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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

miércoles, 4 de septiembre de 2019

Memoria de Cristo y Franco… Pero, ¡ay, sus enemigos!: en el Armageddón os esperan



«El primer paso para liquidar un pueblo es borrar su memoria: destruir sus libros, su cultura, su historia. Entonces, alguien debe escribir nuevos libros, fabricar una nueva cultura, inventar una nueva historia. En poco tiempo la nación empezará a olvidar lo que es y lo que era».

Memoria de Cristo y Franco… 
Pero, ¡ay, sus enemigos!: en el Armageddón os esperan


Laureano Benítez Grande-Caballero
A. D. Madrid, 4 Sptbre. 2019
La manipulación de la historia es una de las herramientas preferidas por la Sinagoga de Satanás para adoctrinar a las masas, mediante tremendas campañas de ingeniería social que tienen la perniciosa pretensión de borrar de la historia lo que no encaja con sus premisas ideológicas, interpretando de acuerdo con sus consignas los hechos históricos de tal manera, que acaban siendo prácticamente inventados, ficciones alevosas, embustes escandalosos, con los que erigen sus «Himalayas de mentiras». Como decía Milan Kundera, «El primer paso para liquidar un pueblo es borrar su memoria: destruir sus libros, su cultura, su historia. Entonces, alguien debe escribir nuevos libros, fabricar una nueva cultura, inventar una nueva historia. En poco tiempo la nación empezará a olvidar lo que es y lo que era».

Lo más sorprendente de estas mentiras es que, a pesar de su monstruosidad y alevosía, acaban por pasar como verdaderas, cumpliéndose la fórmula que dice que una mentira repetida mil veces acaba siendo verdad. Y para eso tienen en su poder toda la parafernalia mediática, y la borregomanía de las masas idiotizadas, que se creen a pie juntillas lo que se les dicen aunque ante sus ojos tengan una realidad que contradice flagrantemente las consignas con las que se le adoctrina. Y es que, como decía Groucho Marx, «¿A quién va a creer usted: a mí, o a sus ojos?».

Es así como surgen misterios inexplicables, enigmas insolubles, «expedientes X» de calibre sideral, arcanos insondables, que podrían ser destruidos con un solo pensamiento crítico, con una simple mirada limpia, en un solo segundo de reflexión.

Como ejemplo de este fenómeno de manipulación que, retorciendo la realidad, crea quimeras imposibles, entelequias grotescas que desafían a la razón, misterios inescrutables, memorias históricas regurgitadas de los «Ministerios de la Verdad», tenemos los casos de Jesucristo y de Franco. Nada extraño, pues son manjares exquisitos para una Sinagoga luciferina cuya pretensión es acabar con el cristianismo.

En el caso de Cristo, manipulando textos, tergiversando contenidos, interpretando sin ningún rigor histórico, elaborando hipótesis delirantes sin ningún respeto a la verdad, o simplemente fantaseando sin ningún pudor, inoculando sus embusteras ideas para engañar y crear escándalo, los exégetas y biblistas marcados por el laicismo más atroz, acompañados por una caterva de pseudoinvestigadores amarillistas, no tienen ningún reparo en presentar imágenes de Jesús lo más sensacionalistas posibles, en una loca carrera por ver quién es más original a la hora de contar la «verdadera historia de Jesús», la «doctrina secreta de Jesús», «la otra historia de Jesús», «la biografía revolucionaria de Jesús», «el gran secreto de Jesús», con la cantinela tópica de «atrévase a conocer lo que la Iglesia ha ocultado de Jesús»… y frases parecidas, siempre con la musiquilla de fondo de que hemos sido engañados por la manipulación de los Evangelios perpetrada por la Iglesia, creando una atmósfera de misterios, de secretos, de doctrinas ocultas, de revelaciones portentosas que nadie ha conocido hasta hoy sino ellos, que son los que más saben, los más expertos, los únicos detentadores de la verdad, los únicos que no han sido engañados por siglos de intransigencia dogmática.

