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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

domingo, 27 de octubre de 2019

El caché que tú te mereces, defiéndelo / por Pla Ventura


Diego Urdiales, gran artista y defensor de la dignidad humana,
 tanto como torero al igual que como persona.

No estoy a favor del apoderado, como tampoco estoy en contra del torero que, para colmo, se juega la vida. Pero si quiero que prevalezca la lógica que debe de empezar por el mismo diálogo para discernir los emolumentos a percibir por el matador de turno. ¿Interesa? Allí vamos. ¿No interesa? Mejor nos quedamos en casa pero, lo que no sirven son las lamentaciones a posteriori.

El caché que tú te mereces, defiéndelo

Ser torero es la profesión más difícil del mundo porque, además de saber manejar los trastos para desenvolverte con solvencia frente al toro y tener el suficiente arte como para que el mismo concite la atención de los aficionados, por encima de todo, hay que ser más listo que el hambre fuera de los ruedos. Y, de forma desdichada, no todos los son, de ahí los desacatos que se cometen contra ciertos toreros que, ávidos de sumar corridas aceptan las miserias y migajas que les ofrecen pero todo, para engañarse a sí mismo y, más tarde, quejarse ante el apoderado.

Cuando no hay dinero todos gritan y nadie tiene razón; como diría el dicho popular, cuando al pan salta por la ventana, el amor huye despavorido por la puerta. Y es muy cierto, algo que viene a colación con la ruptura entre torero y apoderado, algo que sucede a cada dos por tres, pero por el mismo motivo, porque no ha quedado ni para tabaco tras finalizar la temporada.

No todo consiste en torear muchas corridas; ante todo, antes de que el torero se enfunde el traje de luces, previamente a todo, está el análisis de lo que todo un hombre debe hacer. Quejarse al final de la temporada es muy sencillo, como estúpido en su propio acto. ¿En qué consiste dicho análisis? En averiguar las cuestiones crematísticas con las que te tienes que enfrentar antes de jugarte la vida. Una vez las sepas ya puedes decidir pero, de una forma u otra, luego no valen las lamentaciones porque el apoderado, hasta el más honrado de ellos, no hace milagros.

Todas las rupturas tienen como denominador común el dinero; es decir, la falta de plata que se hace necesaria para sustentar el entramado de gastos que tiene un torero y, una vez estos cubiertos, que quede un dinero digno para el que se ha jugado la vida. Ciertamente, todo lo que enumero no se hace nada, de ahí la hecatombe que llega cada final de temporada entre algunos toreros y sus mentores. Seamos lógicos, ¿qué dinero puede haber para una terna de toreros que han participado en una corrida en la que ha habido dos mil personas? Nada, no puede quedar nada, si acaso, si se cubren los gastos mínimos ya es todo un éxito. Pero no hace falta ser un matemático para analizar dicha cuestión, con tal de aplicar el sentido común es más que suficiente.

No estoy a favor del apoderado, como tampoco estoy en contra del torero que, para colmo, se juega la vida. Pero si quiero que prevalezca la lógica que debe de empezar por el mismo diálogo para discernir los emolumentos a percibir por el matador de turno. ¿Interesa? Allí vamos. ¿No interesa? Mejor nos quedamos en casa pero, lo que no sirven son las lamentaciones a posteriori.

Es cierto que, en ocasiones, muchos toreros aceptan determinados festejos a sabiendas de que no van a cobrar, pero lo atribuyen a que es un festejo que les proporciona rodaje y puesta a punto para futuros festejos. Siendo así, nada que objetar. Lo que es inconcebible es que la mayoría de las tardes tenga que jugarse un hombre la vida a cambio de nada; pero esa decisión es de él, por tanto, si lo acepta, luego que no se queje.

La gran mayoría de los toreros digamos humildes viven presos de la ceguera que les corroe por aquello de torear; es tanta la afición que tienen que, respecto al dinero, ni se preocupan. Claro que, cuando llega el final de la temporada es ahí cuando Cristo empieza a padecer porque el torero jamás entenderá que, tras jugarse la vida muchísimas tardes, que no haya quedado nada para los niños. Eso es terrible y, lo que es más sangrante, sigue ocurriendo todos los días desde que se inventó el toreo. Y hablo de los toreros emergentes que han toreado en muchas ferias de España. Imaginemos los que siguen luchando por los pueblos y ferias de menor entidad; con solo imaginar es más que suficiente.

Podría dar una lista extensa de todos los toreros que han sido víctimas de sus propias circunstancias que, la misma, asustaría. Nadie puede entender que un torero finalice su campaña con cincuenta corridas de toros y le deba dinero al apoderado. Como vemos, algo que parece irreal es más cierto de que existe Dios. ¿Qué ha fallado? ¡Todo! Hay que medir mucho las fuerzas de cada cual porque se la circunstancia de que los gastos de un torero son de idéntica cuantía si torera en Bilbao como si lo hace en Caudete y, mientras en la capital bilbaína puede haber un dinero, en la manchega seguro que no hay ni para cerillas. Por ende, si se torea muy seguido en los pueblos con la certeza de que no hay dinero y los gastos son los mismos, que baje Dios y lo arregle.

Por todas las razones antes apuntadas, si existe un solo torero que sin ser figura y que tampoco aspira a ello, ostenta un galardón que, posiblemente sea único en el mundo y en su profesión. Se llama dignidad profesional, valoración de su propio arte, atributos más que suficientes puesto que, en calidad de ser humano, si como torero es importante, como persona lo es todavía mucho más. Se trata de Diego Urdiales que, como digo, ostenta el galardón de la dignificación de su profesión con más vehemencia que ningún diestro del escalafón.  Que las figuras exalten su propio caché es lo más normal del mundo, pero que lo haga un hombre que no tiene consideración de figura, pero sí de gran torero, eso dice todo a su favor.

Lo dicho, el caché que tú te mereces lo tienes que defender tú, sencillamente, porque nadie lo hará por ti. ¿Verdad, Luís Miguel? No se trata de torear muchas corridas, más bien, de las que se contraten, que sean todas rentables. ¿Cómo se hace eso? Diría el otro. Muy sencillo, aplicando la dignidad que todo ser humano debe tener en la vida, como torero o como basurero, no importa.

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