'..Como tantas veces, miro a mi alrededor y no entiendo lo que veo. Como tantas veces que me pasa esto, acudo a la plaza de toros para ver qué sucede allí y, de esta forma, tratar de entender qué sucede fuera de ella..'
Eleuterio Gómez Moner
A medida que hablo con unos y otros, no todos malintencionados, descubro que soy culpable. No soy culpable de un hecho aislado. ¡No! Lo soy de una cadena de sucesos, los cuales desembocan, irremisiblemente, en la destrucción de toda forma de vida en el universo y barrios aledaños del mismo.
Las culpas las dividen, esas almas sentenciadoras, entre lo que soy y lo que no soy. Lo que digo y lo que callo. Soy culpable por ser y también por no ser; por acto y por omisión.
Hago un primer y somero repaso al catálogo de culpas que debo asumir.
Al parecer, según me han explicado repetidas veces, aunque yo siga sin entenderlo, soy responsable del cambio climático. Por el motivo que sea, yo, personalmente, soy el causante de él y, por ende, de todo cuanto se derive pernicioso de tal hecho. Amigos con buena intención, me insisten en ello: “¡No puedes negarlo! ¡Todos somos los culpables! ¡Tu forma de vivir es lo que está provocando los cambios que están sucediendo! Si se me ocurre decirles que “Yo, no.”, que, “Yo me limito a ir a trabajar, comprar lo que está en las estanterías de los comercios, utilizar los medios de locomoción disponibles – No los imaginarios, inexistentes para mí por su precio o condiciones de uso.- y llegar como sea a fin de mes.” Si les contesto esto, resulta que además mi culpa es ser un negacionista.
Soy culpable, según me dicen, de mutaciones registradas en especies atlánticas, como resultado del consumo de microplásticos, por parte de ciertos peces. Los cuales, luego, vienen a ser ingeridos por los humanos, que también mutan.
“Mea culpa est” la contaminación de las aguas. Parece ser que el uso del agua que utilizo, personalmente, tiene como consecuencia que sea imprescindible invertir cantidades ingentes de capital en su depuración. Cuando alguien me dice que no se trata de mí, sino de prácticas de esta sociedad, acaba poniendo como ejemplo y paradigma del uso del agua los gestos cotidianos que realizo yo como individuo. No se me dice el empleo y consumo de agua por parte de agricultura, industria, deporte, etc … Resulta que el porcentaje de uso humano del agua, dividido por los miles de millones de habitantes en la tierra, es mi parte alícuota de culpa, que debo asumir irremisiblemente como motivo de todos los desastres hídricos que suceden, han sucedido y sucederán en el universo mundo. Mi utilización del agua se extrapola a cifras que son risibles, cuando las comparamos con el uso general de la misma que se hace en la sociedad, pero es motivo suficiente para hacerme culpable.
Por no extenderme, resumo con brevedad otras varias culpas como son: propagación de enfermedades por no usar mascarilla cuando estoy constipado; utilizar antibióticos cuando me los manda el médico; vacunarme o no vacunarme, según con quién hables; no separar suficientemente los residuos, aunque utilice en al ámbito doméstico cinco divisiones de separación; la discriminación actual de las mujeres y en especial la que sufrieron en los siglos pasados; la falta de respeto ante opciones afectivas particulares. -Aunque siempre haya respetado estas opciones, eso da igual.-; el exceso de población en el mundo, junto a la mortalidad infantil en determinados países; utilizar el diesel o no utilizarlo, según temporada; comer carne de vacunos o consumir leche de los mismos, es motivo de una excesiva presencia de estos animales que, con sus ventosidades, alteran la presencia de Co2 en la atmósfera.
Hay más culpas, pero, con estas, creo que ya, suficientemente culpabilizados, podemos acudir a la plaza a ver una corrida de toros.
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