José Ramón Márquez
Salen en los medios noticias sorprendentes. Por ejemplo la de que el matador Iván Vicente haya roto su relación de apoderamiento con sus hasta ahora apoderados, llamados Julio Fontecha y Andrés Caballero. ¿Y dónde estriba la sorpresa?, dirá uno. ¿Y a mí qué me importan los avatares de Iván Vicente?, dirá otro. Bueno, pues lo explicaremos.
Si, tal y como se rumorea por los ‘círculos generalmente bien informados’, se perpetra la tercera temporada del Pasmo de Galapagar (no cometeremos el pecado de citar su nombre en vano) y, para dar un poco de prestigio a su cansina repetición de corridas de pueblo en pueblo, se concretan las tres fechas señeras de las que se habla para su eclosión en plazas de tronío, a saber, Resurrección en Sevilla, Mini o Micro Feria del Aniversario en Madrid y Corrida de la Liberación (o como diablos la llamen ahora) en Bilbao, resulta que las empresas van a estar a la cuarta pregunta, barridas sus cuentas de resultados por la justa avidez del mercurial Pasmo y se van a ver en la necesaria obligación de contratar a mansalva a todos estos toreros de gran mérito y poca exigencia económica.
Por ello es más que probable que tengamos unos farolillos y un San Isidro plagados de Ivanes (ojo: con uve) Vicente o García e Ikeres Cobo o López, o si no, llamarán a El Chispa o a Alberto José o a Dinastía, todos ellos dignísimos matadores de toros que ayudarán a sufragar los caprichos de un diosecillo menor y juguetón y del fauno que le acompaña.
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