La plaza de Bilbao, la tarde del pasado 20 de agosto. FERNANDO DOMINGO-ALDAMA
Las Corridas Generales tocan fondo, entre los tendidos vacíos
y un complicado porvenir
Bilbao, una prestigiosa feria taurina, víctima del abandono y el cansancio
ANTONIO LORCA
EL PAÍS / SEP 2019
Finalizada hace una semana la muy reconocida feria de Bilbao, las llamadas Corridas Generales, se podría admitir un balance edulcorado por el memorable triunfo del diestro Paco Ureña y los hitos de Luis David, Urdiales, De Justo, Román, Manzanares, El Juli, Leal, El Cid, Escribano, y así hasta un total de 20 orejas; y los éxitos sobresalientes de los toros de Victoriano del Río -a ‘Ruiseñor’ se le concedió el honor de la vuelta al ruedo- y Garcigrande, y ejemplares de notable juego de Victorino, Torrestrella, Jandilla y Miura.
Una feria con buenos momentos para el recuerdo en el ruedo.
Una feria, también, con imágenes para el olvido en el tendido.
No hay fotografía más lastimosa que una plaza vacía en tarde de toros. Y esa postal ha sido la referencia casi diaria en Vistalegre, de modo que la plaza no ha cubierto ni una sola tarde sus 14.781 cómodos asientos.
¿Qué ha sucedido para que esta gran feria del norte se haya convertido en un erial de asientos vacíos?
Un informe firmado por Luis Gómez en el diario vasco El Correo asegura que 60.000 personas han acudido a los nueve festejos programados, lo que significa el 45 por ciento del máximo aforo posible, y muy lejos de aquellos 105.000 espectadores que se contabilizaron en 2007. Es decir, se han perdido unos 4.000 asistentes cada año.
Se pueden buscar excusas climatológicas, sociales, económicas… las que se quieran, pero ninguna de ellas tiene capacidad para modificar la realidad.
Y la realidad es que la feria de Bilbao es una pena; un edificio en plena demolición, y no está nada claro que sea posible detener el derrumbe y acometer su total recuperación.
No son pocos los que piensan con amargura que las Corridas Generales están llamadas a desaparecer a medio plazo.
Pero, ¿qué ha sucedido para que ese ‘ferión’ del norte, referente del toro-toro, la afición rigurosa y sabia, el ruedo del máximo prestigio, una cita ineludible para todas las figuras y el sueño de todo aficionado (‘quien no ha visto toros en Bilbao tampoco sabe lo que es una corrida de toros’), se haya convertido poco a poco en un erial abandonado por sus ocupantes habituales, y salpicado por un escaso público ocasional, generoso y bullanguero que degenera inconscientemente cada tarde la historia sagrada del Bilbao taurino?
Paco Ureña, triunfador de la reciente feria de Bilbao. FERNANDO DOMINGO-ALDAMA
Búsquese un abanico de excusas, que todas servirán de un modo u otro. Pero, entre todas, quizá destaquen dos.
La primera, la creciente y preocupante destaurinización de la sociedad española, que afecta a todos y está íntimamente relacionada con una nueva moral y sensibilidad sobre el protagonismo de los animales. Y no se trata del animalismo, el veganismo o la corriente antitaurina, no. Es algo más sutil, que comienza en el colegio, donde está ‘prohibido’ hablar de toros, el general desconocimiento de los jóvenes sobre el mundo de los toros, continúa con la televisión, cerrada a cal y canto a los festejos taurinos, la humanización de los animales en la pequeña y la gran pantalla, el mascotismo imperante, la fortaleza de la industria animalista, el tradicional secretismo de la tauromaquia moderna (al toro solo se le conoce en sus últimos veinte minutos de vida), el aislamiento social de las figuras y su recalcitrante egoísmo, el complejo de algunos partidos políticos y la frontal oposición de otros, un sector empresarial rancio y obsoleto, etc, etc…
Por múltiples razones, el mundo de los toros se ha ido aislando de la sociedad, ha sido incapaz de situarse en los nuevos tiempos, y estos han optado por otros derroteros.
Hoy, proclamarse aficionado taurino en este país puede parecer un osado atrevimiento.
El aficionado, ofendido y olvidado, ha decidido abandonar la plaza
Y la responsabilidad no es solo de los taurinos, que también, pero es, sobre todo, la consecuencia de unos profundos cambios que se están produciendo en el mundo desarrollado respecto a los animales.
Esta es una primera causa general, que afecta a Bilbao y al resto de las plazas de toros, y a la vista está que el cartel de ‘no hay billetes’ está criando telarañas en muchas de ellas.
Pero hay otra particular, bilbaína pura y dura, que afecta a la Junta Administrativa, que representa a los dos propietarios de la plaza al 50 por ciento, -el Ayuntamiento y la Casa de Misericordia- y empresa Chopera, contratada para gestionar los festejos desde hace 60 años.
La Casa Chopera, encabezada actualmente por los hermanos Oscar y Pablo, hijos del mítico don Manuel, de sólido prestigio en los tiempos del floreciente negocio taurino, y ajena, como casi todas las del sector, a los cambios sociales y económicos, ha gestionado la plaza de Bilbao como toda la vida los empresarios han dirigido el negocio taurino: al margen absolutamente de los aficionados, y lo que es peor: de los abonados, que son los clientes preferentes de cualquier taquilla de una plaza.
Y cuando el espectáculo taurino flotaba entre pingües beneficios y no se atisbaba crisis alguna, era comúnmente aceptada la ‘dictadura’ empresarial y el abandono de quienes soñaban con mantener un abono que les garantizaba la emoción.
Pero los tiempos cambian, el toro pierde movilidad, casta e interés, la fiesta se torna previsible, las figuras se acomodan, son muy exigentes y poco generosas; llega la crisis y el movimiento animalista comienza a partir de 1980 su gran ofensiva. Y el empresariado taurino, con los Chopera a la cabeza, hace oídos sordos, como si el asunto no fuera con ellos.
La consecuencia es que el cliente de toda la vida -acostumbrado a pagar los precios más altos por un asiento en Bilbao- se siente estafado, olvidado, despreciado, ofendido, y se va retirando, poco a poco, decepcionado por los derroteros de una fiesta que ya no siente como suya, y de la actitud de una empresa que no hace nada por retenerlo.
Y así, de año en año, de pérdida en pérdida, -degenerando, en una palabra- se alcanza la derrota final.
¿Quién recupera ahora la identidad de Bilbao? ¿Y cómo se hace eso? ¿Cómo se reconecta con una sociedad que le ha dado la espalda a los toros?
Dificultoso empeño el que tiene la alianza Chopera y el empresario mexicano Alberto Ballieres, que ha ganado el concurso para la gestión privada de la plaza para los próximos quince años, y se ha comprometido a pagar un canon anual de 250.000 euros.
Ojalá consigan restablecer el prestigio, y que los aficionados vuelvan en masa a los asientos azules de la plaza.
Porque de nada sirve un buen producto si sufre el rechazo de los clientes. Una feria vacía nunca puede ser exitosa. Esa es la imagen del fin.
La de hoy es una feria prestigiosa -y entristecida- entre el abandono de los empresarios y el cansancio de los aficionados.
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