la suerte suprema

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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

lunes, 20 de mayo de 2024

La topera del Bernabéu / por Ignacio Ruiz Quintano


Vaginas peligrosas, Roland Topor
Fragmento

Ignacio Ruiz Quintano / Abc
En el país de la leyenda negra, ese rencor español que brota de la envidia igualitaria contra cualquier asomo de excelencia, el Real Madrid agranda su leyenda blanca con una “ligueta” nacional ganada de calle y una final de Champions en Londres que, de ganarla, sumiría al antimadridismo, único elemento de cohesión espiritual de la Españeta pobre, en la misma postración histórica de la España del 98.

Los barandas del fútbol español entregarán el título liguero al campeón en una ceremonia clandestina en algún hangar del Área 51 de Valdebebas, por cierto sin la felicitación oficial del Atlético, que no olvida que una vez a Ceballos no le sacaron la segunda amarilla. Algo así como cuando, en lo más oscuro de la Dictadura, el gobierno prohibía la cena del Cavia en la sede de ABC por temor a los alegatos monárquicos de los invitados, y la entrega del premio se hacía en el domicilio de Juan Ignacio Luca de Tena. (Mateu Lahoz, el “Toño” de Movistar, tiene contado cómo fue enviado a la nevera arbitral por participar en un pasillo de campeón al Real Madrid). Es la forma oficial que el fútbol español tiene de complacer al antimadridismo, que el miércoles completó su colección de camisetas con la amarilla del Dortmund, que unida a la roja del Bayern y a la celeste del City le da para diversas combinaciones: Rumanía, Mongolia, Congo, Chad… Si el Real Madrid levantara en Londres la Decimoquinta, Vinicius ganaría el Balón de Oro que le sería entregado por Eric García en una gala presentada por el gagman Joaquín, aquél que en Lopera veía a Jesucristo y en Vinicius a un futbolista “muy malo”, lo que redunda en la leyenda de Vinicius, a quien muchos comienzan a elogiar ahora, pero sólo porque viene Mbappé: en España todos los elogios son siempre contra alguien.

–Sea usted orgulloso, y, sobre todo, oiga bien lo que le dice un viejo: siembre odios. El odio da la vida al que es odiado. A propósito… ¿tiene usted una leyenda?

Ese consejo dio a Ruano el poetastro Vargas Vila, y lo redondeó con las instrucciones para obtener una leyenda:

 “Cuide mucho de tener una leyenda. Si no tiene difamadores, haga por tenerlos. Si no tiene usted una leyenda monstruosa, horrible, no será nunca nada. Ya sabe usted, ser audaz, hacer elogios crueles y meterse con los maestros. Ahora procure usted que lo difamen. ¡No hay tiempo que perder!”

El poetastro conocía de sobra este mundo de roedores hispánico: somos como comadres que vivimos de la vida ajena a falta de la propia, murmurando de todo, decía Pérez de Ayala al indio Guillén: “Ensayando el palillo de dientes en el nombre del amigo. Dando mordisquitos de ratón en...”

Cuánto mejor la gracia de Simplicíssimus del portero del Bayern, Neuer, que los periodistas pronuncian “Noya”, “prima donna” del fútbol mundial que justificó su fallo en el gol fatídico del Bernabéu, ese gol que todo lo incendia, culpando… ¡a una topera! ¡Neuer ve toperas en casa de Casillas! Esas toperas que cree ver Neuer serían como las “Vaginas peligrosas” de Topor, hijo de polacos (¡como Marciniak, el árbitro que cortó con el pito un ataque alemán por fuera de juego!) y polifacético del grupo “Pánico”. (En realidad a Marciniak le salió del pito un Gil Manzano: para arreglar el borrón, montan un “ecce homo” de Cecilia la de Borja. Marciniak alargó un cuarto de hora el juego, y si el Var no lo llega a obligar, todavía estaríamos en el estadio).


Lo del miércoles en Madrid, donde una esquina de alemanes se comía al resto del estadio hasta que Joselu, consagrado como el nuevo Corazón de Jesús del madridismo laico, acertó en el 88 con el gol que en Champions y en el Bernabéu hace de picadura de cobra mortal, y ves cómo quien lo recibe, al paso del veneno, se necrosa por instantes, la cabeza se le nubla, el cuerpo se le descompone y su alma se entrega. Entre esas nieblas, Neuer tiene la pesadilla de la topera, siente el peligro vaginal de Topor (“No entiendo nada, pero ¡qué arte!”, solían decir los lectores de Topor), que murió como el Bayern, sin darse cuenta.

El mundo (para admiraciones, España no cuenta) acepta que el fútbol tiene al Real Madrid como tuvo la tauromaquia a José Gómez Ortega. Lo llaman naturaleza competitiva, una fuerza apagada por los amaneramientos ochenteros de la Quinta, que luego, sobre los restos avaldanados de Queiroces y Pellegrinis, fue rescatada por Mourinho (“señorío es morir en el campo”), que inculcó en los jugadores esa hambre como de perros de caza (¡aquellas controversias bizantinas de perros y gatos!) que devolvió al club a la lucha por la Champions. Hoy, a los visitantes europeos del Bernabéu, para intentar sobrevivir sólo les queda probar el método de Mitrídates, que se alimentaba de veneno para resistir el envenenamiento.

Un alineador (Ancelotti) y un meme (Vinicius) se cargan al City de Pep (¡el inventor del fútbol!) y de Haaland y al Bayern de Tuchel (¡qué manera la suya de bilardear en el Bernabéu cuando se puso por delante en el marcador!) y de Kane (¡menuda bala de plata esquivó con este tío Flóper!) y tienen cita en Wembley para levantar la Quince.

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