Imagen de Barcelona ayer noche.
Nunca en la historia de este país, ni siquiera durante el periodo en el que fue proclamada la república catalana desde un balcón de la Generalitat, el número de traiciones al pueblo había sido tan alta. Los separatistas catalanes, espoleados por la parálisis del Gobierno de España, están arrastrando a nuestro país a una quiebra de consecuencias imprevisibles.
Arde Cataluña mientras el felón de Pedro Sánchez rechaza quitarle la antorcha al pirómano loco
AD.- 17.10.2019
Las técnicas de guerrilla urbana en las calles de Cataluña, perfectamente coordinadas, han sobrepasado a nuestros cuerpos y fuerzas de seguridad. Tanto los Mossos como la Policía Nacional son incapaces de restablecer el orden y de poner fin a la escalada de violencia terrorista. No resultaría fácil explicar a un observador extranjero que la policía que se enfrenta en primera línea a los terroristas callejeros, está siendo dirigida por el principal responsable de dar alas y legitimidad moral a esos mismos violentos. De tanto jugar con fuego, el principio de autoridad en Cataluña ha quedado chamuscado.
Nunca en la historia de este país, ni siquiera durante el periodo en el que fue proclamada la república catalana desde un balcón de la Generalitat, el número de traiciones al pueblo había sido tan alta. Los separatistas catalanes, espoleados por la parálisis del Gobierno de España, están arrastrando a nuestro país a una quiebra de consecuencias imprevisibles. Cataluña está siendo pasto de las llamas y difícilmente un pirómano, y mucho menos un traidor al servicio del mundialismo, puede tener legitimidad moral para imponer su autoridad a los violentos. Sostuvo Josep Anglada que el problema para Cataluña es estar en las manos de un loco. Únase a ello el problema de que los españoles estemos en manos de un felón cobarde como Pedro Sánchez y tendremos la combinación perfecta para que la violencia y el caos se hayan enseñoreado de los espacios públicos catalanes.
Solo alguien consumido por el sectarismo más feroz podría negar que la degradación de la vida española no ha hecho sino crecer en los últimos años de experiencia democrática. Nos dijeron que la democracia serviría para restañar viejas heridas y para que todos caminásemos en la misma dirección y hoy vemos con dolor cómo el odio de unos españoles contra otros está siendo alentado desde muchas instituciones del Estado.
Sorprende también la parálisis del conjunto de la población española ante los gravísimos acontecimientos que se viven en Cataluña. Que el pueblo español mayoritariamente no reaccione ha sido el fruto del trabajo meticuloso de nuestra clase política y sus medios informativos, cuya dosis de anestesia diaria a través de las televisiones ha anulado en los hombres y mujeres de España los grandes reactivos nacionales.
Ha existido durante años una complicidad manifiesta entre la izquierda española y los separatistas que quieren volar el Estado. A estas horas, los servicios de inteligencia desconocen a los promotores de tanta devastación, que ha requerido de meses de concienzuda preparación. Nadie supo o quiso detectar lo que estaban preparando. A los pocos minutos de las protestas en Blanquerna, los servicios de información conocían los detalles de todos sus participantes, que fueron rápidamente detenidos. En el caso de Tsunami Democratic, organización instigadora de los actos de rebelión y sabotaje en Cataluña, el Ministerio del Interior anda a oscuras. Hay indicios sin embargo que establecen una relación directa entre el nacimiento de esta organización terrorista y Puigdemont. Su representante en Cataluña, Quim Torra, hoy ha vuelto a amenazar, nada menos que desde el Parlamento regional, con otro referéndum ilegal como el del 1 de octubre. Nadie tiene el valor de arrebatarle la antorcha al pirómano. Parece que los «dossieres» de Pujol juegan un importante papel disuasorio.
Es imperio un Gobierno fuerte que disponga de las asistencias precisas para devolver la seguridad al país y poner a disposición judicial a los que pretenden destruirnos. Ese Gobierno no puede ser el que tiene como ministro del Interior a un ex juez que cenaba ayer noche plácidamente en un restaurante de moda de Chueca, mientras los violentos prendían fuego a Barcelona.
El Gobierno de Pedro Sánchez antepone a las medidas restablecedoras del orden en Cataluña que la oposición y la opinión pública le exigen, el temor a romper puentes con sus posibles socios parlamentarios tras el 10 de noviembre. Si la violencia no se ataja en Cataluña, es cuestión de horas o de días que se produzcan las primeras víctimas mortales. Llámese estado de sitio, de excepción o 155, pero es inaplazable quitarle la antorcha al pirómano loco antes de que las llamas terminen devorándolo todo.
Por ello, cada día que Quim Torra permanezca al frente de la Generalitat e instigando a la insurrección con total impunidad, será una prueba más de la rendición del Gobierno y del desprecio de Pedro Sánchez por la vida de los españoles.
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