Al socaire de estas historias espurias y alucinantes tenemos a un Jesús esenio, extraterrestre, pateador de senderos budistas por perdidos monasterios inaccesibles, padre de familia centenario que muere en Cachemira o cultivando arroz en Japón… a un Jesús que no era sino un «galileo armado», un revolucionario político zelote, un guerrillero… o un iniciado egipcio, un gnóstico, un hierofante, un impostor que fingió su muerte en la cruz, un fracasado cuyo cadáver fue devorado por los perros… un Jesús que no era más que un predicador cínico, que no fundó ninguna Iglesia, que no murió en la cruz, que no instituyó ninguna eucaristía… un Jesús casado con María Magdalena, que es un simple mito, que nunca existió…

Lo expondremos con palabras de Raniero Cantalamessa, que
escribe una acertada crítica a los autores que cuestionan la figura tradicional de Jesús con libros de pseudoinvestigación histórica: «Al final de la lectura, uno se pregunta: ¿cómo lo hizo Jesús, que no trajo absolutamente nada nuevo respecto al judaísmo, que no quiso fundar ninguna religión, que no realizó ningún milagro ni resucitó más que en la mente alterada de sus seguidores? ¿Cómo lo hizo, repito, para convertirse en “el hombre que ha cambiado el mundo”? Una cierta crítica parte con la intención de disolver estos ropajes puestos a Jesús de Nazaret por la tradición eclesiástica, pero al final el tratamiento se revela tan corrosivo que disuelve hasta a la persona que está bajo ellos. A fuerza de disipar los “misterios” sobre Jesús para reducirle a un hombre ordinario, se acaba por crear un misterio aún más inexplicable».

Sí, es un enigma inexplicable que ese Jesús bajo sospecha, del que se discute incluso si existió realmente; atacado implacablemente por racionalistas, escépticos y ateos; entregado en manos de «expertos» exégetas, biblistas y teólogos; perseguido y martirizado en las innumerables cruces que se levantan contra sus seguidores en todas partes del mundo… es un misterio insondable que ese Jesús discutido y puesto en entredicho haya protagonizado un cambio revolucionario en la historia de la humanidad. Y no sólo eso: es un enigma formidable que no sea una mera figura histórica que protagonizó un pasado lejano, sino que hoy en día siga siendo protagonista indiscutible del devenir de la humanidad, que siga vivo, que su mensaje siga de actualidad para tantos millones de creyentes en su vida y su mensaje.

Como dice Hans Küng, «Hay un hecho patente sobre cuyas posibles causas vale la pena meditar detenidamente: tras la caída de tantos dioses en nuestro siglo, este Jesús, fracasado ante sus adversarios y traicionado sin cesar por sus fieles a lo largo de los tiempos, sigue siendo para incontables personas la figura más impresionante de la larga historia de la humanidad, cosa desacostumbrada e incomprensible desde muchos puntos de vista».

Este asombroso misterio creado en torno a Jesús mediante una espúrea «memoria histórica» tiene un exacto paralelismo en la figura de Francisco Franco Bahamonde, otra excelsa víctima de las engañifas luciferinas urdidas en logias y aquelarres, en hemiciciclos y bibliotecas, en laboratorios con retortas atiborradas de alas de murciélago y ojos de salamandra, en Academias colmatadas de kobardes tiralevitas…

Para empezar, es un misterio tremendo que Franco, mediocre militar, fuera condecorado con la Legión de Honor francesa, la máxima distinción que otorga el país vecino, por su méritos de guerra en el desembarco de Alhucemas. General anticuado, lerdo en estrategia y táctica militar, que fue nombrado director de la Academia Militar de Zaragoza, Jefe del Alto estado Mayor…

Franco, un militar tan vulgar, que la República le llamó a la desesperada para que acabara con la revolución comunista de octubre de 1934; un militar de genética golpista, que desoyó a cuantos le azuzaban para que se uniera a las asonadas militares que querían acabar con la anarquía republicana. Y tan estúpido que, siendo como era un golpista irreductible, cuando se le entregó el mando militar para terminar con la insurrección comunista, una vez liquidada, pudiendo haber tomado el poder, se retiró a sus cuarteles como si tal cosa. Misterio puro, enigma cósmico.

Y, más que de misterio, hay que calificar de verdadero milagro que, con muchos menos medios que los republicanos ―que tenían más territorio, las zonas industriales, más población, la Armada y la Aviación, y el oro del Banco de España―, les derrotara sin paliativos, no perdiendo ni una sola batalla ―Teruel fue la única capital de provincia que tomaron los rojos, y les duró un mes escaso―.

Enigma colosal que la República, siendo tan democrática, no fuera apoyada por ninguna democracia occidental, que la dejaron al albur sabiendo que en España había una revolución bolchevique, la cual buscó apoyo en las garras del democrático oso ruso.

