¡Viva Belmonte¡
Por Domingo Delgado de la Cámara
Juan es el otro eslabón esencial: descubre el pitón contrario, lo que hace que el toro se desplace y pueda torearse con temple y quietud. Además es el gran esteta: adelantando la pierna y sacando el pecho, aporta una estética nueva que será paradigma del clasicismo torero. Belmonte es también, junto a Manolete, el hombre con más personalidad que ha vestido de luces. Y hablando de historias falsificadas, hay que ver la de sandeces y sin sentidos que se están escribiendo en los últimos tiempos...
Muchos aduladores de Belmonte decían que cuando Juan toreó mejor fue en su última etapa. Sin embargo, él mismo prefería su primera época. Rafael el Gallo, testigo de excepción de todo aquello, también se decantaba por la primera época del trianero. Y yo también. El Belmonte de la etapa heroica es infinitamente más interesante que el Belmonte burgués. La trayectoria de Juan desde 1914 a 1921 es ejemplar. Hagamos memoria: un hombre sin apenas técnica, torpe y feble, fue capaz de grandes proezas. A pesar de que los toros le revolcaban casi todos los días, se levantaba del suelo para volver a ponerse en el mismo sitio. Y no veinte tardes al año; contrataba cien corridas cada temporada. Solía torear unas ochenta, pues perdía unas veinte por cogidas y porrazos diversos. En 1919 cumplió con todos los contratos: 109. Él mismo cuenta que ya había asimilado la técnica al lado de Joselito, y empezaba a ser un torero seguro.
Torear cien festejos con aquellos medios de transporte, es homérico. Y con aquellos toros. Porque hoy en día casi todos los toros son más o menos toreables. Solo muy de vez en cuando sale un toro verdaderamente complicado. Por aquél entonces era al revés: casi todos los toros eran verdaderamente complicados, y solo muy de vez en cuando salía uno toreable. Por supuesto, se enfrentaba prácticamente a todo el abanico de las ganaderías que pastaban en el campo español, y los miuras eran un plato muy habitual de la dieta de Juan. Volteretones espantosos, zarandeos horripilantes, un día sí y otro también. Y es que Belmonte intentaba un toreo que los toros no estaban dispuestos a consentir. Y enfrente estaba constantemente Joselito, que le bañaba casi todos los días. Pero Juan no se quitaba de en medio, no lloraba y esperaba pacientemente su ocasión de desquite... Y cuando salía un buen toro, acababa con el cuadro, armaba la marimorena. Y entonces era Joselito el que recibía el baño.
Estaban alternando dos caballeros que jamás se rehuyeron y jamás hablaron mal el uno del otro. La admiración y la amistad eran profundísimas entre ambos. Y ¿en qué plazas toreaban? Sobre todo en las más importantes. Cada temporada toreaban diez o doce tardes en Madrid, y en Sevilla o Bilbao toreaban la entera semana de feria. Eso es comportarse como una figura del toreo, eso es ser una figura del toreo. Conste que yo no soy un nostálgico de tiempos ya idos, y que sé muy bien que siempre cocieron habas, pero hay datos que son irrebatibles.
En realidad José y Juan heredaban una tradición, seguían la misma pauta que las figuras anteriores: Lagartijo, Frascuelo, Guerrita... Tampoco José y Juan fueron los últimos. Los ases de los años veinte y treinta se comportarían de igual manera. Pero en el caso de Juan, por sus especialísimas circunstancias, es realmente admirable. Juan no era precisamente un atleta ni un torero poderoso. Hizo frente a todo esto y supo estar en figura con una elegancia y una hombría indiscutibles
Lamentablemente, después de la Guerra Civil, las cosas empezaron a cambiar, digamos que cambió la mentalidad de los toreros. El orgullo por ser el mejor fue sustituido por el afán de ganar mucho dinero con el menor riesgo posible. Se empezó a buscar la comodidad. Corrochano se mostró tajante: la comodidad del torero es nefasta para fiesta. Y como Corrochano, tantos otros aficionados. Durante sesenta años ha sido constante la crítica hacia los nuevos toreros por su escasa vergüenza torera. Han sido sesenta años de lamentos por el menoscabo del toro y por el escaso pundonor de los toreros. Pero al menos había unos límites que nadie osaba rebasar. Sí, en las plazas de poca monta los toros estaban afeitados y las corridas eran una romería. Pero se exigía que las figuras comparecieran dos tardes en todas las ferias importantes. Más o menos toreaban todas las figuras juntas. Y había una lista negra de unas cuantas ganaderías, pero salvo esas, las figuras toreaban prácticamente de todo.
