La pompa del lanzamiento, el lujo de los carteles, el reto al toro de la desgracia y el alarde supremo, lo nunca visto; ¡Morante con miuras! ¡Como Joselito! ¡Y en La Maestranza! ¡Lo máximo! Pero nada. La ilusión ocultaba su triste realidad. No sería.
Pero no por la pandemia, ni por el metro y medio sanitario, ni por la rigidez de los gobiernos regional y nacional que lo impusieron desde antes, y que han sido inculpados uno u otro (son contrarios) a gusto político de cada quien. No, nada de eso, pues con esa restricción se han dado y se siguen dando corridas en otras plazas españolas. Las Ventas anuncia un festival con el 25% (6.000 espectadores). Incluso la temporada ha incrementado sus festejos pese a la suspensión de Sevilla. Fue la exigencia empresarial (ANOET) del 50% mínimo de aforo.
La misma Junta de Andalucía instó al empresario a dar la feria con las limitaciones de concurrencia vigentes como hacían otros. Pero no, el 50% fue innegociable. Y a pesar de saberse desde el principio, ilusionados, toreros, ganaderos, aficionados, periodistas, y hasta los antitaurinos, que también la debían estar esperando para formar tremolina, quedamos como viendo un chispero. ¿Pero por qué llamarnos a engaño ahora?
¿Por qué sentirnos burlados como las complacientes enamoradas de Don Juan que también sabían lo suyo de ese paradigma de seductores, o “Acosadores sexuales” que llaman en estos tiempos gazmoños de ”Me too”? Por qué lamentar como las desengañadas por ese mito de la fascinación, alumbrado hace ya más de cuatro siglos, y casi al tiempo con la figura del empresario taurino.
Sería pura coincidencia, pero así fue. La estrella del imperio español tocaba su cenit. Felipe III, concedía por primera vez licencia para corridas en plaza cerrada y a don Ascanio Manchino la explotación en Valencia (1612). Muy poco después Fray Tirso de Molina (madrileño) daba formalmente a luz a Don Juan en su comedia “El burlador de Sevilla”.
Galán universal, dotado de labia convincente y otras envidiadas virtudes y defectos que hacen un hombre irresistible a las mujeres. Ese mismo a quien Zorrilla luego haría decir: “Por donde quiera que fui, la razón atropellé…,” y cuya ironía preferida, cuando le amenazaban con qué algún día (quizá el del juicio final) pagaría sus encantamientos y promesas incumplidas, era: “Cuán largo me lo fiais”.
En fin. Anteayer, la prensa reproducía una entrevista de Ramón Valencia prometiendo reprogramar la feria mortinata para septiembre. Se percibía de nuevo en los titulares la ilusión, la esperanza, el deseo..., pero también un cierto trasunto del fraile genial.
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