«De chico, quería ser torero»
Pocos saben de la firme afición de esta grandiosa figura de la literatura: de niño jugaba al toro y ahora no descarta escribir una obra sobre la Fiesta, «una de las fuentes más ricas de inspiración para todas las artes»
ANDRÉS AMORÓS
Diario ABC
Todo el mundo conoce al gran escritor Mario Vargas Llosa. No son muchos, sin embargo, los que saben de su firme afición a la Fiesta de los toros. Tengo la fortuna de haber compartido con él algunas experiencias literarias. Y, también, algunas, taurinas. Por eso, cuando le pido que charlemos un poco de Tauromaquia, para ABC, no pone el menor inconveniente. Desde su casa de Lima, separados por el océano, contesta a mis preguntas con su habitual educación, amabilidad y brillantez.
-Algunos se sorprenderán de que proclames tu afición a una Fiesta que ellos consideran bárbara y salvaje...
-No sé por qué nadie se sorprendería. Los toros tienen un arraigo muy fuerte en mi país y en mi familia. Así lo descubrí desde niño y he seguido siendo fiel a este arte toda mi vida.
-¿Recuerdas el primer festejo taurino al que asististe?
-¡Cómo no! Vivíamos entonces en Bolivia, en la ciudad de Cochabamba, y yo debía de andar por los ocho o nueve años. Una tarde, mi abuelo Pedro me tomó de la mano y me hizo subir una larga cuesta que conducía a El Alto: en aquella cumbre, desde donde se divisaba toda la ciudad, pude presenciar la primera novillada de mi vida. Fue, sin duda, una corrida sin importancia pero dejó en mí una huella muy honda.
-¿Qué es lo que más te impresionó esa tarde?
-Ante todo, me encantó el color, el entusiasmo con que lo vivía todo el pueblo; en el fondo, el espectáculo de la gracia y la valentía.
«Los toros tienen un arraigo muy fuerte en mi país y en mi familia. Así lo descubrí desde niño y he seguido siendo fiel a este arte toda mi vida».
-¿Sabías tú algo de la Fiesta antes de ir a esa plaza?
-¡Por supuesto! En la casa familiar había aprendido nociones sobre los tercios de la lidia, el sentido de la pica y las banderillas, los nombres de muchos pases, el peligro de los toros de Miura... Pero una cosa era la teoría y otra, muy distinta, vivir la Fiesta en un estado de trance, emocionado hasta los tuétanos. Todo me parecía extraordinario en ese inolvidable espectáculo: la música, el colorido de los trajes, los desplantes de los toreros. Durante mucho tiempo me han acompañado esas imágenes que unían elegancia, valentía, gracia y violencia.
-¿Había buenos aficionados en tu familia?
-¡Desde luego! El que más, mi abuelo, pero también he de recordar al tío Juan y a un primo suyo, Mito Mendoza, al que los chicos admirábamos extraordinariamente porque de él se decía que había toreado toros de verdad, en las tientas, con buena técnica y valentía.
-Tu tío Juan era el dueño de esa capa de Juan Belmonte sobre la que alguna vez has escrito.
-Así es. Era un hermoso capote de paseo que, según él, el gran torero había regalado a su padre, que lo había acompañado en muchas giras, en prenda de amistad. Lo conservaban el tío Juan y la tía Lala en un baúl, envuelto en papel de seda, con bolitas de naftalina. En las grandes ocasiones, el tío Juan lo sacaba y lanceaba a un toro invisible con capotazos lentos, rítmicos, de graciosa elegancia. Para mis primas y para mí, era un espectáculo fascinante, que me hacía soñar con clarines y pasodobles, con tendidos alborotados de entusiasmo y cuajados de pañuelos...
-¿Jugabas al toro con tus primas?
-¡Claro! Por suerte para mí, yo hacía de torero y a mis primas les tocaba hacer de toro. Hoy esto sería intolerable para el feminismo pero entonces las cosas eran así. Recuerdo muy bien los lagrimones de mi prima Gladys la tarde en que el tío Juan la mató de pena, al confirmarle que una mujer no podía ser torero... Si hubiera esperado un poco más o vivido unos años más tarde, se los hubiera evitado, al comprobar que tampoco era un camino imposible para ella.
