Rodolfo Rodríguez El Pana murió como consecuencia de la cogida gravísima que sufrió en Ciudad Lerdo un mes antes de su óbito; una cogida que le dejó tetrapléjico, es decir, sentenciado a muerte. No podíamos hacernos a la idea de su partida; creíamos que se trataba de un mal sueño porque, pese a su edad, El Pana era fuerte como un roble. Bien es cierto que, toreros jóvenes, caso de Julio Robles o Nimeño, en cogidas similares a la suya quedaron postrados en el lecho del dolor hasta llegar a la muerte.
Todos partiremos de este mundo, nada es más cierto, pero solo los artistas, como era el caso de Rodolfo Rodríguez El Pana quedan inmortalizados para siempre. La magia de la que era portador perdura con el tiempo, la prueba es que nosotros, como el mundo taurino al completo, no hemos logrado olvidarle. Se marchó el artista, pero nos dejó su obra imborrable, la que perdurará para siempre, la que será el referente que hablará pasados muchos años de que, en un tiempo, un personaje genial, iconoclasta e irrepetible, pisó este mundo para deleite de los aficionados a los toros.
Si los aficionados, en general, disfrutaban de la magia, el talento, el arte de El Pana, nosotros, los que tuvimos la dicha de compartir su amistad, todavía sentimos mucho más aquella pérdida irreparable. Al toreo se le murió un genio, y a nosotros nos dejó huérfanos de su amistad y su cariño un hombre entrañable del que tantas lecciones tomamos a su lado. Era reconfortante estar junto a Rodolfo; pocas personas he conocido en el mundo que me impactaran tanto, sencillamente por las lógicas razones de su encanto como ser humano puesto que, si como torero alcanzó el rango de artista, como persona era un bohemio admirable.
Muchas fueron las sensaciones que sentimos junto a este ser inconmensurable que, si con el toreo hacia pura magia, no digamos con su palabra la que, llena de encanto y belleza, cautivaba por doquier allí por donde pasara.
De lo que decimos sabe más que nadie el que fuera su lazarillo en lides taurinas, el que compartía tentaderos a su lado, aperitivos en el bar de la esquina, e incluso en varias corridas de toros a su lado. Me refiero a Carlos Escolar Frascuelo que, junto a El Pana formaron un dueto admirable.
Siempre se habla bien de los muertos pero, para fortuna de El Pana, en vida, para dicha nuestra, le regalamos los elogios más sinceros del mundo porque, en realidad, era acreedor de los mismos. Esta es la grandeza de un ser humano, caso de El Pana que, ante su partida de este mundo, en vida todos le elogiaran para recordarle tras su muerte.
Fijémonos cómo era en realidad El Pana que, fuera de los ruedos parecía que aquello no iba con él puesto que, más que un torero parecía un literato que terminaba de impartir sus clases en la universidad; es decir, su autoridad como ser humano en el mundo de la cultura, por citar uno de sus grandes valores, estaba muy encima de sus condiciones como artista de la torería, algo que él sabía desdoblarse a sí mismo con una naturalidad admirable. Recordemos que, en aquella mítica tarde de su supuesta despedida, al margen de mostrar aquel caudal de torería irrepetible, cuando hizo uso de la palabra en aquel brindis memorable a las mujeres de la vida, todavía me sigo preguntado qué impactó más, su condición de artista y el triunfo obtenido o el mensaje emblemático para las trabajadoras del amor.
Podríamos estar horas hablando de este torero genial que, dicho sea de paso, en su día ya lo hicimos cuando nos inspiró aquella novela basada en su vida, VA POR TI, en la que nos vaciamos por completo ante su magia y, por encima de todo, en su singular vida en la que no dejó indiferente a nadie. Podríamos decir que El Pana era un ser humano admirable y que cuando en enfundaba el traje de luces era un genio irrepetible.
Triunfó y fracasó, todo a partes iguales pero, como él confesara, pese a sus muchas cornadas, algunas con extremaunción incluida, logró sobreponerse a la cornada que en su día le produjo su adicción al alcohol, algo que El Pana siempre reconoció y que se supo triunfador total cuando venció aquella maldita enfermedad que, por culpa de las miserias de su vida, en su momento le llevaron al ostracismo. Y, su triunfo más grande, como explico, era confesar sus debilidades, sus carencias para, de tal modo, reconocer errores y tomar lecciones, algo que Rodolfo logró con una pasión desmedida.
Un lustro sin su presencia, pero siempre viviremos aferrados a su esencia, la que nos inundó mientras vivió, la que compartió tantas veces junto a nosotros y, en definitiva, la que le ha hecho inmortal ante los suyos y, sin duda, ante el toreo en el mundo.
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