Padilla, la tragedia y la gloria
Por Carlos Crivell
No hay mal que por bien no venga. De la tragedia casi inminente a la gloria de estar en carteles impensados. Padilla es un matador de toros de largo recorrido, definido por una intachable trayectoria en la que se ha jugado el físico con los toros más fieros del campo bravo. La carrera de Padilla ha sido una permanente angustia por las condiciones de reses a las que ha debido enfrentarse, porque sólo en su Jerez natal podía lidiar los toros más dulces de la dehesa, pero su sino era la lucha y la proeza cada tarde.
Llegó la espantosa cornada de Zaragoza y temimos por su vida, nos estremecimos por las secuelas, nos alegramos cuando salió del hospital y se puso al mundo por montera para anunciar que ese toro de Ana Romero no era el último de su vida. Ahora, pasado el tiempo, cuando todavía la cara es una asimetría imperfecta, con un ojo tapado porque por ahí no ve absolutamente nada, Padilla anuncia con firmeza y orgullo que su vida de torro sigue. De momento, Olivenza en una fiesta de lujo, pero en el futuro se pondrá delante de lo haga falta porque sigue siendo Padilla y hay Ciclón de Jerez para rato. Sin embargo, como es natural, el torero aspira a probar bocados más agradables de los que ha debido digerir hasta ahora. Sus apoderados se encargarán de ello.
La vida es un laberinto de sorpresas continuadas. Padilla va a recoger el fruto apetecible de un trato más agradable después de sufrir una cornada terrible. Es un premio justo a su sacrificio, porque no es la primera vez que un toro juega entre sus astas con su anatomía. Ha debido llegar esta cornada para poder torear en ciclos de postín que siempre tuvo cerrados. Es de justicia, pero es una paradoja.
A Padilla hay que desearle suerte. No será fácil ser torero en sus condiciones físicas. Lo que pueda aprovechar ahora y recoger se lo ha ganado con creces. Sólo queda reflexionar que hay muchos otros toreros que siguen en su lucha y que nunca gozarán de las mieles del cartel de tronío porque no tuvieron la mala suerte que ha tenido el de Jerez. Es la paradoja tremenda de una profesión muy dura. Es la consecuencia de que, en el fondo, el morbo sigue siendo una constante en esta sociedad. Bueno es que Padilla salte para sentarse en la mesa de los elegidos. Padilla seguirá siendo el mismo torero, el pundonoroso diestro capaz de escribir páginas de valor y entrega en la cara de reses poderosas. La cornada que pudo ser su final en vida, ahora le da satisfacción que nunca pudo imaginar de poder torear en festejos de máxima expectación. Que lo disfrute porque lo merece. Y que esto le dure unas cuantas temporadas.
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