En plena composición durante la 'juampedrada'
Tontos no son, pero lo más preocupante es que piensan que tontos son los aficionados que pagan una entrada. A base de estas ‘pedradas’, avaladas por muchos, la existencia de nuestra querida fiesta tiene los días contados.
Una 'juampedrada'
La pasada semana, durante la feria del Pilar de Zaragoza, se ‘lidió’ una corrida de Juan Pedro Domecq.
Hasta ahí todo parece normal, pues casi no hay feria en la que la famosa ganadería no aparezca en los carteles. Zaragoza no iba a ser una excepción. Para ‘enfrentarse’ a ella hicieron el paseíllo Ponce, Cayetano y Álvaro Lorenzo, toreros de los llamados figuras y uno, que no lo es, pero que se coló dentro del cartel.
La gran mayoría de los medios ensalzaron el juego de los toros corridos, algo así como si quisieran expresar que aquello fue el sumun de la bravura. El no va más de la boberia bovina diría yo que fueron.
Por supuesto que sus matadores disfrutaron de lo lindo con las ‘calidades’ que les ofrecieron los cornúpetas, el público en general también, los medios afines aún más, incluso como si los hubieran toreado ellos, pero resulta muy preocupante que animales bravos lleguen a esa condición, adquirida genéticamente, de ser tan sumisos, tan obedientes, tan domesticados… tan estúpidos diría yo.
Se han dejado torear… es una frase acuñada sobre el comportamiento de los toros que no ofrecen problemas a sus lidiadores. Pero en este caso llegó más lejos, se puede afirmar que con tanta colaboración no se admite que se conjuguen los verbos lidiar ni torear. Toros que mueren hasta con solo un pinchazo, es sinónimo de dulzura, de máxima docilidad, de extrema facilidad para entregarse a su matador.
Digo yo que todo eso es una adulteración del origen y sentido del enfrentamiento entre un toro y un torero. Toda la génesis, el origen, de esta lucha del hombre con la fiera baja a los infiernos de lo que es su esencia, aunque a muchos les parezca tocar la gloria. La ‘juampedrada’ de Zaragoza fue un simulacro total de lo que ha de ser, tal y como la entendemos, una corrida de toros.
De ahí que todos los encopetados diestros quieran torear una juampedrada, aunque ello signifique una juan-pedrada de las más perniciosas para la continuidad de la Fiesta Brava. Una gran pedrada en la línea de flotación en la que ha de sustentarse ese enfrentamiento, que para serlo ha de ser auténtico, visible y reconocible. Reconocer méritos a ‘comerse’ unos melocotones en almíbar, es tanto como llegar a aceptar que hay que pagar entrada para ver cómo entrena un torero con un carretón.
No es lo mismo, ni lo puede ser, prepararse para entablar una pelea con un boxeador profesional que con un vecino o un amigo. Los riesgos y la preocupación previa, y durante, por la posibilidad de poder recibir un puñetazo en la mandíbula son muy diferentes. De ahí que las figuras elijan siempre pelear con el amigo y, alguna rara vez, con un vecino.
Tontos no son, pero lo más preocupante es que piensan que tontos son los aficionados que pagan una entrada. A base de estas ‘pedradas’, avaladas por muchos, la existencia de nuestra querida fiesta tiene los días contados.
Eso sí, siempre quedará el poder ir a ver entrenar a las figuras... si es que eso puede seguir interesando a alguien por muy bonita que sea su composición estética.
Foto: Coso de La Misericordia
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