Aún recuerdo sus palabras cuando le llamé en agosto de 2015 para decirle que un grupo de amigos íbamos a iniciar una serie de acciones con la finalidad de que se le concediera la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes que concede desde hace años el Ministerio de Cultura. Él, con la serenidad y ese hablar pausado que le caracterizaba, me dijo: “Yo os agradezco el gesto que tenéis, que os molestéis por solicitar esa medalla para mí, pero yo me considero suficientemente premiado con el reconocimiento y el cariño de los aficionados”.
Dámaso González, Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes
José Mª Jericó
El tiempo y sus designios marcan implacablemente cuándo tienen que suceder las tragedias que en ocasiones sorprenden y hasta pueden llegar a confundir a los más escépticos.
En plena canícula agosteña nos dejó helados la inesperada muerte del maestro Dámaso González. Sucedió cuando muchos pueblos de la geografía española celebran sus fiestas patronales, entre ellos los pueblos de las sierras del Segura y Alcaraz, desde donde escribo estas líneas. Allí celebraron sus fiestas con sus típicos encierros a la antigua usanza; pueblos que Dámaso recorrió en sus comienzos con el ‘hatillo’ al hombro y la ilusión de llegar a ser alguien importante en el difícil mundo del toreo. Ahora, cuando acaba de comenzar en su ciudad natal, Albacete, la Feria del Centenario de la Plaza en la que muchas tardes triunfó, y en la que, con esa generosidad que le caracterizaba, tantas veces fue el principal organizador y protagonista del tradicional festival del Cotolengo y de la corrida de Asprona, se le echa ya mucho de menos.
Dámaso tenía el secreto del temple en sus muñecas y, desde un valor sin fisuras, fue dominador de los difíciles y arriesgados terrenos que pisaba retando siempre a toros de hierros legendarios para poderles en esa lucha de gloria y muerte, en la que tantos triunfos alcanzó y que agigantaron su grandiosa historia. Faenas épicas en el recuerdo. Fue precursor e innovador de una tauromaquia en la que bebieron muchos toreros que siguieron sus pasos, y, aunque quizá un poco tarde, al final acabaron por hacerle justicia, reconociéndole que bebieron en las fuentes taurinas del maestro. “Maestro de Maestros”, tal y como lo han reconocido grandes figuras del toreo.
Dámaso se nos ha ido en silencio, como él era, con discreción y sorprendiéndonos a todos, profesionales y aficionados, que desconocíamos el mal que acechaba al maestro. Aún recuerdo sus palabras cuando le llamé en agosto de 2015 para decirle que un grupo de amigos íbamos a iniciar una serie de acciones con la finalidad de que se le concediera la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes que concede desde hace años el Ministerio de Cultura. Él, con la serenidad y ese hablar pausado que le caracterizaba, me dijo: “Yo os agradezco el gesto que tenéis, que os molestéis por solicitar esa medalla para mí, pero yo me considero suficientemente premiado con el reconocimiento y el cariño de los aficionados”. Se hicieron las gestiones en pro de que le fuera otorgada la merecida Medalla de Oro al maestro, pero el reconocimiento nunca llegó; sin embargo, si creció la admiración, el respeto y el cariño a Dámaso González, tanto a su ejemplar trayectoria profesional como humana. Las repercusiones que ha tenido su triste fallecimiento y el dolor de sus paisanos, compañeros de profesión y aficionados en el sepelio ha quedado de manifiesto desde todos los ámbitos del Planeta de los Toros.
Maestro, desde donde te encuentres, desde el más allá, donde seguro estarás rodeado de tantos seres queridos que se nos han ido, y asomado a ese palco celestial desde el cual verás como se te recuerda en la Feria del Centenario de tu plaza, recibe el testimonio del cariño imperecedero de todos cuantos te conocimos y hoy lloramos tu pérdida.
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