, una brillante, profunda y enclasada, premiada con dos orejas, y otra importante por las dificultades del toro, fueron de lo más serio en lo que va de feria. Ferrera ha vuelto a dar su auténtica dimensión repleta de conocimientos, clasicismo y torería. Una lección que ha pagado con su sangre. La difícil naturalidad, el empaque sin impostación, y el conocimiento de distancias y terrenos, todo adobado con una gracia torera de esa que no se compra en El Corte Inglés, marcó la Feria del Centenario de la Plaza de Toros de Albacete a la que algunos se empeñan en rebautizar como “La Chata”. Que Dios les perdone su travesura. ¡Anda que no es graciosa y esbelta la plaza de la Calle de la Feria!, cuya arquitectura es de las más proporcionadas y bellas de España. ¡Chata de qué!, que diría el castizo.
Pero a lo que íbamos. También el joven Ginés Marín ha dado con los de Santi Domecq, no precisamente con los más claros, la dimensión de torero en camino de escalar en el pelotón de cabeza las cotas más altas del toreo. Tiene prestancia, claridad de ideas y torería para aspirar a lo más alto, y con una oreja en cada uno de sus toros ha salido de la plaza aupado en hombros en compañía de Perera.
Como la gran corrida de Torrestrella el pasado martes, la de Santiago Domecq ayer ha demostrado que hay mucha vida al margen de los “garcigrandes”, los “zalduendos” y demás animalitos de pitiminí del campo semibravo español. Lo que ocurre es que para poder con hierros como los dos citados por su nombre, los toreros tienen que salir al ruedo altamente concienciados de que parte de la grandeza de la Fiesta está en su peligrosidad. Y es más cómodo mirar al público encogiéndose de hombros como diciendo, ¿Qué voy a hacer yo, si el toro no se mueve y cuando se mueve se cae? Pues miren ustedes señores míos, como le dijo Don Luis Mazzantini a don Enrique Borras, el gran actor catalán: “Esto no es como en el teatro, aquí se muere de verdad”.
Y Dios me libre de ver morir a un torero, ni siquiera de viejo. Pero si al toreo se le quita la emoción del peligro latente, que reside en la bravura, la casta y la acometividad de los toros, esto se queda reducido a una especie de representación teatral. Y no es que los toritos de pitiminí no tengan peligro, que lo tienen, pero reconozcamos que en pequeñas dosis. O al menos no en las dosis de esos que las figuras no quieren ver ni en fotografía. La plaza de Albacete es poco propicia al toro de diseño, y por eso el comentario de estos días gira en torno a la corrida de mañana sábado, en la que Álamo, Lorenzo y Marín se las verán con los de Alcurrucén. Que no son la fiera corrupia, pero durante su lidia el personal no suele bostezar ni comer pipas de girasol. Y es que al público albaceteño le gusta el toro bravo y no suele tragar demasiado con sucedáneos. La prueba de ello es que las ganaderías triunfadoras de su feria de este año, que ya está en su última fase, han sido las de La Quinta, Torrestrella y Santiago Domecq.
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