Curro Díaz al natural en Valdemorillo
IGNACIO RUIZ QUINTANO
ABC.-Miércoles , 10-02-10
Cuenta Alfonso Reyes que, cuando a Unamuno, que eso era pasión, le mostraban monumentos de París, miraba con desdén y gritaba: «¡Gredos! ¡Gredos!» Eso nos pasa a algunos cuando nos muestran a Morante, que gritamos: «¡Curro! ¡Curro!» Curro Díaz, naturalmente. Así que viaje a Valdemorillo para ver a Curro Díaz, el torero del arte verdadero, que diría el poeta verdadero.
Cuenta Alfonso Reyes que, cuando a Unamuno, que eso era pasión, le mostraban monumentos de París, miraba con desdén y gritaba: «¡Gredos! ¡Gredos!» Eso nos pasa a algunos cuando nos muestran a Morante, que gritamos: «¡Curro! ¡Curro!» Curro Díaz, naturalmente. Así que viaje a Valdemorillo para ver a Curro Díaz, el torero del arte verdadero, que diría el poeta verdadero.
Curro Díaz, que es de Linares, tiene el don, no de la ebrie
dad, que ése se lo llevó entero Claudio Rodríguez, sino de la gracia. En los toros, que son como la vida, hay una gracia académica y hay una gracia divina. La gracia académica la dan los hombres -ni siquiera las mujeres- y se enseña en las escuelas. La gracia divina la da Dios, y a quien le cae, le ha caído. Representante de la gracia académica es Morante, cuyos barbillazos de espejo desatan en aletazos por los tendidos a las furias en bata de cola. Representante de la gracia divina es este Curro Díaz, de Linares.
Ya en Madrid, con la canícula, hizo el mejor muleteo artístico del año, pero los revistosos del puchero estaban puebleando con los toreros de la otra galaxia y se lo perdieron. El domingo, en Valdemorillo, repartió bendiciones de las que Dios le ha dado con el capote de las verónicas, a su primero, y a su segundo, con la muleta de los naturales.
En la cola de la taquilla, Miguel Ángel Cortés, alentando la consigna bobona de «los toros son cultura». Y detrás, Victorino Martín, al que una asociación chufletera pasea con capirote por los periódicos amarrado a una «lista negra» elaborada en algún delirio de sobremesa. Olía a cordero pascual asado al humo de la sierra.
Y en un tendido, una pancarta de la peña de Arroyo con una leyenda como de Pepiño Blanco: «Si fuera un dictador, prohibiría las corridas de toros. Como no lo soy, no me pierdo ni una».
Enfrente, El Rosco asentía mondando pipas con cara de Pedro Picapiedra: «La Democracia y yo somos así, señora». ¿Y la señora? De escándalo, como el duende de Curro Díaz.
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