Con esta tripulación y con mala mar ¿Quién se atreve a embarcar? No es cuestión solo de despedir al grumete Iglesias. Hay que cambiar al inútil capitán. Si queremos tener alguna probabilidad de salvar la nave hay que retirar del puente de mando a Pedro Sánchez. Yo con Sánchez no.
El estado de alarma debe utilizarse tal y como está previsto en la Constitución, es decir para abordar una situación de auténtica emergencia y por el tiempo mínimo imprescindible y, desde luego, no forzando sus límites exhibiendo los reveladores tics autoritarios de los que ha hecho gala nuestro inútil Gobierno con Pedro Sánchez a la cabeza como ha destacado la fiscal del TS, Consuelo Madrigal, en su brillante artículo en el Mundo.
Con Sánchez no
Con Sánchez no
Luis Ibáñez
El Correo de España, Madrid, 9 Mayo 2020
A estas alturas de la tragedia que de forma tan inmisericorde ha golpeado a la sociedad española si contásemos con un Gobierno medianamente competente estaríamos abordando un programa urgente para, en la medida de lo posible, evitar un rebrote de la epidemia, recuperar la actividad económica tratando de salvar el mayor número de empresas y de puestos de trabajo y, al propio tiempo, poniendo en marcha un riguroso plan de austeridad fiscal que inevitablemente pasa por una reducción del infinanciable gasto no productivo y de la red clientelar que parasitan nuestro quebrado sistema político. Una perentoria necesidad de ahorro en las deficitarias cuentas públicas que sería quizás lo único positivo que habría puesto de manifiesto esta dolorosa crisis, cuyo altísimo coste va a resultar muy difícil de financiar por el inexistente margen de maniobra de un Estado muy endeudado, rozando el 100% del PIB, consecuencia del impertérrito déficit presupuestario financiado a base de incrementar la Deuda Pública de forma insolidaria con el futuro de nuestros hijos y nietos. Así lo ven en Bruselas, mucho más ortodoxos a la hora de gastar el dinero de los contribuyentes, recordándonos que tras cinco años de crecimiento por encima de la media no hemos sido capaces de embridar el crónico déficit.
Un programa de acción política y económica que ya era necesario antes de sufrir esta pandemia, pero que ahora resulta de extrema necesidad, pues está en juego si somos o no capaces de superar el bache de liquidez sin ser intervenidos con lo que ello supondría de pérdida de soberanía y de nivel de vida. Y para salir airosos del envite solo cabe la posibilidad de convencer a nuestros socios europeos de que vamos en serio aportando un plan de austeridad creíble que nos permita recuperar su confianza. Ello podría traducirse en unas ventajosas condiciones de financiación del abultado déficit que vamos a tener este año y en menor medida los venideros. Si hiciésemos bien los deberes, igual lograríamos salvarnos del temido rescate. Este es el camino que debería seguir Nadia Calviño en sus negociaciones en el seno de la UE. Intentar vender unas cuentas continuistas y poco reales no ayudará en nada ni a España ni a la buena reputación técnica de la que goza en Bruselas y justificará una postura más dura por parte de nuestros socios europeos que a buen seguro exigirán recortes relevantes.
Sorprendentemente cuanto antecede parece no ser de vital urgencia para nuestro ególatra Presidente obsesionado por su psicopático afán de permanecer en la Moncloa. La rememoración de unos supuestos Pactos de la Moncloa, utilizada hasta la saciedad en semanas anteriores como mera propaganda, ha pasado a un segundo plano, parece ha perdido ilusión por su propia propuesta al traducirse en la comisión formal que se ha creado en las Cortes, en cuya presidencia ha colocado al versátil Patxi López (honradamente no lo veo el más idóneo), y a la vista del calendario marcado no parece que la cosa requiera prisa, lo cual inevitablemente nos recuerda la opinión que el Conde de Romanones tenía sobre la eficacia de las comisiones. Ahora lo único importante es la prórroga del estado de alarma que viene permitiendo a este incompetente Gobierno cometer todo tipo de abusos y convertir de facto la autorización recibida del Parlamento en un verdadero estado de excepción. Se utilizan los decretos para colar de rondón normas y apaños que nada tienen que ver con el combate de la pandemia: desde apalancar al inefable Pablo Iglesias en el CNI a traspasar Clases Pasivas del Estado a la Seguridad Social o ejercer un descarado nepotismo en nombramientos variopintos de altos cargos como los realizados en estos últimos días. Un estado de alarma a cuyo abrigo el Gobierno se permite limitar derechos constitucionales como prohibir manifestaciones aunque no conlleven romper la distancia social de seguridad o rozar la prevaricación ordenando a los cuerpos policiales controlar las redes sociales para minimizar las críticas a su desastrosa gestión de la pandemia. Una prórroga que Sánchez ha logrado en el Congreso el pasado miércoles gracias al apoyo in extremis de Ciudadanos, una decisión arriesgada de Inés Arrimadas en la que, sin duda, ha primado el instinto de supervivencia sobre el interés político, en un intento desesperado de mera estrategia por encontrar un nicho electoral y frenar el claro proceso de descomposición que se vislumbra en su formación.
