Quitando al señor Uribes, y salvo algunas claritas salpicadas por el graderío, observo que el famoso “metro y medio” que aplica para los toros el gobierno de la nación, no se cumple en el tenis. El documento gráfico muestra de forma fehaciente uno de los palcos principales, tomado por captura de pantalla: pegados como lapas, unos contra otros. ¿Dónde está el ”metro y medio”?
Tenis, sí; toros, no
Fernando Fernández Román
Obispo y Oro / 26 Abril 2021
Ayer, como la inmensa mayoría de los españoles --qué inyección de audiencia para depauperada y alicaída TVE--, me pasé la tarde viendo a Nadal jugar y ganar al tenis, que vienen siendo dos acciones coincidentes en un mismo ejercicio. En cierta ocasión oí a nuestro compatriota una reflexión que, de alguna manera, viene a definir cómo le contemplamos desde aquí, desde la españolidad que nos adorna, a este superhéroe de la pelota y la raqueta cuando se planta en la pista, sea cual fuere el material que se integra en su superficie: “Tengo la impresión de que, para mis compatriotas, cuando gano, empato”. Y es cierto. Nos ponemos ante el televisor con la extraña certidumbre de que “esto está chupado”, o de que “Rafa puede con todo y con todos”, lo cual no deja de ser una estúpida frivolidad que devalúa el esfuerzo y las hazañas de este deportista de Manacor (Mallorca, España) universalmente reconocido como el Dios Todopoderoso sobre la Tierra, entiéndase sobre la tierra batida o polvo de ladrillo que cubre la cancha.
En efecto, ayer Nadal jugó y ganó a un muchacho griego, de barba rala y larga melena llamado Stéfanos Tsitsipàs, doce años menor que él; un tirillas que pega a la bola peluda como si quisiera despegar de ella las costuras gomosas. Un fenómeno, este chico… pero no como Nadal, que acabó llevándose el monumental trofeo conde de Godó de Barcelona, por duodécima vez. La noticia ya la habrán localizado, debidamente analizada, en la sección deportiva de este periódico. Ahora, lo que me interesa destacar en esta sección es otra noticia: la que protagonizaba el público asistente. Allí estaba el ministro “del ramo”, Rodríguez Uribes, retrepado en su asiento, marcando carrillada barbuda tras la mascarilla y mostrando de forma ostentosa el ”metro y medio” de distancia interpersonal a que obliga la ley; esa ley que “es para todos igual”, según la nueva ministra de Sanidad, haciendo de la obviedad una ostentosa sentencia. Quitando al señor Uribes, y salvo algunas claritas salpicadas por el graderío, observo que el famoso “metro y medio” que aplica para los toros el gobierno de la nación, no se cumple en el tenis. El documento gráfico muestra de forma fehaciente uno de los palcos principales, tomado por captura de pantalla: pegados como lapas, unos contra otros. ¿Dónde está el ”metro y medio”? Tengo en mi poder más documentos que acreditan la cercanía absoluta entre espectadores, y nada ni nadie –que se sepa—ha puesto el mínimo reparo. El tenis, sí. Los toros, no. Será que el tenis es más sano de ver y practicar que la tauromaquia, aunque ésta haya sido reconocida por ley patrimonio cultural de obligada protección. Ya ve, señora ministra, cómo la ley no es igual para todos en nuestro país. Ustedes, señores del gobierno de coalición, no la cumplen con la tauromaquia; es más, se muestran celosos de su cumplimiento para boicotearla en cuanto pueden.
En Andalucía, el gobierno autonómico le pasó la patata caliente del porcentaje del aforo (en principio, el 50%), al gobierno nacional y éste respondió con el “metro y medio” como norma de obligada observancia, lo cual hacía de la aritmética simple una pieza intransigente, bien que disimulada desde Moncloa. Nadie piense que se trata de mancillar con esta advertencia el inmenso espectáculo deportivo que ayer tuvimos ocasión de presenciar, de disfrutar, incluso en algunos momentos de padecer, por la alta cota emocional que despertó el encuentro. Se trata, simplemente de descorrer las cortinas de la realidad: ayer, en Barcelona, de “metro y medio” entre personas, nada. Y nada ni nadie, que se sepa, propicio un brote de contagio. La noticia fue que a ese “nada” se le añadió una “ele” para que uno de los nuestros, el Nadal de siempre, protagonizara, de nuevo, otra gran gesta deportiva. El público del tenis es ese sujeto pasivo que calla, expectante, mientras suenan los raquetazos en la pista.
A Curro Romero era el público que le hubiera gustado tener en las plazas de toros. Después de lo de ayer, y sin tanto “metro y medio” de por medio, el “faraón” de Camas tenía más razón que un santo. ¿He dicho toros? Ya saben lo que Pablo Iglesias deslizó, como quien no quiere la cosa y sin pestañear, la pasada semana en el debate de Telemadrid: “Los toros no son cultura y no se deben subvencionar”; frase mentirosa en ambas afirmaciones que califica a este sujeto. Sin comentarios.
No hay comentarios:
Publicar un comentario