Pues bien, este statu quo ha cambiado en los últimos años. Ahora, un torero muy concreto se ha tomado todos los alivios habidos y por haber. Jamás ha completado una temporada compareciendo en todas las plazas importantes, juega siempre al bonito juego de uno por delante y uno por detrás, a ser posible de los más mediocre que pueda encontrarse. Mata dos ganaderías y media, así como suena. Y además lo de la televisión... Desde luego, por muy buen torero que sea, esta actitud es injustificable.
Y ¿qué opina la afición? Pues al parecer, que el no dejarse televisar, el torear solo un encaste y el imponer toda clase de caprichos, es le no va más del pundonor y la vergüenza torera. Y al parecer también, estar veinte años dando la cara en todas las ferias, es cosa de toreros mediocres y fracasados. ¿Nos hemos vuelto locos?
Muy sagazmente dijo Ortega y Gasset que en las plazas de toros es donde mejor se toma el pulso a la sociedad española. Y es muy cierto. Esta es una sociedad decadente y mediocre que se regodea y justifica en sus vicios y debilidades y aborrece la excelencia. También funciona la tiranía de lo políticamente correcto. Extraña democracia la nuestra donde la gente no es capaz de decir lo que piensa. Hay auténtico pavor a que te señalen con el dedo y te llamen mal aficionado. Por eso muchos se callan.
Mucho he criticado a los aficionados antañones que solo añoraban el pasado y eran incapaces de ver nada bueno en el presente. Pero mucho peores son estos neoaficionados que con tal de adorar a su ídolo son capaces de justificar lo injustificable. Y a los que acaban de llegar les digo: no os dejéis seducir por los cantos de sirena. Hubo tiempos mucho más viriles y mucho más heroicos. Poned los ojos en aquellos tiempos... ¡Viva Belmonte!
Por Domingo Delgado de la Cámara
Madrid 04 Febero 2010
Cada día que pasa admiro más a Juan Belmonte. Mucha gente no ha comprendido bien lo que de él escribí en mis libros. Mis críticas nunca fueron dirigidas al Pasmo de Triana, sino a toda esa caterva de aduladores que escribieron una falsa historia del toreo, de la que Juan muchas veces se sonrojó. Para alabar a Belmonte no era necesario momificar a Joselito, ningunear a Chicuelo y denigrar a Manolete. Y eso fue lo que hicieron muchos escribientes. Las teorías más objetivas y con las que me identifico totalmente, fueron las de José Alameda. En la creación del toreo moderno, Joselito, Chicuelo y Manolete fueron tan importantes como Belmonte. El toreo en redondo de José y la ligazón y estatismo de Chicuelo son esenciales para entender el toreo actual. Y Manolete es quien consolidó definitivamente todos estos hallazgos y los hizo irreversibles.
Juan es el otro eslabón esencial: descubre el pitón contrario, lo que hace que el toro se desplace y pueda torearse con temple y quietud. Además es el gran esteta: adelantando la pierna y sacando el pecho, aporta una estética nueva que será paradigma del clasicismo torero. Belmonte es también, junto a Manolete, el hombre con más personalidad que ha vestido de luces. Y hablando de historias falsificadas, hay que ver la de sandeces y sin sentidos que se están escribiendo en los últimos tiempos...
Muchos aduladores de Belmonte decían que cuando Juan toreó mejor fue en su última etapa. Sin embargo, él mismo prefería su primera época. Rafael el Gallo, testigo de excepción de todo aquello, también se decantaba por la primera época del trianero. Y yo también. El Belmonte de la etapa heroica es infinitamente más interesante que el Belmonte burgués. La trayectoria de Juan desde 1914 a 1921 es ejemplar. Hagamos memoria: un hombre sin apenas técnica, torpe y feble, fue capaz de grandes proezas. A pesar de que los toros le revolcaban casi todos los días, se levantaba del suelo para volver a ponerse en el mismo sitio. Y no veinte tardes al año; contrataba cien corridas cada temporada. Solía torear unas ochenta, pues perdía unas veinte por cogidas y porrazos diversos. En 1919 cumplió con todos los contratos: 109. Él mismo cuenta que ya había asimilado la técnica al lado de Joselito, y empezaba a ser un torero seguro.
