
'..En realidad, Sánchez sólo es el presidente corrupto anterior del presidente corrupto que inevitablemente vendrá después. Todo consenso entre oligarcas, y hay práctica unanimidad entre todos los filósofos y politólogos de que nuestro régimen es una oligarquía de partidos, garantizada por la ley electoral, tiene como argamasa que le dé firmeza la corrupción y el crimen..'
O es el régimen o es la raza
Doctor en Filología Clásica
En cerca de ocho ocasiones desde 1977 este régimen político del consenso, entre los descendientes de los vencedores y los derrotados de la Guerra Civil, tocó fondo moral por la corrupción rampante y ubicua de los integrantes de dicho consenso devenido de espaldas al pueblo. Y algunos de los que hoy atacan con fariseas invectivas y alardes éticos al presidente Sánchez, fueron en su día gloriosos protagonistas de señaladas corrupciones pretéritas (Guerra, Rajoy, Luis Bárcenas, Aída Álvarez, Guillermo Galeote, Rodrigo Rato, Manuel Chaves, Antonio Griñán, Jordi Pujol, Iñaki Urdangarín, Francisco Correa, Eduardo Tamayo, María Teresa Sáez, Guillermo Ortega, Baltar, Cristina Cifuentes, Fabra, Lasarte, Manuel García Moreno, Naseiro, Pallerols, Francisco Granados, Marcos Martínez Barazón, Antonio Sánchez Fernández, Alfredo Ovejero, Alfredo Prada, Ignacio González, Alberto López Viejo, Arturo González Panero, Benjamín Martín Vasco, Beltrán Gutiérrez, Salvador Victoria, Isabel Gallego, Lucía Figar, Eduardo Zaplana, Carlos Fabra, Juan Carlos I, y no seguimos porque esta lista de corruptos sería más larga y tediosa que la del Catálogo de las naves de Homero, y a la que habría que añadir, además, a la Prensa y a los jueces corruptos, que nuestros políticos tienen el privilegio de ser juzgados por quien ellos quieren, ya que “aquí” la justicia pasa de mano en mano como cualquier mercancía).
En realidad, Sánchez sólo es el presidente corrupto anterior del presidente corrupto que inevitablemente vendrá después.
Todo consenso entre oligarcas, y hay práctica unanimidad entre todos los filósofos y politólogos de que nuestro régimen es una oligarquía de partidos, garantizada por la ley electoral, tiene como argamasa que le dé firmeza la corrupción y el crimen. Los llamados Treinta Tiranos de la Atenas clásica tenían como agente unificador el robo y el asesinato, y anteriormente, los Cuatrocientos, el robo y la prevaricación, igual que ahora. Bajo este régimen seguirá habiendo corrupción, porque la corrupción es la gasolina que alimenta el motor del consenso. Sin corrupción no hay consenso político de ningún tipo.
El noveno gran desvelamiento de los oscuros sótanos y grutas del alma pública, en donde se nutren y crecen las retorcidas raíces de la partidocracia reinante, y de sus clónicos voceros corrompidos y corruptores, de nuevo llega a asustar, a escandalizar e incluso a aterrar moralmente a los ciudadanos más espontáneamente morales. La pasión que tienen todos nuestros políticos de robar, bien a las claras, bien con la norma, proviene de la “civilización de los negocios”, que desde Suárez ha llevado a la política las reglas amorales de los negocios, y como todos los copistas nuestros políticos han llegado más allá que sus maestros. Cada gobierno que sucede al gobierno anterior podrido de corrupción somete al pueblo a la pasión del olvido, y como decía el maestro Antonio García-Trevijano, “y lo que parecía privilegio de la legión extranjera, la impunidad del pasado, ha sido convertido por el genio transitivo de los españoles en principio general de su convivencia pacífica”.
Los españoles que han nacido bajo este régimen cleptocrático – de la Corona al último concejal -, todos los menores de sesenta años, son escépticos de sentimiento y vulgares de entendimiento. Lo que produce verdadero espanto no es el crimen de los criminales políticos y sus jueces y periodistas adláteres, pues esa corrupción la evitaría la separación de los poderes estatales, que donde no hay separación de poderes se administra una justicia de tinieblas. Lo deprimente está en el apoyo mediático de las oligarquías editoriales al cinismo de todos nuestros gobiernos, generadores de arbitrariedad y corrupción en el mundo financiero, y la lealtad o fidelidad de los votantes a los partidos del crimen o a los partidos de su perdón, que vienen siempre a ser siameses. Nuestros partidos son órganos representativos del Estado, y no de la sociedad, por eso pueden robar; siempre que el robo no sea tan desaforado y desaprensivo que ponga en peligro la posibilidad del trinque futuro.
Contra la tesis que apunta que es el sistema político el que genera políticos corruptos, en la que, por cierto, creía el propio Aristóteles, “sólo en un régimen bueno los hombres ordinarios se hacen ciudadanos buenos, y los hombres buenos ciudadanos óptimos”, está la tesis que apunta a la naturaleza caída de los españoles. Esta tesis diría que España ha sido siempre un país de pícaros; lo fue con el emperador Carlos si leemos a su biógrafo Pedro Mejía y también al Lazarillo; luego bajo Antonio Pérez si leemos sus Relaciones; luego bajo el Duque de Lerma, quien se vistió de morado para no ser ahorcado; luego bajo el Marqués de la Ensenada y su caza de gitanos, todo un nazi de la raza ibera y corrupto; luego bajo el pichabrava de Godoy; y en los tiempos modernos, ya el despipote, bajo González, Rajoy y Sánchez. De acuerdo a esta tesis dolorosa no sería culpable el sistema, sino nuestra pobre naturaleza caída. Y la verdad es que, teniendo en cuenta la naturaleza ratera a la que apunta esta tesis alternativa, y los 150.000 políticos que padece España como razias mahometanas, todos de pata negra española, ibéricos puros, como los jamones de Huelva, la corrupción que vemos yo la estimo insignificante.
La filosofía antigua ya intentó terminar con la corrupción en un sistema democrático de diversas maneras. Así, Aristóteles, propuso acabar con la corrupción política (diaphthorá politikê) reduciendo el número de ciudadanos que configuran la pólis. Porque una cosa es la sociedad (koinônía), que la componen todos los habitantes de la ciudad/asty; y otra la pólis, que se debe componer sólo de determinados tipos de ciudadano. Según Aristóteles, la vida buena no está al alcance de todos los hombres, porque el bien no es simplemente un orden encarnado en una sociedad en su conjunto, sino una forma de vivir, de contribuir a un orden en lugar de constituir simplemente un fragmento de él. Todos los hombres que se dedican a actividades serviles, tanto trabajadores libres y tenderos como esclavos, están excluidos de la ciudadanía del estado ideal y del verdadero bienestar: viven en sociedad por el mero hecho de vivir, pero no participan de la buena vida alcanzable en la comunidad política. El análisis de Aristóteles se basa en una distinción implícita entre sociedad y pólis: la supervivencia y la satisfacción de las necesidades humanas, que sirven en las teorías de Protágoras, Tucídides, Demócrito y Platón, de diferentes maneras, como fundamento de los argumentos sobre el bien y el orden político, son para Aristóteles los fines de la sociedad, no de la pólis. Todos los hombres necesitan la sociedad: desean vivir juntos, dice Aristóteles, y los unen sus intereses comunes (Política, 1278b). La pólis encarna un bien distinto y superior.
El Imparcial / viernes 20 de junio de 2025
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