Secreto insoluble que Franco, siendo como era un fascista de tomo y lomo, no entrara en la Guerra Mundial a favor de las potencias del Eje. Y portentoso fue que, acaba la contienda, las potencias vencedoras no invadieran España para acabar con una dictadura fascista tan amiga de Hitler, a pesar de la apocalíptica violación de derechos humanos que el genocida Franco estaba perpetrando contra su pueblo.

Sorprendente fue también que el maquis ―protegido por Francia― fuera liquidado sin contemplaciones, cuando en otros países dio muchos problemas. Pero, vamos a ver, ¿no habíamos quedado en que el pueblo español estaba tan masacrado que debería haberse unido a esa insurrección del maquis?

Luego vino el aislamiento, y Franco, un mediocre político, sobrevivió a él, y España, sin conseguir ni un solo dólar del «Plan Marshall», protagonizó el llamado «milagro español», durante el cual, desde 1959 hasta 1975, crecimos a una media del 7,5%, solo superada por Japón. Asombroso, y más en un país que había sido genocidado por un sanguinario dictador que fusiló a mansalva: no se entiende muy bien que un país torturado por el fascismo trabajara con tanto ahínco en un pos de un desarrollo que fue una gigantesca tarea colectiva de esfuerzo, disciplina, orden, y sacrificio.

Pasmoso el fenómeno de que un país en el que una represión apocalíptica había liquidado a centenares de miles de víctimas inocentes, con las cunetas borboteando sangre de ciudadanos ejemplares, no se echara a las barricadas para acabar con aquella pesadilla, no provocara algaradas, insurrecciones y subversiones para echar al tirano de El Pardo, por supuesto con la ayuda del exterior.

Extraordinario fue también el hecho de que no hubo ninguna oposición democrática al franquismo, pues los terroristas y los comunistas no buscaban defender las libertades. ¿Cómo explicar a las generaciones futuras que aquel holocausto contra los derechos humanos solo tuvo como respuesta interna las conspiraciones del impresentable Juan de Borbón, y el espantoso ridículo del «contubennio» de Múnich?

¿Cómo explicar que el exterminador Franco murió en la cama, y que durante todo su mandato recibió entusiásticas manifestaciones de cariño, de admiración, incluso de veneración? ¿Qué portento hizo que, a su muerte, el 82% de los españoles ―entre los que había muchos rojos― sintieran su muerte? ¿El síndrome de Estocolmo, acaso?

Pasmoso es también que un mandatario que no hizo pantanos ―dicen que la República ya los tenía proyectados―, que no universalizó la Seguridad Social, que no dio ningún beneficio a los trabajadores, que no construyó ni escuelas, ni hospitales, ni Universidades… que no hizo nada sino fusilar y torturar… tuviera ese abrumador apoyo popular.

Milagroso es que la inmensa mayoría de la gente de mi edad, la gente que vivió aquella época oscura, tenebrosa, horrenda y siniestra, tengamos una profunda admiración al genocida de El Pardo.

En resumen, es del todo punto un misterio espectacular, un arcano incognoscible que Franco, el genocida, el destripador, el asesino, el déspota, el mediocre militar, el político inepto, cogiera una España subdesarrollada y desgarrada por el cainismo y la llevara, tras cuarenta años de paz, orden y progreso, a unas elevadas cotas de desarrollo, de bienestar, de armonía…

Y la prueba es que el verdadero objetivo de la memoria histórica que persiguen los detractores de Franco es, más que ganar una guerra que perdieron, aplicar a Franco la «damnatio memoriae», con el fin de borrar los asombrosos logros que consiguió para nuestra Patria, sus hazañas guerreras, políticas y económicas, porque, de no hacerlo así, de poder comparar la España de Franco con la mierdocracia actual que está llevando a nuestra Patria a la más completa ruina autodestructiva, el horror de la España actual quedaría al descubierto.

Me han llegado noticias de un juego satánico de bricolaje que consiste en un «kit» donde se ve a Jesús con los brazos extendidos, pero sin Cruz, y un juego de sayones, esbirros, maderos, soldados, etc., con el lema de «Crucifícalo tú mismo». Satanás puro, ¿verdad?

Por el otro lado tenemos a un Gobierno bafomético, jugando a desenterrar a Franco: se ve un Valle, una tumba, perroflautas, excavadoras, demonios, rojos, luciferinos con su cornamenta… y el lema dice: «¡Desentiérralo tú mismo!». Satánico, ¿no es así?

Cristo y Franco… Pero, ¡ay, sus enemigos!: en el Armageddón os esperan.

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