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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

martes, 15 de octubre de 2024

La puerta de la esperanza / por Pla Ventura


"..había que tener un temple extraordinario para narrar el tránsito de la vida a la muerte cuando al doctor Vallejo-Nágera le dijeron que le quedaban seis meses de vida.."

 La puerta de la esperanza

Pla Ventura
Toros de Lidia/14 octubre, 2024
Hace cinco lustros el doctor Juan Antonio Vallejo-Nágera editó el que sería su último libro, LA PUERTA DE LA ESPERANZA, un documento que me emocionó hasta la locura puesto que, hasta aquel entonces, por muchos libros que hubiera leído ninguno me cautivó como el aludido. En aquel instante comprendí que, la realidad siempre supera a la ficción. Lo digo porque había que tener un temple extraordinario para narrar el tránsito de la vida a la muerte cuando al doctor Vallejo-Nágera le dijeron que le quedaban seis meses de vida.

Vallejo se tomó la noticia como lo más normal del mundo, no en vano era un personaje muy especial, de aquellos que te encuentras uno cada cien años, de otro modo no sería posible entender la grandeza del citado doctor en psiquiatría que, pasados los años se convertiría en un auténtico narrador de enorme éxito, casi siempre apoyándose en el saber que la había dado la vida en su profesión, de ahí que, muchos de sus libros eran de autoestima para cualquier ser humano que pudiera encontrarse en una situación de depresión, lo que certificaba que, el doctor Vallejo-Nágera curaba tanto o más con sus letras que con la propia medicina.

Fueron muchas sus obras editadas con el dulce sabor del éxito, hasta ganó el prestigioso Premio Planeta con su narración YO EL REY. Por todo lo sabido, Vallejo llevó lo que se dice una vida apasionante allí donde las hubiere; su sentido creativo por la literatura le llevó por senderos insospechados, hasta el punto de que su última obra, LA PUERTA DE LA ESPERANZA se tradujo a más de treinta idiomas, un dato que dice todo se la misma y que sobran todas las palabras que queramos añadirle.

Escribo estas letras para confesar que, cuando leí el libro así como muchos años después, fascinado como quedé, lo releí en varias ocasiones puesto que, comprobar cómo un hombre que está condenado a muerte, sin fuerzas, sin apenas alientos, llamó a su amigo José Luis Olaizola para que, el escritor plasmara sobre el papel todo lo que Vallejo le indicara;

 y lo hicieron a ratos, cuando el doctor se encontraba con más o menos fuerza, así hasta dos días antes de morir en que Vallejo le confesó a Olaizola que el libro había concluido, que si él quería añadir algo más estaba en su derecho porque el doctor moriría dos días después.

Aquella obra me daba fuerzas para no quejarme jamás; era la historia de un hombre que, sentenciado a muerte, a diario, le daba gracias a Dios por poder narrar su última experiencia con la ayuda de su amigo Olaizola. ¿Quién gozando de buena salud como era mi caso, leyendo dicho libro sería capaz de quejarse o lamentarse de algo? Era imposible. Sin duda, la gran lección que nos dejó para siempre el doctor Vallejo Nágera que, cinco lustros después todavía lo he vuelto a leer, ahora bajo la circunstancia de mi enfermedad para darle gracias a Dios puesto que, pese a mi dolor, al parecer, todavía no estoy sentenciado a muerte; estoy pasando por un trance fatal es muy cierto y, como hiciera el doctor en su última obra, escribo cada vez que mi cuerpo encuentra un poquito de ánimo para seguir vivo.

En su momento le di gracias a Dios tras leer LA PUERTA DE LA ESPERANZA porque, sin duda era –sigue siendo- un documento reconfortante por el que le daba gracias al Altísimo por estar lleno de salud; ahora le sigo dando gracias a Dios porque, tras haber perdido el bien más preciado que pueda tener un ser humano, la salud, leyendo dicho libro me aferro a toda esperanza de vida. Según los doctores no tengo cita con la muerte, al menos según los pronósticos, pero sí un duro trance por que pasar que no se lo deseo a nadie. Como dije en su día, si salgo de este trance me volveré más agradecido con la vida, y con sus gentes y, si ocurre todo lo contrario, en mi último aliento le daré gracias a Dios por haberme permitido vivir setenta y cinco espléndidos años de salud y bienestar.

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