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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

viernes, 6 de diciembre de 2024

Aceleracionismo de Bonillas / por HUGHES


'..Los compatriotas béticos y penibéticos que miran con aprensión las banderas oficiales de sus edificios públicos son la inspiración para pedir que, en una especie de aceleracionismo de los Bonillas, todo se llene de pendones de autonomía y globalismo y que ellos copen el Estado..'

Aceleracionismo de Bonillas

HUGHES
Moreno Bonilla se llama Juan Manuel; si se llamara Juan Vicente, a los andaluces se dirigiría oficialmente Juanvi Moreno «cuando amanece un nuevo 4D», el día del andalucismo de Blas Infante.

No se deja nada don Juanma, prodigio de obsequiosidad pepera (moderación hacia el yernismo) cuando se mete a ser Pujol: el habla andaluza, que al ser escuchada le provoca, como si fuera una encina, «sentir las raíces de mi tierra creciendo precisamente bajo mis pies», o el sentimiento de «pueblo», grande en el mundo, con «dignidad»; y su modo de ser distinto, pues el andaluz tiene «una capacidad especial para comprender a los demás».

Atroz Bonilla, que en su querer todos los tópicos le coge a la izquierda la arqueología sentimental de lo territorial. No solo el pueblo andaluz, sino su trama de «barrios», las nuevas comarcas. Los pueblos bajo el Estado Español están compuestos, antes que de personas, de microterritorios sentimentales que son «los barrios», donde lo público se encarna, se hace servicio; donde el presupuesto se hace carne de edificio y toma forma la poesía tributaria y presupuestaria.

Muy atroz y califal Bonilla cuando, además, nos explica la dinámica Tom y Jerry del 78: Cataluña y el País Vasco caminan hacia la «libertad» y el resto las persiguen movidos por la «igualdad», la cuerda que pulsa el gerifalte pepero para hacer navegar su terruño hacia las más altas cotas del autogobierno…

Uno de mis tipos de español favorito es el andaluz antiandaluz. No el andaluz que abomina de los andaluces profesionales, alto también en mis preferencias, sino el que siendo andaluz, ejerciente o no, es tan sabia y sencillamente español que siente ajena (no-suya) «la verde y blanca», como patetiza Moreno Bonilla a la bandera blasinfantina. Los andaluces que no acatan esa enseña omeya son mis españoles preferidos.

El PSOE anda en la creatividad posautonómica y el PP es el gran partido autonomista que luego se comerá la creatividad del otro y ahora contribuye como el primero a compartimentar, institucionalizar, blasinfantizar, terruñear, nuestrosbarriosear lo onubense, lo cordobés, lo granadino, lo gaditano…

La particularización y compartimentación de lo español es un lento crimen político. Participar en la creación de conciencia de un pueblo andaluz es otra forma, especialmente nociva, de socavar la nación española. El PP es un partido antinacional y su papel es el más difícil y perverso: es el encargado de llevar a la disolución de la nación, por la vía de la inopia, a los de las pulseritas de España.

O sea, estas mamarrachadas de Moreno Bonilla no son la reducción al absurdo ozoriniano de lo autonómico, son su normalización, su avance general, su carcoma callada, su veneno más letal pues no se hacen desde lo antiespañol sino desde lo español. Troquelan de pequeñez antinacional lo español.

Hay una cosa bonita del autonomismo loco del nefasto 78: a medida que las competencias van siendo autonómicas, en los edificios oficiales cuelgan sus banderas. Eso cantaba el premiado oficial el 4D: ese orgullo de bandera verdiblanca en los hospitales, en los museos, en los colegios… Por eso la agitó el PP sevillano en su sustitución del PSOE: bandera es Junta, presupuesto (y eso es lo que hay detrás del misticismo bonillense: odas a lo público).

Así, poco a poco, el Estado cursi y ridículo y voraz antinacional se va llenando de banderas y estaría bien que un día la española dejara de colgarse y quedara extraestatal: fuera, lejos de los mástiles del presupuesto. Que los edificios de «Lo Público», a no mucho tardar, sean todos presididos por las banderitas de los «pueblos» y que lo español quede fuera del Estado, en la calle, en lo popular aun vivo, más anarca que liberal, ajeno, no regulado… bandera de lo no oficial.

¡Que la bandera española se libere del Estado! ¡Que no se mezcle más, ni iguale, ni comparta plano, foto, atrio con banderas como la infantina! ¡Tó pa ellas!

¡Qué pena la bandera española siempre forzosamente al lado de cualquiera!

Los compatriotas béticos y penibéticos que miran con aprensión las banderas oficiales de sus edificios públicos son la inspiración para pedir que, en una especie de aceleracionismo de los Bonillas, todo se llene de pendones de autonomía y globalismo y que ellos copen el Estado.

Hay que liberar a la bandera española de esas compañeras odiosas y empezar a hacerla extraestatal, extraoficial.

Llénense los edificios de banderas volkosas, azules, estrelladas, ibéricas unionjackes, de colorismos 2030 y de arcoiris y que la española quede fuera de Lo Público, del Estado En Su Plenitud. Que ondee solo, si ha de ondear, en las plazas de toros o los fiestas de pueblo o en los campos de fútbol o, mejor y a poder ser, en las expresiones por la libertad.

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