-¿Tú vivías también ese sueño?
-Como todos los que jugábamos al toro: de chico, yo quería ser torero. Supongo que tomé esa resolución inquebrantable desde la primera novillada que presencié.
-Tu afición continuó cuando la familia volvió a Lima.
-¡Por supuesto! En todo el Perú existía y sigue existiendo una gran afición. Lima era algo especial: allí está la plaza de Acho, colonial, de sabor inconfundible, la segunda más antigua del mundo después de la de Ronda.
«De pequeño, yo hacía de torero y a mis primas les tocaba hacer de toro. Hoy esto sería intolerable para el feminismo pero entonces las cosas eran así»
Todo el mundo conoce al gran escritor Mario Vargas Llosa. No son muchos, sin embargo, los que saben de su firme afición a la Fiesta de los toros. Tengo la fortuna de haber compartido con él algunas experiencias literarias. Y, también, algunas, taurinas. Por eso, cuando le pido que charlemos un poco de Tauromaquia, para ABC, no pone el menor inconveniente. Desde su casa de Lima, separados por el océano, contesta a mis preguntas con su habitual educación, amabilidad y brillantez.
-Algunos se sorprenderán de que proclames tu afición a una Fiesta que ellos consideran bárbara y salvaje...
-No sé por qué nadie se sorprendería. Los toros tienen un arraigo muy fuerte en mi país y en mi familia. Así lo descubrí desde niño y he seguido siendo fiel a este arte toda mi vida.
-¿Recuerdas el primer festejo taurino al que asististe?
-¡Cómo no! Vivíamos entonces en Bolivia, en la ciudad de Cochabamba, y yo debía de andar por los ocho o nueve años. Una tarde, mi abuelo Pedro me tomó de la mano y me hizo subir una larga cuesta que conducía a El Alto: en aquella cumbre, desde donde se divisaba toda la ciudad, pude presenciar la primera novillada de mi vida. Fue, sin duda, una corrida sin importancia pero dejó en mí una huella muy honda.
-¿Qué es lo que más te impresionó esa tarde?
-Ante todo, me encantó el color, el entusiasmo con que lo vivía todo el pueblo; en el fondo, el espectáculo de la gracia y la valentía.
«Los toros tienen un arraigo muy fuerte en mi país y en mi familia. Así lo descubrí desde niño y he seguido siendo fiel a este arte toda mi vida».
-¿Sabías tú algo de la Fiesta antes de ir a esa plaza?
-¡Por supuesto! En la casa familiar había aprendido nociones sobre los tercios de la lidia, el sentido de la pica y las banderillas, los nombres de muchos pases, el peligro de los toros de Miura... Pero una cosa era la teoría y otra, muy distinta, vivir la Fiesta en un estado de trance, emocionado hasta los tuétanos. Todo me parecía extraordinario en ese inolvidable espectáculo: la música, el colorido de los trajes, los desplantes de los toreros. Durante mucho tiempo me han acompañado esas imágenes que unían elegancia, valentía, gracia y violencia.
-¿Había buenos aficionados en tu familia?
-¡Desde luego! El que más, mi abuelo, pero también he de recordar al tío Juan y a un primo suyo, Mito Mendoza, al que los chicos admirábamos extraordinariamente porque de él se decía que había toreado toros de verdad, en las tientas, con buena técnica y valentía.
-Tu tío Juan era el dueño de esa capa de Juan Belmonte sobre la que alguna vez has escrito.
-Así es. Era un hermoso capote de paseo que, según él, el gran torero había regalado a su padre, que lo había acompañado en muchas giras, en prenda de amistad. Lo conservaban el tío Juan y la tía Lala en un baúl, envuelto en papel de seda, con bolitas de naftalina. En las grandes ocasiones, el tío Juan lo sacaba y lanceaba a un toro invisible con capotazos lentos, rítmicos, de graciosa elegancia. Para mis primas y para mí, era un espectáculo fascinante, que me hacía soñar con clarines y pasodobles, con tendidos alborotados de entusiasmo y cuajados de pañuelos...
