05.11.2009
José Antonio del Moral.-Hacía años que lo le veía. La última vez fue en un pequeño y recóndito despacho que ocupó en las dependencias anejas a los que ocupa la empresa de turno por deferencia de José Antonio Chopera cuando ganó el último concurso arrendatario de Las Ventas.
Buen detalle de mi tocayo con quien tanto tiempo ocupó la gerencia de la primera plaza del mundo a las órdenes de los hermanos Lozano. Detalle que, en sí mismo, suponía el respeto y el afecto que le profesaba el empresario donostiarra, muy por encima de lo que en tales situaciones suele acontecer: barrer cualquier atisbo que recuerde la anterior gestión.
Manolo aguantó allí poco más de una temporada porque desde mucho antes venía padeciendo una enfermedad que fue mermando sus facultades y su ánimo aunque nunca se quejó de nada. En las últimas visitas que le hice le vimos envejecer físicamente pero nunca mentalmente.
Su gran y desaliñada corpulencia fue dando paso a una percha de la que colgaban sus chaquetas tan cañabatescas que siempre llevaba cual túnicas de viejo y despreocupado senador. A su modo, muy elegante en el ser y en el estar.
Y siempre con la misma simpatía al preguntarme qué pesaba yo de tal o cual torero. Sus apostillas a mis comentarios fueron perlas impagables. Yo me permití el lujo de utilizar muchas y me consta que él también mis siempre sinceras impresiones. Una tarde me pidió que le escribiera un artículo que le habían pedido para una revista de Albacete y yo le dije que si lo escribiera él sería mejor. “No – me contestó – tu y yo estamos muy de acuerdo y lo que tu pongas será lo que saldrá. Me fío totalmente de ti”. Pero Manolo, ¡si con quien más hablas en con Joaquín Vidal”, le replicaba yo para picarle. “Es verdad, pero con él hablo de otras cosas y además hay que andar cerca de los malos aunque yo creo que Joaquín es un buen hombre, quizá equivocado, pero una buen hombre”.
Manolo fue un personaje entrañable, sabio aunque discretísimo y estoico como buen cordobés a la par que socarrón. Tenía un sentido del humor muy especial. Los que tuvimos la suerte de hablar mucho con él, sabemos muy bien que por encima de todo, era una gran persona. Y como aficionado, enormemente justo por conocedor profundo de todos los entresijos de la Fiesta. No se le escapaba una aunque él procuraba no presumir de saber nada porque lo sabía todo.
Paciente como pocos, a ningún problema le dio importancia. Ni un mal gesto ante cualquier avatar: “Todo se andará. Tiempo al tiempo”. Le llegó a él el suyo.
Se van los mejores. Cada día que pasa estamos más solos.
Que Dios te tenga muy cerca, Manuel, se reirá mucho contigo.
Fuente: Web De toros en libertad :
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