Ayer tuvimos la fortuna de presenciar el festival de Chinchón, el festejo por antonomasia que cierra la temporada española en la que, desde hace más de cien años, todos los toreros de todas las épocas han desfilado por dicho pueblo. En esta ocasión, como referente para dicho festejo, actuó el diestro Curro Díaz que, de igual modo, cerraba su temporada con broche de oro.
Curro Díaz, torería bajo la lluvia
Se lidiaron toros de Antonio Bañuelos que, sin duda alguna, desarrollaron más casta que toda la camada de Juan Pedro, juntos. Era una novillada pero tuvo más que torear que la gran mayoría de los toros de las figuras, hasta el punto de que algunos de los participantes se vieron desbordados por el juego de los toros, de forma muy concreta un tal Jesulín de Ubrique que, nadie sabe las razones por la que participó en dicho festival. Si lo hizo gratis, como se presupone, hay que agradecerle su presencia pero, artísticamente, hizo el ridículo más espantoso porque estuvo a merced del toro; es decir, todas las precauciones del mundo en su haber por aquello de sortear las encastadas embestidas de su enemigo. Y pensar que este hombre, hace ahora treinta años, encandiló a propios y extraños. ¡Qué cosas tiene la vida!
Ni la lluvia quiso perderse aquel tratado de torería al más alto nivel de Curro Díaz que, una vez más, conquistó a presentes y ausentes con el embrujo de su toreo. Al igual que sus compañeros le correspondió un toro encastado al que, la muleta de Curro Díaz, a modo de caricias, iba doblegando aquel torrente de bravura, justamente la que suele desbordar a la mayoría de los lidiadores que, desdichadamente no están acostumbrados a ello. Torería al más alto nivel en las manos y sentidos de Curro Díaz, la que supo asombrar a los aficionados presentes en dicho ruedo y, sin duda alguna, cautivar a los cientos de miles de aficionados que le vimos por las cámaras de la televisión. Magia, duende, empaque, gracia natural y una dosis de torería en su conjunto que, al final, una soberana estocada culminó la obra que Curro había soñado antes del paseíllo.
Claro que, tras ver la obra de Curro Díaz, todo lo demás nos resultó muy pobre y, dicho sea de paso, los muchachos participantes, todos, dieron lo mejor que tenían que, de no haberse encontrado en su camino al diestro de Linares hubieran brillado mucho más. Para todos, gratitud y admiración por aquello de ser partícipes de dicho festival. Nada que objetarles a Leonardo Hernández, José Garrido, Álvaro Lorenzo que cortaron una oreja cada uno, así como Álvaro de Chinchón que cortó dos orejas como premio a su entrega. Hagamos notar que el toro más complicado cayó en las manos de Aitor Fernández que solventó la papeleta con dignidad.
Como queda dicho, además de la lluvia, de este festival emblemático de Chinchón, recordaremos la obra bella de Curro Díaz puesto que, de sus manos y sentidos brotó aquel caudal de torería que inundó el ruedo de Chinchón. Sin duda alguna, el momento artístico que atraviesa Curro Díaz es digno de admiración puesto que, tras varias faenas de auténtico calado artístico a lo largo de la temporada, el diestro linarense ha culminado su año con una faena de ensueño, justamente, de las que solo tienen cabida en sus manos y sentidos. Y, de forma curiosa, no ha sido en un festivalito a modo con un animalito de broma, todo lo contrario, ante un toro encastado que recibió dos puyazos que, de haberle dado un tercero tampoco hubiera pasado nada; es decir, se picó dicho festival con más ahínco y firmeza que la mayoría de las corridas de toros lidiadas por las figuras a lo largo del año. Los toros, claro, eran de Antonio Bañuelos que, de burros fofos no tienen nada puesto que, hasta en un festival, la casta hizo su aparición para que pudiéramos ver en plenitud al artista más puro de todo el escalafón, sencillamente, Curro Díaz.
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