El Juli y Castella abandonan a hombros
la plaza de Santamaría, con los tendidos llenos
Se lidió una magnífica corrida de César Rincón
El Juli y Sebastián Castella salieron a hombros de la Santamaría de Bogotá, después de cortar dos orejas cada uno, en la primera corrida de la temporada de la capital colombiana. Por la puerta grande reivindicaron las dos figuras la Fiesta en Bogotá, después de que su alcalde haya planteado la posibilidad de «modificar» las corridas... Antes lo habían hecho los aficionados que casi llenaron el coso y gozaron del arte del toreo.
La quinta oreja corrió a cuenta del colombiano Sebastián Vargas, quien completó el cartel del que fue un magnífico encierro de Las Ventas del Espíritu Santo, ganadería del maestro César Rincón. Seis toros muy serios de presentación y de muy buen juego, pese a que los lidiados en segundo y tercer lugar no valieron, el primero de ellos porque se lesionó en el ruedo, y el otro porque no tenía las fuerzas suficientes para embestir con emoción, según crónica de Efe.
Por eso, la segunda mitad de la corrida valió para elevar la grandeza del festejo, lo que se debió también a la tauromaquia de una máxima figura del toreo como El Juli. Supo cuidar al quinto de la tarde en los dos primeros tercios, interpretó una faena de esas que trascienden para la historia. «Negrito», como se llamaba el toro, tenía fijeza y mucha calidad como principales virtudes, una materia prima ideal para el torero madrileño, que se puso a torear con una lentitud y profundidad asombrosas.
Los muletazos con la diestra fueron soberbios por el poderoso trazo del torero, pero con la muleta en la mano izquierda y al natural El Juli atornilló sus zapatillas en la arena para no moverse. Echó la muleta muy abajo y se trajo muy toreado al animal. Fue una serie cumbre, en la que se contaron hasta siete naturales de esos que levantan a la gente de los tendidos y con la piel erizada. Y luego, hubo momentos de toreo inspirado, de recortes graciosos y muy torerosn, por ejemplo, unos molinetes por bajo, ligados, que en las manos del torero parecieron trascender a suerte fundamental. Faena histórica.
La espada, ejecutada con contundencia, se la tragó el toro fiel a su condición de bravo, que se fue a morir en la mitad del ruedo bajo una gran ovación y una lluvia de pañuelos blancos que reclamaban los máximos trofeos. Dos orejas para Julián López y vuelta al ruedo en el arrastre para «Negrito».
El segundo de la tarde, ovacionado por su seriedad tan pronto se asomó al ruedo, era el toro para El Juli porque embestía con emoción y calidad, galopaba tras los engaños con fijeza y bravura, pero se lastimó una mano al inicio del tercer tercio.
A Sebastián Castella parece no haber otro torero que lo pique tanto como El Juli, y por eso, en el sexto, salió a dar réplica y apoderarse de la tarde. El guión tuvo la novedad de un quite por saltilleras, ajustado y templado, y luego un inicio de faena con la muleta con una estrategia muy conocida, el cambiado por la espalda que permite elevar las emociones.
Aunque el toro tenía una tendencia a buscar las tablas, el torero francés supo sujetarlo en la mitad del ruedo, donde los muletazos con la diestra fueron ligados y templados. Pero la cima de la faena alcanzó su lugar con un par de series al natural que tuvieron fino trazo, y luego, con la plaza convertida en un manicomio, acortó las distancias entre su cuerpo y los pitones del toro. Y el pisar esos terrenos comprometidos le permitieron ligar circulares invertidos que aumentaron los decibelios de emoción.
Sebastián Vargas no pudo acompañar a sus alternantes en la salida a hombros. La razón, esa espada que era una de suertes conquistadas, esta vez lo traicionó. Porque pudo cortar una oreja del primero, otro toro con calidad, al que banderilleó con espectacularidad y al que lidió de forma templada. Cabe destacar que hubo muletazos que también tuvieron mucha calidad.
