Santiago Domecq lidió un boyante y completo encierro en la tercera de abono. / JUAN CARLOS MUÑOZ
La grandiosa corrida de Santiago Domecq marcó el auténtico argumento de un festejo que demandaba otros galones. La terna, más allá de las orejas concedidas, perdió una oportunidad de oro.
Ya lo dijo Pepe Moros, uno que traficaba en cueros…
Comenzó el ciclo continuado de festejos y lo hizo por todo lo alto si atendemos –abstrayéndonos de las carencias de la terna- al hermoso hilo argumental que prestaron los toros que Santiago Domecq se había traído a los corrales de la plaza de la Maestranza. Antes de que saltara el buen primero, los buenos aficionados echaban sus cuentas de otros ejemplares boyantes desde que la divisa jerezana –la finca Garcisobaco se abre en el corazón del parque de Los Alcornocales- encontrara el sitio debido en el elenco ganadero del coso del Baratillo.
El estreno había llegado en 2019, seguramente un poco tarde. Pero dejó el buen sabor de boca de contemplar la vuelta al ruedo para un bravo y franco segundo, vértice de un completo encierro en el que hubo otros ejemplares de excelente nota. El toro, llamado Aperador, arrasó con todos los premios y está en el cuadro de honor de la historia reciente de la plaza. Con la pandemia de intermedio, la corrida que se lidió en la larga y extensa sanmiguelada de 2021 –trasladando a otoño lo que no se pudo celebrar en primavera por culpa de un delirante proceso- no respondió a las mismas expectativas.
No importó. En 2022 volvió a embarcar un interesante envío en el que sobresalió un tercer ejemplar de excepcional clase y duración llamado Chismoso que volvió a contar para los galardones más encopetados incluyendo los que concede la Real Maestranza de Caballería y el trofeo ‘Puerta del Príncipe’ que falla el jurado instituido por El Corte Inglés. Pero la lista no se había cerrado: en 2023, sin ir más lejos, se pudo anotar también el juego de otros dos ejemplares llamados Condenado y Camorrista que conformaron un lote de excelencias repartido entre dos matadores –Alfonso Cadaval y Álvaro Lorenzo- que lo aprovecharon de modo distinto. No han vuelto a Sevilla en 2024.
En esa tesitura, las componendas del cartel de 2024 habían dejado cierto poso de decepción entre los aficionados más enterados. Con esa hoja de servicios.
La corrida de Santiago Domecq pedía otras manos más capaces; ser lucida por esas figuras –tan cerradas a una corta baraja de hierros- que verdaderamente dan sentido a los acontecimientos. ¿Por qué no la mata la crema del escalafón en las ferias? La inclusión de Garrido, Miranda y Valadez escondía sus propias claves, ligadas a la fontanería del toreo. Tampoco vienen a cuento…
El caso es que la corrida de Santi Domecq –que debió salir a saludar a los medios a la muerte del sexto- fue brindando un amplio y progresivo catálogo de toros de nota incluyendo un lote de excelencias que debería haber catapultado la carrera de su matador. Le tocó en suerte a David de Miranda que, después de no dar pie con bola con el gran segundo, logró acercarse a la excelencia de ese quinto que no debió marcharse al desolladero sin haber recorrido el inmenso anillo maestrante en la merecida vuelta al ruedo que el palco, incomprensiblemente, acabó descartando. ¿Confundió el presidente Pepe Luque –que es buen aficionado- la petición del honor póstumo con la generosa segunda oreja que paseó Miranda? Todo puede ser…
Queden para el recuerdo los nombres de ambos ejemplares: se llamaban Diestro y Tabarro y fueron la crema de una gran corrida de toros que enseñó la trastienda sin barrer de la terna que la despachó. Garrido no pasó de correcto con el buen primero y se embarulló con el cuarto, que pedía galope y medios. Valadez no logró remontar la frialdad ambiental. Un viejo aficionado dijo un día que son los toros los que a veces no tienen suerte. Pero puestos a tirar de sentencias la más apropiada la dictó un tal Pepe Moros, uno que traficaba en cueros: cuando hay toros no hay toreros, y cuando hay toreros no hay toros… Pues eso.
Álvaro Rodríguez del Moral
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