Al final la prórroga parece era la única salida posible, ya que el presidente del Gobierno a pesar de su exiguo apoyo parlamentario se permitió el lujo de comparecer en el Congreso sin contar con un plan alternativo, lo que demuestra de forma palmaria, una vez más, su irresponsabilidad e incapacidad para estar al frente del Ejecutivo en un momento tan crucial para sacar a España de una de las situaciones más difíciles a las que se ha enfrentado en el último siglo y medio. Posiblemente la única verdad que Pedro Sánchez ha pronunciado en toda su carrera política es su advertencia a la oposición: “o se aprueba la prórroga o el caos”. Es claro que de no haberse aprobado la prórroga el caos habría estado asegurado ya que prácticamente todas las medidas encaminadas a combatir la pandemia y sus consecuencias económicas y sociales están vinculadas al estado de alarma y hubieran quedado en una forzada precariedad hasta su incorporación a un nuevo marco legal.
El estado de alarma debe utilizarse tal y como está previsto en la Constitución, es decir para abordar una situación de auténtica emergencia y por el tiempo mínimo imprescindible y, desde luego, no forzando sus límites exhibiendo los reveladores tics autoritarios de los que ha hecho gala nuestro inútil Gobierno con Pedro Sánchez a la cabeza como ha destacado la fiscal del TS, Consuelo Madrigal, en su brillante artículo en el Mundo. Es claro que el ordenamiento jurídico vigente en materia sanitaria y de orden público prevé instrumentos suficientes para el control del coronavirus, que son los que deben utilizarse para no lesionar derechos y libertades individuales constitucionales. Es perfectamente factible desvincular del estado de alarma todas las ayudas y medidas encaminadas a paliar los efectos económicos y sociales de la pandemia, y no utilizar esta vinculación a modo de chantaje para su constante renovación.
Resulta escandaloso como este Gobierno utiliza hasta lo grotesco la propaganda y los múltiples medios de comunicación que de forma descarada y sin un ápice de ética o pudor profesional se prestan a ello repitiendo hasta la saciedad los argumentarios recibidos para tapar su pésima gestión. Se facilitan informaciones sesgadas sobre el número de muertos o de test realizados, incluso se intenta engañar a la OCDE para no aparecer en el furgón de cola; se pasa sobre ascuas el drama sanitario con 45.000 infectados sin que sepamos cuantos han fallecido; se traslada la responsabilidad del geronticidio en las residencias de mayores a las CC.AA., el vicepresidente bolchevique se permite el lujo de no responder en sede parlamentaria a la oposición limitándose a vomitar una insultante arenga procomunista; no se informa de quienes son los miembros del “comité de expertos” que asesoran al ministro, algo intolerable en un estado democrático; se realizan compras de material sanitario utilizando a empresas intermediarias más que sospechosas. Logrando que la gestión sea una cadena de despropósitos que ha exigido de otras tantas rectificaciones.
Con esta tripulación y con mala mar ¿Quién se atreve a embarcar? No es cuestión solo de despedir al grumete Iglesias. Hay que cambiar al inútil capitán. Si queremos tener alguna probabilidad de salvar la nave hay que retirar del puente de mando a Pedro Sánchez. Yo con Sánchez no.
No hay comentarios:
Publicar un comentario