Hablamos de una fiesta ancestral, bella, única, legendaria y enigmática pero que, al paso de los años ha quedado como una burda parodia de sí misma, lo que equivale a un caos en toda regla. Hablamos de un mundillo que siempre dio oportunidades a sus protagonistas porque, los mejores, ricos y famosos, una vez logrado su objetivo, no tenían recato en compartir “mesa y mantel” con los que llegaban de última hora, en este caso, a los que les quedaba todo por aprender y mucho que ganar.
Pero fueron pasando los años y, aquello degeneró en una maldita ambición en la que unos pocos querían llevarse todo el pastel y, el resto, si se morían de hambre era su problema, por ello, entre otros muchos males crearon el llamado intercambio de cromos que tantas veces he denunciado. Claro que, el entramado se ha sustentado, desde hace muchos años, en la llamada anarquía más absoluta en la que, unos pocos, poquísimos, son los dueños del “cortijo” mientras que, el resto, la inmensa mayoría, apenas tienen sitio como jornaleros de los señoritos.
Y así está montado el sistema que lo sustentan los poderosos; nada importa para ellos porque, lo esencial, no es otra cosa que llevarse calentito el dinero que haya en las taquillas, poco o mucho, eso no tiene importancia, pero todo para los mismos. Sin duda, hacen ejercicios malabares porque, como se ha demostrado en cientos de ocasiones puesto que, la gran masa le ha dado la espalda al toreo debido o como consecuencia del fraude que se barrunta, en la mayoría de las ferias apenas queda nada, si acaso, lo más esencial que es pagar a las cuadrillas y lo que reste se reparte como buenos hermanos.
Atrás han quedado los tiempos gloriosos del toreo en que, como era natural y lógico, había dinero porque existía la grandeza que la fiesta de los toros tiene en su ADN. ¿Solución por parte de los taurinos? En vez de innovar, buscar nuevas fórmulas con las que atraer al personal, todo ha quedado en un reparto equitativo de lo que quede en taquilla, eso sí, sin permitir que ningún advenedizo se inmiscuya en dicha labor.
Fijémonos hasta donde llega la desigualdad de la que hablo que, este fin de semana se ha celebrado la feria de Valdemorillo, un ciclo primerizo de la temporada española que siempre sustentó a los que pedían una oportunidad que, dicho sea de paso, a lo largo de los años, muchos la aprovechaban. Nada. Todo ha quedado en un maldito recuerdo al respecto porque, como antes decía, las figuras del toreo, sabedores de que esos cuatro mil asistentes llenarían dicho coso, no han dejado escapar la oportunidad de torear en dicha feria para cubrirse de “gloria” diciendo que habían puesto el no hay billetes y, acto seguido, llevarse un dinero ridículo que nos les hace falta y que han “robado” a los que más lo necesitan y, todos se quedan más anchos que largos.
Y mientras todo eso sucede, todavía quedan soñadores como nosotros que buscamos un halo de justicia para los más necesitados. La avaricia les puede a los poderosos, así como la vanidad y el maldito ego por aquello de que han visto una plaza de toros a rebosar, como si Valdemorillo fuese la Monumental de México con sus cincuenta mil almas allí dentro. Queda claro que, el romanticismo de antaño ha pasado a mejor vida. Lo digo porque, antes, tampoco hace tantos años, las figuras del toreo para encarar su temporada mataban toros en el campo por aquello de la puesta a punto. Ahora, esos entrenamientos de hacen en Valdemorillo, Illescas, Olivenza, Brihuega, Arnedo y demás plazas de pueblo pero, con público y sin “toros”. Esa es la diferencia; o sea que, en vez de pagar por aquello de comprar un toro, acuden a las plazas referidas, saben que el toro no les molestará para nada y, para colmo, hasta se llevan el dinerito que otrora soñaban los más humildes del escalafón.
--En las fotos que mostramos se evidencia la desigualdad a la que nos referimos, Morante y Sergio Serrano son la prueba exacta de lo que es una tremenda injusticia.
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