Torear cien festejos con aquellos medios de transporte, es homérico. Y con aquellos toros. Porque hoy en día casi todos los toros son más o menos toreables. Solo muy de vez en cuando sale un toro verdaderamente complicado. Por aquél entonces era al revés: casi todos los toros eran verdaderamente complicados, y solo muy de vez en cuando salía uno toreable. Por supuesto, se enfrentaba prácticamente a todo el abanico de las ganaderías que pastaban en el campo español, y los miuras eran un plato muy habitual de la dieta de Juan. Volteretones espantosos, zarandeos horripilantes, un día sí y otro también. Y es que Belmonte intentaba un toreo que los toros no estaban dispuestos a consentir. Y enfrente estaba constantemente Joselito, que le bañaba casi todos los días. Pero Juan no se quitaba de en medio, no lloraba y esperaba pacientemente su ocasión de desquite... Y cuando salía un buen toro, acababa con el cuadro, armaba la marimorena. Y entonces era Joselito el que recibía el baño.
Estaban alternando dos caballeros que jamás se rehuyeron y jamás hablaron mal el uno del otro. La admiración y la amistad eran profundísimas entre ambos. Y ¿en qué plazas toreaban? Sobre todo en las más importantes. Cada temporada toreaban diez o doce tardes en Madrid, y en Sevilla o Bilbao toreaban la entera semana de feria. Eso es comportarse como una figura del toreo, eso es ser una figura del toreo. Conste que yo no soy un nostálgico de tiempos ya idos, y que sé muy bien que siempre cocieron habas, pero hay datos que son irrebatibles.
En realidad José y Juan heredaban una tradición, seguían la misma pauta que las figuras anteriores: Lagartijo, Frascuelo, Guerrita... Tampoco José y Juan fueron los últimos. Los ases de los años veinte y treinta se comportarían de igual manera. Pero en el caso de Juan, por sus especialísimas circunstancias, es realmente admirable. Juan no era precisamente un atleta ni un torero poderoso. Hizo frente a todo esto y supo estar en figura con una elegancia y una hombría indiscutibles
Lamentablemente, después de la Guerra Civil, las cosas empezaron a cambiar, digamos que cambió la mentalidad de los toreros. El orgullo por ser el mejor fue sustituido por el afán de ganar mucho dinero con el menor riesgo posible. Se empezó a buscar la comodidad. Corrochano se mostró tajante: la comodidad del torero es nefasta para fiesta. Y como Corrochano, tantos otros aficionados. Durante sesenta años ha sido constante la crítica hacia los nuevos toreros por su escasa vergüenza torera. Han sido sesenta años de lamentos por el menoscabo del toro y por el escaso pundonor de los toreros. Pero al menos había unos límites que nadie osaba rebasar. Sí, en las plazas de poca monta los toros estaban afeitados y las corridas eran una romería. Pero se exigía que las figuras comparecieran dos tardes en todas las ferias importantes. Más o menos toreaban todas las figuras juntas. Y había una lista negra de unas cuantas ganaderías, pero salvo esas, las figuras toreaban prácticamente de todo.
Pues bien, este statu quo ha cambiado en los últimos años. Ahora, un torero muy concreto se ha tomado todos los alivios habidos y por haber. Jamás ha completado una temporada compareciendo en todas las plazas importantes, juega siempre al bonito juego de uno por delante y uno por detrás, a ser posible de los más mediocre que pueda encontrarse. Mata dos ganaderías y media, así como suena. Y además lo de la televisión... Desde luego, por muy buen torero que sea, esta actitud es injustificable.
Y ¿qué opina la afición? Pues al parecer, que el no dejarse televisar, el torear solo un encaste y el imponer toda clase de caprichos, es le no va más del pundonor y la vergüenza torera. Y al parecer también, estar veinte años dando la cara en todas las ferias, es cosa de toreros mediocres y fracasados. ¿Nos hemos vuelto locos?
Muy sagazmente dijo Ortega y Gasset que en las plazas de toros es donde mejor se toma el pulso a la sociedad española. Y es muy cierto. Esta es una sociedad decadente y mediocre que se regodea y justifica en sus vicios y debilidades y aborrece la excelencia. También funciona la tiranía de lo políticamente correcto. Extraña democracia la nuestra donde la gente no es capaz de decir lo que piensa. Hay auténtico pavor a que te señalen con el dedo y te llamen mal aficionado. Por eso muchos se callan.
Mucho he criticado a los aficionados antañones que solo añoraban el pasado y eran incapaces de ver nada bueno en el presente. Pero mucho peores son estos neoaficionados que con tal de adorar a su ídolo son capaces de justificar lo injustificable. Y a los que acaban de llegar les digo: no os dejéis seducir por los cantos de sirena. Hubo tiempos mucho más viriles y mucho más heroicos. Poned los ojos en aquellos tiempos... ¡Viva Belmonte!
Fuente: Web De toros en libertad
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