El cuarto también tenía muchas opciones, aunque sus embestidas no tenían la suficiente transmisión, pero Vargas no sólo estuvo dispuesto sino que lideró una lidia muy acertada, sustentada en el toreo fundamental en series que también merecieron admiración. Cortó una oreja porque tuvo que recurrir al descabello.
La quinta oreja corrió a cuenta del colombiano Sebastián Vargas, quien completó el cartel del que fue un magnífico encierro de Las Ventas del Espíritu Santo, ganadería del maestro César Rincón. Seis toros muy serios de presentación y de muy buen juego, pese a que los lidiados en segundo y tercer lugar no valieron, el primero de ellos porque se lesionó en el ruedo, y el otro porque no tenía las fuerzas suficientes para embestir con emoción, según crónica de Efe.
Por eso, la segunda mitad de la corrida valió para elevar la grandeza del festejo, lo que se debió también a la tauromaquia de una máxima figura del toreo como El Juli. Supo cuidar al quinto de la tarde en los dos primeros tercios, interpretó una faena de esas que trascienden para la historia. «Negrito», como se llamaba el toro, tenía fijeza y mucha calidad como principales virtudes, una materia prima ideal para el torero madrileño, que se puso a torear con una lentitud y profundidad asombrosas.
Los muletazos con la diestra fueron soberbios por el poderoso trazo del torero, pero con la muleta en la mano izquierda y al natural El Juli atornilló sus zapatillas en la arena para no moverse. Echó la muleta muy abajo y se trajo muy toreado al animal. Fue una serie cumbre, en la que se contaron hasta siete naturales de esos que levantan a la gente de los tendidos y con la piel erizada. Y luego, hubo momentos de toreo inspirado, de recortes graciosos y muy torerosn, por ejemplo, unos molinetes por bajo, ligados, que en las manos del torero parecieron trascender a suerte fundamental. Faena histórica.
La espada, ejecutada con contundencia, se la tragó el toro fiel a su condición de bravo, que se fue a morir en la mitad del ruedo bajo una gran ovación y una lluvia de pañuelos blancos que reclamaban los máximos trofeos. Dos orejas para Julián López y vuelta al ruedo en el arrastre para «Negrito».
El segundo de la tarde, ovacionado por su seriedad tan pronto se asomó al ruedo, era el toro para El Juli porque embestía con emoción y calidad, galopaba tras los engaños con fijeza y bravura, pero se lastimó una mano al inicio del tercer tercio.
A Sebastián Castella parece no haber otro torero que lo pique tanto como El Juli, y por eso, en el sexto, salió a dar réplica y apoderarse de la tarde. El guión tuvo la novedad de un quite por saltilleras, ajustado y templado, y luego un inicio de faena con la muleta con una estrategia muy conocida, el cambiado por la espalda que permite elevar las emociones.
Aunque el toro tenía una tendencia a buscar las tablas, el torero francés supo sujetarlo en la mitad del ruedo, donde los muletazos con la diestra fueron ligados y templados. Pero la cima de la faena alcanzó su lugar con un par de series al natural que tuvieron fino trazo, y luego, con la plaza convertida en un manicomio, acortó las distancias entre su cuerpo y los pitones del toro. Y el pisar esos terrenos comprometidos le permitieron ligar circulares invertidos que aumentaron los decibelios de emoción.
Sebastián Vargas no pudo acompañar a sus alternantes en la salida a hombros. La razón, esa espada que era una de suertes conquistadas, esta vez lo traicionó. Porque pudo cortar una oreja del primero, otro toro con calidad, al que banderilleó con espectacularidad y al que lidió de forma templada. Cabe destacar que hubo muletazos que también tuvieron mucha calidad.
El cuarto también tenía muchas opciones, aunque sus embestidas no tenían la suficiente transmisión, pero Vargas no sólo estuvo dispuesto sino que lideró una lidia muy acertada, sustentada en el toreo fundamental en series que también merecieron admiración. Cortó una oreja porque tuvo que recurrir al descabello.
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