-¿Jugabas al toro con tus primas?
-¡Claro! Por suerte para mí, yo hacía de torero y a mis primas les tocaba hacer de toro. Hoy esto sería intolerable para el feminismo pero entonces las cosas eran así. Recuerdo muy bien los lagrimones de mi prima Gladys la tarde en que el tío Juan la mató de pena, al confirmarle que una mujer no podía ser torero... Si hubiera esperado un poco más o vivido unos años más tarde, se los hubiera evitado, al comprobar que tampoco era un camino imposible para ella.
-¿Tú vivías también ese sueño?
-Como todos los que jugábamos al toro: de chico, yo quería ser torero. Supongo que tomé esa resolución inquebrantable desde la primera novillada que presencié.
-Tu afición continuó cuando la familia volvió a Lima.
-¡Por supuesto! En todo el Perú existía y sigue existiendo una gran afición. Lima era algo especial: allí está la plaza de Acho, colonial, de sabor inconfundible, la segunda más antigua del mundo después de la de Ronda.
«De pequeño, yo hacía de torero y a mis primas les tocaba hacer de toro. Hoy esto sería intolerable para el feminismo pero entonces las cosas eran así»
-Avancemos en tu biografía taurina. En 1958 viniste a España con una beca para hacer el doctorado en la Universidad Complutense de Madrid. Estando juntos tú y yo, presenciando una corrida, me contaste que habías pisado el ruedo de varias plazas de toros españolas como bailarín de un conjunto folclórico.
-Así fue. Varios amigos organizamos un grupo. Éramos todos peruanos salvo un gallego, al que no le dejábamos hablar, para que no le delatara su acento. Bailábamos marineras, valses criollos, ritmos negros... Acudimos al Festival Folclórico de Cáceres y, por increíble que parezca, obtuvimos el cuarto premio, que consistía en contratos para recorrer, con nuestro espectáculo, varias plazas de toros españolas: Barcelona, Palma, Valencia... Así conocí esas plazas.
-En esos años continuaste viendo toros.
-Desde luego. Los dólares que recibía cada mes me permitían vivir bastante bien, con los precios de aquella España. Viajé mucho por toda la Península y pude ver toros en muchas plazas: Madrid, Valencia, Sevilla; y, por supuesto, en los años en que residí allí, en las dos plazas que entonces había en Barcelona.
-¿Cuál te impresionó más?
-Varias, cada una en lo suyo: Las Ventas, naturalmente. Esperaba los famosos silencios de la Maestranza y me pusieron los pelos de punta. Pero también fue una extraordinaria experiencia mi primera vez en Pamplona...
-¿Y de los toreros que viste?
-He de mencionar a Antonio Ordóñez: su lentitud, su serenidad, su elegancia eran algo escalofriante; eran belleza en estado puro. Años después pude conocerlo personalmente, en una tienta, cerca de Sevilla, y disfruté con su cordialidad.
-Pasó entonces por tu cabeza la idea de escribir algo sobre Ordóñez, algo que fuera mejor que los escritos taurinos de Hemingway.
-Siempre he admirado mucho a Hemingway como escritor pero me ha parecido que, cuando escribía de toros, no llegaba a captar el corazón de la Fiesta. La veía como un espectáculo deportivo, sin alcanzar esa compleja alianza entre arte, mito y rito; esa extraña virtud de exponernos, en ciertos momentos privilegiados, con desnudez total, la condición humana...
Siempre he admirado mucho a Hemingway como escritor pero me ha parecido que, cuando escribía de toros, no llegaba a captar el corazón de la Fiesta
-¿Lo conociste personalmente?
-Sólo lo vi una vez y justamente en Las Ventas: lo vi entrar con Ava Gardner...
-¿Has admirado a otros toreros?
-¡Desde luego! De aquellos años y también de la actualidad. Te mencionaré solamente a dos: a Luis Miguel Dominguín, tan inteligente, tan valeroso, tan creativo. Hace muy poco he visto en Lima a José Tomás en dos grandes faenas, aunque no matara bien. Y a muchos más, que cualquier aficionado conoce.
