Por Pedro Javier Cáceres
Se están cerrando las primeras ferias de la temporada y no hay novedad. Lujo y glamur. Todas las figuras. En varios casos dobletes, tripletes, y, algunos, más. Sin novedad. Lo de siempre. Trufadito, eso sí, con detalles limosneros a toreros del segundo escalón que desprenden un tufillo de nepotismo y cambio de cromos.
Las heroicidades cantadas de Fundi, Urdiales o Rafaelillo están al albur de la suerte para colarse si hay resquicio. Las maneras de David Mora y la solidez de Sergio Aguilar; la pinturería de Curro Díaz y el arte sin fronteras de Juan Mora, no tendrán más refugio que Madrid, y permanentemente en cartelerías meritorias.
Es cierto que, a veces, uno tiene lo que se ha buscado. Pero tanto apelar a la sensibilidad del toreo para refutar su condición de tópico ante el ninguneo de la despedida, el dice que definitiva, de una de las grandes figuras de los últimos 30 años: Ortega Cano; ni siquiera para abrir carteles.
No es un secreto que la mayoría de los toreros no elegidos en la élite tiene que acostumbrarse a empezar sus temporadas a partir de mayo en que vayan revalidando lo conseguido a su paso por Madrid. Donde para muchos es un examen permanente, otros que hace tiempo no han dado un palo al agua, las rentas de sus logros o la fuerza de su administración, o la afinidad con la cúpula les garantiza una temporada tranquila de marzo a octubre protegidos por el “sistema”.
Por otro lado anuncian, en la cabeza del escalafón, manos a manos y se venden como retos y confrontaciones en la cumbre. Si bien, otra temporada más, una vez checado la imposibilidad de ofrecer uno de los mejores espectáculos: el mano a mano Ponce, José Tomás, tampoco se podrán ofrecer alternativas a éste como ternas imposibles a base de José Tomás con Juli, Castella y Perera —triles como quieras-
. Y de su utopía, aquí no, no se le puede echar la culpa a Ponce. Ni tampoco el maestro de Chiva es culpable de no poder presenciar una corrida de rejones con los mejores: Hermoso de Mendoza, Diego Ventura y/o Andy Cartagena, Sergio Galán, Leonardo Hernández, Álvaro Montes, etc.
Sin embargo la semana se ha echado en autocomplacencia sobrestimando enemigos, fuera, con cuyo combate dar una imagen de unidad.
Los grandes problemas de la Fiesta de los toros son internos. La desestructuración y desvertebración del sector. La competencia desleal dentro de cada subsector (empresarios versus empresarios, toreros contra toreros, y no digamos los ganaderos) y los recelos entre colectivos. También el intrusismo, que si en principio el “pichón” es bienvenido por ser susceptible de abusos, termina por ser un incordio.
Valga un ejemplo reciente. Tres empresarios licitantes a la plaza de Valencia partieron todos de la misma puntuación al ir al tope del canon (puesto que afortunadamente estaba tasado) encareciendo el producto en 120.000 euros sobre el mínimo. Un viaje para el que hubieran sido suficientes alforjas un compromiso de ir al mínimo para favorecer al colectivo y luego competir lealmente en otros apartados.
Todo ello tiene solución complicada por obedecer a una necesidad de supervivencia individual que colisiona con un espíritu colectivo sólo sólido en aquellos cuya igualdad está en su condición de asalariados sin atender a cotización donde el concepto calidad es plano y la competitividad inexistente. Conducente, todo, a una mediocridad por falta de alicientes que hace que la lidia, como tal, sea un trámite y simplifique las esencias de la corrida.
Quizá, la consecuencia es que el espectáculo que se ofrece está a un 50% de su capacidad de excelencia y este, la corrida de toros, generalmente el que chirría llevando el desaliento a los sectores pasivos que sostiene la fiesta: observadores, aficionados y público.
Por ello, por la necesidad de mostrar en el escaparate un mensaje unitario que de sensación de sector rocoso e impermeable ante las injerencias, no se buscan, que existen —ciertos-, pero sí se potencian enemigos externos que a su vez toman oxígeno ante la importancia que se les da.
Se combaten las iniciativas anti taurinas sin más diagnóstico que la situación de Cataluña sin reparar en la expansión francesa y la evolución americana ni la reactivación de ferias como Vitoria y Gijón. La explosión de Pontevedra, la vuelta de los toros a San Sebastián y La Coruña y abundar en esta dirección aportando esfuerzos, gestos de verdad —no muecas-, para sacar del letargo cosos con un potencial caldo de cultivo para trabajar como son los casos de Córdoba, Ciudad Real o Cáceres, por poner tres ejemplos de capitales de provincia y, por lo tanto, plazas de segunda.
Otro enemigo típico, y tópico por manoseado, es la administración. Pero se yerra el diagnóstico y por lo tanto la terapia a aplicar.
Se globaliza en el estado, se sataniza al gobierno —ahora que es socialista- sin reparar que salvo en el caso de la reducción del IVA, más por un derecho igualitario que por su efecto reductor en el costo de las entradas, el resto de demandas deben ser cursadas a la autonomía correspondiente que son las que tienen las competencias. Y sean estas del color que sean. Y son, algunas comunidades, diputaciones y sus ayuntamientos - como propietarios de multitud de cosos-, los verdaderos vampiros de la fiesta mediante cánones de explotación desorbitados que distorsionan la calidad del producto final. Algunas de estas plazas, iconos, referentes y santo y seña de la tauromaquia actual. Pero con la “iglesia hemos topado” y quien le pone “el cascabel al gato”.
Por otro lado el crack de algunos empresarios ha sido pesimamente gestionado por una comisión provocando la anulación de muchos festejos que, posiblemente, no se vuelvan a recuperar una vez demostrado que en dichas localidades no ha habido ni manifestaciones ni lapidación de alcaldes y concejales.
Los mismos interlocutores, de perfil muy bajo dentro de la Fiesta e inhabilitados por la autoridad laboral, han sido incapaces de ponerse de acuerdo para legitimarse ante la administración y no ser un gueto, a ojos de esta y la sociedad civil, cuando se verifica que la temporada 2009 se ha dado sin un convenio colectivo homologado —ni si quiera prorrogado el vigente en 2008-. Y ya ha comenzado la temporada, técnicamente, sin iniciativa alguna.
Más que defensa ante ataques externos la Fiesta necesita un modelo interno de gestión y por supuesto autónomo, sin el tutelaje de la Administración. Y a partir de ahí activar los resortes para repeler ataques, intransigencias o incomprensiones externas. Es lo que pretendió, hace muchos años, la CAPT donde en la foto de familia destacaban los grandes, los que podían aglutinar credibilidad y voluntades: Manolo Chopera y José Luis Lozano en primera línea de flash.
La Mesa del Toro en sus dos convocatorias recientes de Madrid y Sevilla ha ido por otro lado y ha presentado una foto distinta.
Lo ocurrido el miércoles y el jueves son una “mentira piadosa” y ojala en sus limitaciones y cortedad de miras, además de algunos intereses personales y sublimación de la vanidad, el escepticismo y la falta de compromiso de casi todo el sector, y en especial de sus capas altas —que no quieren dar la cara- sea larvado y se frene en el cotilleo cainita.
Porque si alguien se decide a buscar la verdad, ya dice el refrán que está condenado a encontrarla.
Fuente: El Imparcial.es
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