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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

sábado, 26 de octubre de 2019

Los Idus de Octubre / por Eduardo García Serrano



Llegó el César a la tumba de Mingorrubio con su armadura cruzada de cicatrices y conquistas, manteniéndose erguido en medio del camino de la Historia para seguir vivo en la leyenda y en la memoria de los españoles que despreciaron con su clamoroso silencio a los Brutos del PSOE. Luego nada, salvo el asco.

Los Idus de Octubre

Eduardo García Serrano
El Correo, Madrid 2019-10-26 
El que no es agradecido no es biennacido, y el malnacido suele ser un hijo de puta. En ese binomio genético se acuna la vileza que crece con los biberones de la cobardía, arrullada por las nanas de la traición, que busca siempre la espalda de la grandeza para asestar una puñalada letal al César en los Idus de Marzo.

Los herederos de aquel magnicidio, hijos y nietos de la generosidad del César, han pretendido apuñalar sus restos profanando su tumba cuarenta y cuatro años después de su muerte, creyendo que daban satisfacción a un anhelo histórico del pueblo español. La vileza, por sutil que pretenda ser, carece siempre del aplauso popular. Ni un solo español se echó a la calle en los Idus de Octubre a festejar la profanación. Ni uno solo. Al igual que en los Idus de Marzo, cuando el padre de todos los Césares de la Historia cayó apuñalado por su propio hijo y veintidós sicarios más, el pueblo español, como los romanos del año 44 a.C, se mantuvo alejado de la escoria y la basura, del vómito anacrónico de los Brutos del PSOE, y no les regaló ni una muestra de apoyo, ni una palabra de gratitud, ni un aplauso. La vileza siempre olvida el atavismo que la rechaza instintivamente, aunque se acepten sus consecuencias si se ejerce desde el Poder

Sólo rugían de entusiasmo los mercenarios periodísticos de los Brutos socialistas en los foros televisivos del PSOE. Para eso les pagan, para regurgitar un odio rancio que no encuentra eco en el pueblo español.

No sé cuantos españoles esperábamos al César en Mingorrubio, pero sí sé que éramos más, muchos más, que los que se echaron a las calles de España a festejar la profanación. Una multitud de patriotas frente a la nada y la ausencia de las masas que el PSOE creyó que acudirían, agradecidas y oferentes, a mostrar su solidaridad con la vileza ante las puertas de su madriguera de Ferraz. Nada, nadie.

Llegó el César a la tumba de Mingorrubio con su armadura cruzada de cicatrices y conquistas, manteniéndose erguido en medio del camino de la Historia para seguir vivo en la leyenda y en la memoria de los españoles que despreciaron con su clamoroso silencio a los Brutos del PSOE. Luego nada, salvo el asco.

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