-¿A qué otros diestros te hubiera gustado poder ver?
-A Juan Belmonte y a Manolete, sin duda. Mi abuelo me hablaba siempre de Rafael el Gallo.
-Además de aquella «Sangre y arena» de tu infancia, ¿destacas alguna película taurina?
-Me parece que el cine suele estereotipar los temas de toros: en general, se queda en lo externo, en el puro espectáculo; le suele faltar consistencia humana, queda reducido casi a un «musical». Es difícil que transmita esa unión de vida y muerte, donde la condición humana sale a flote....
-Pero la Fiesta ha inspirado muchas creaciones artísticas.
-Es una de las fuentes más ricas de inspiración que existen para todas las artes: literatura, música, pintura... Los que la combaten no se dan cuenta de que es una fuente extraordinaria de creatividad. Y de que está profundamente arraigada en nuestra cultura.
-Dime algún ejemplo de literatura taurina que aprecias.
-Basta con mencionar a García Lorca. Si de su obra elimináramos el tema taurino, quedaría coja, deshecha. Déjame añadirte a un compatriota, Abraham Valdelomar, que escribió un delicioso libro sobre Belmonte, «el trágico».
-¿Cómo te fue la experiencia, que hemos compartido, de pronunciar el Pregón de Sevilla?
-Maravillosa pero con miedo: imagínate, un arequipeño hablando de toros a los sevillanos...
-¿Crees que está viva la Fiesta en Hispanoamérica?
-Por supuesto, en bastantes países: en Perú, México, Colombia, Venezuela, Ecuador... Y no sólo en las capitales. Te podría citar una veintena de pueblos, en mi país. Hay también grupos contrarios pero son pequeños, no existe riesgo de desaparición. La opinión pública mayoritaria está muy a favor, quizá más que en España.
-¿Qué pasó con el capote de Juan Belmonte que conservaba tu tío Juan?
-Nadie de la familia lo sabe: quizá lo vendieron, en algún apuro económico; o se extravió, en una de las muchas mudanzas; o lo robaron...
-¿Crees que ese capote perteneció de verdad a Belmonte?
-Nunca lo he sabido pero, en realidad, eso tiene muy poca importancia. Lo que de verdad importa es que sigue vivo, intacto, en nuestra memoria.
-¿No se llevó, con él, tu afición a los toros?
-¡De ningún modo! Esa afición ha seguido siempre viva y constante. Tan viva como los mejores recuerdos de mi infancia, esa época dorada...
-Resulta inevitable preguntarte qué opinas de los intentos de prohibir la Fiesta en Cataluña.
-Detrás de estos intentos no está fundamentalmente el amor a los animales ni el deseo, tan respetable, de evitarles sufrimientos. Se trata de una operación política, para mostrar que Cataluña no es España. Creo que no tiene un fundamento serio, aunque aproveche cierta ideología que está hoy de moda. Los toros son de Cataluña lo mismo que del resto de España. Habría que recordarles a estos enemigos de la Fiesta que el toro bravo existe porque existen las corridas de toros y no al revés; si no existieran las corridas, desaparecería la especie. Además, ningún animal, en toda la Historia, ha sido tratado con tanto cuidado, delicadeza y hasta fervor como el toro bravo.
-¿Se ocupa del lenguaje taurino la Real Academia Española?
-¡Por supuesto! Algunos de sus miembros son aficionados a la Fiesta muy tenaces.
-¿Escribirás algún día sobre un tema taurino?
-No lo descarto, aunque no sé si me atreveré... Ya escribí artículos sobre ello de joven, en periódicos y revistas de mi país.
-Sería interesante recuperar esos artículos.
-No: mejor dejarlo así. Pero si ya lo he hecho, puedo volver a intentarlo... La Tauromaquia es algo que engancha con fibras muy sensibles, nos revela cosas sobre nosotros mismos: es un arte contaminado todo él por la belleza. Algunos de los recuerdos más ricos y hermosos de mi vida están unidos a los toros. No sólo a las corridas: a todo el ritual, antes y después del espectáculo.
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