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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

lunes, 14 de octubre de 2024

El PSOE en nuestras vidas / por HUGHES


"..La trilogía González-Zapatero-Sánchez ha marcado nuestras vidas, aunque Moa le acaba otorgando una especial importancia a un hecho protagonizado por el PPla condena del franquismo que hizo Aznar en 2002.

El PSOE en nuestras vidas

HUGHES
La Gaceta/13 de octubre de 2024
Se ha publicado recientemente el último libro de Pío Moa, El PSOE en la historia de España. Con independencia del debate historiográfico, Moa se ha convertido en una actitud y un destino: una actitud intelectual de oposición; un destino de ostracismo. En cierta medida, descorrer el velo nos hace a todos un poco Pío Moas, nos desfrivoliza y nos empecina.

En su libro —a nadie puede sorprender— hace un balance negativo del PSOE, al que considera, sin embargo, el partido más influyente en cien años, muy superior política e ideológicamente al PP.


Su impacto alcanza varias fases: en la Restauración fue negativo, ayudó a traer y también a destruir la República, se fue de vacaciones durante el franquismo y ha dominado el 78, dándole su dirección histórica. Paradójicamente, sólo tuvo una labor constructiva real, positiva y plausible en la dictadura de Primo de Rivera. En la otra, la de Franco, no estuvo ni en un lado ni en otro. Pero conservó el nombre y su gran virtud, consistente en no ser el Partido Comunista. El PSOE no era anarquista ni comunista, ni tenía el pecado de origen de los exfranquistas neodemócratas, así que las siglas del PSOE eran perfectas en la Transición (antes de la Transición) para presentarse al casting internacional y llevarse el papel de fuerza que liderara el posfranquismo e integrara España en las aguas tranquilas de la homologación internacional y la entrega de soberanía…

El PSOE, desde entonces, lideró medio siglo de «democracia como promesa», en genial expresión recientísima de Zapatero.

La trilogía González-Zapatero-Sánchez ha marcado nuestras vidas, aunque Moa le acaba otorgando una especial importancia a un hecho protagonizado por el PP: la condena del franquismo que hizo Aznar en 2002.

Moa le concede a esto una importancia capital. Con mayoría absoluta, el PP asfalta ahí la segunda transición. Si la primera fue reforma, esta sería ruptura, una ruptura que pudo haber empezado como proceso en 1997, cuando asesinan a Miguel Ángel Blanco (prescrito, olvidado, profanado, su tumba fuera del País Vasco), y comienzan los movimientos en el PNV y en el mismo PSOE. En la reacción estratégica a ese asesinato cabe señalar la flexión, el gozne.

Pero es el acto de Aznar, junto con su ridícula impostura azañista, lo que oficializa el cambio en la base legitimadora del régimen. 

«La pirueta anulaba el referéndum de 1976, legitimaba la ruptura, entregaba la legitimidad política e histórica al Frente Popular y sus herederos, y socavaba los cimientos de la transición, de la monarquía, y la propia democracia, brotadas diríamos del franquismo». 

La legitimidad histórica salta, muta. La del rey, que viene del franquismo, queda olvidada, condenada, cegada incluso, y se reconoce otra que brota del Frente Popular. La operación es un genial empalme de cables histórico-políticos.

Se corta el hilo de continuidad histórica y el franquismo pasa a ser una especie de larga noche de piedra, de gran oscuridad originaria de la que hacer surgir derechos y liberaciones en la mujer, en los gais, en los «territorios»… La expansión de derechos sin límites de la que habla Zapatero.

La condena del franquismo era la forma que tenía el PP de ocultar su pasado franquista, los neodemócratas se ponían así al día, aunque al PP no le sirviera para librarse esos años del cordón sanitario; 

en cuanto al PSOE, así trasladaban a otro su responsabilidad en la Guerra Civil. PSOE y PP se ponían de acuerdo en el antifranquismo, un antifranquismo falso, teatral, ausente en las biografías de todos, convertido en un nuevo rasgo común, un nuevo consenso con los separatistas, una nueva comunidad.

De forma natural, esa nueva base de legitimidad acaba reconociendo a los etarras, pues su antifranquismo sí fue «real y arriesgado». No sólo son incluidos, acabarán siendo hiperlegitimados.

(La sustancia histórico-política preciosa de la que surge todo, ese oro narrativo, ellos la tienen más que nadie, más que ninguno. Es más, ¡ellos la ceden! Como el adulto que presta el DNI para que entren en un club los menores de edad. No es que estén abrazados a la ETA, ¡es que sin ella no pueden ir muy lejos!).

Esa condena de Aznar y la comunión antifranquista se blindó luego (Zapatero) con la Ley de Memoria Histórica, cuya evolución y resultado sigue votando el PP esta misma semana.

En la presentación de uno de sus libros, Zapatero dijo hace unos meses algo revelador: «Mi obra política fue continuación de la Transición». La reforma pasaba a ser rupturizada. Para Moa, «Zapatero fue la consecuencia natural de la condena del franquismo por Aznar», igual que Rajoy significó su suave continuidad respetuosa. De la reforma de la primera Transición al rupturismo de la segunda hay una colosal labor de transformación política e histórica que ha pilotado el PSOE, pero dentro de una sorprendente continuidad.

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