El toro mediador de litigios
Por Plácido González Hermoso
A lo largo de los diferentes artículos de este Blog, he presentado al toro mitológico desde diversos prismas rituales, o, lo que es lo mismo, desde los distintos conceptos de tratamiento que, a lo largo de la historia, le han dado las diversas sociedades que lo conocieron; ponderándolo y solemnizándolo, hasta el punto de elevarlo a la categoría de mito y por tanto endiosándolo y rindiéndole culto, como ocurrió en Egipto o Turquía, por poner solo un ejemplo.
Hemos hablado de la utilización y simbolismo de la carne, de la sangre o de la piel y astas del toro. De la incidencia y presencia del toro en la esfera funeraria o de los diferentes toros mitológicos habidos en otras tantas culturas de la antigüedad.
Podría parecer que el tema está casi agotado en su totalidad, pero nada más lejos de la realidad. Al igual que nuestra fiesta de toros es riquísima en matices, en cromatismo, en plasticidad, en expresiones artísticas etc., por citar solo algunas peculiaridades, el mundo del toro mitológico es también una fuente inagotable de información, cuyos contenidos pueden ser del interés de, al menos, los que nos interesa y apasiona la historia mitológica del toro.
Además de los procedimientos citados, también son innumerables las circunstancias en las que el toro ha sido protagonista directo de hechos ocasionales, como fundación de ciudades, descubrimiento de vírgenes cristianas, milagros taurinos, portador de imágenes religiosas o la abundante representación iconográfica en iglesias y catedrales etc., que próximamente verán la luz en artículos venideros.
En el caso que nos ocupa, nos vamos a referir a las diversas ocasiones en las que el toro fue “el elemento colaborador necesario” para dirimir disputas locales o decisiones comunales, así como su participación en diferentes conflictos históricos de carácter bélico.
Una de esas ocasiones en las que el toro tuvo el protagonismo de intervenir para dirimir litigios entre pueblos nos lo facilita Julio Caro Baroja, en “El estío festivo”, narrándonos un acontecimiento acaecido en Asturias a finales del siglo XIX: “…en la zona más ganadera del principado, en los poblados de Yernes y Tameza, a comienzos del siglo presente oyó D.Manuel Pedregal a los más viejos vecinos que en cierta ocasión, con objeto de determinar los límites de su “obispalía” a los de Proaza, se determinó que lucharan dos toros, uno de cada parte, “sirviendo de punto de partida en el deslinde, con dirección determinada, el sitio donde llegase el toro vencedor”. (1)
El nombre del concejo proviene, al parecer, de las dos parroquias que lo integran, la de Santa María de Tameza y la de la Santa Cruz de Yernes, situadas en la zona centro-occidental del Principado asturiano, en la parte alta del río Cubia.
Precisamente en el escudo municipal de Yernes y Tameza, dividido en dos partes, aparece: en la parte superior, sobre fondo azul, una cruz de la victoria, flanqueada por dos ángeles postrados adorándola y en la parte inferior, dos toros enfrentándose. La inclusión de estos bovinos en el escudo viene a confirmar la posible veracidad de la leyenda.
Además, la presencia de los toros en el escudo de este concejo y la ausencia de los mismos en el de Proaza, nos inclina a suponer que la victoria cayó del lado de los de Yernes y Tameza. Hasta aquí la leyenda que relataban “los más viejos vecinos” del lugar.
Según relata la historia, ésta nos indica que en el año 1174 el rey Fernando II de León (el creador de la Orden de Santiago y enterrado en la catedral de Compostela) cedió los derechos sobre los terrenos a Oviedo, convirtiéndose, por aquel entonces, en un concejo de obispalía.
También en la “Galicia profunda”, pero más bien por el hecho de la Galicia de rancias raíces célticas y misteriosa, ocurrieron acontecimientos litigiosos donde la intervención del toro, parece ser, puso fin a una disputa local de carácter internacional.
El hecho se refiere a la lucha de dos toros sementales en la raya o deslinde entre el pueblo orensano de Muiños, con otro de Portugal, Montalegre, por la disputa de las tierras de la llamada "Raia Seca". Una zona de gran incidencia en la vida económica y social de las parroquias colindantes.
Al parecer el hecho se remonta a épocas del nacimiento del país vecino, allá por el año 1.130 aproximadamente. Al parecer los límites de los dos términos territoriales de estos municipios, se fijarían en el lugar donde llegase el toro vencedor.
Esta celebración secular, conocida como "a chega dos bois" (“lucha de toros”), se celebra anualmente en Muiños (Orense), y todavía se sigue celebrando anualmente el sábado 5 de agosto, a pesar de que son muchas las voces (ecologistas) que se alzan contra dicha celebración. (2)
Parece ser que en el año 2.008 no se celebraron las chegas, por temor a sanciones económicas que “…es el motivo para que no se celebre en esta edición…” . A pesar de ello, se sigue manteniendo el reparto, a todos los asistentes, de la conocida “Sopas de burro cansado” que es una sopa de vino caliente con pan de trigo y azúcar, costumbre que se usaba como reconstituyente en los trabajos de campo y que fue adaptada para la fiesta.
Esta fiesta y su correspondiente lucha de toros, era seguida no solo por los propios lugareños si no por muchos habitantes de los municipios de la "raia ”, incluidos los del vecino Portugal.(9)
A pesar de estos impedimentos aún se siguen celebrando las peleas de toros o "a chega dos bois", en la zona de Motalegre, Portugal, además de en éste también se celebran en los pueblos cercanos de Vilar de Perdizes, Videferre, Pisoes y Barroso, cuyas peleas se conocen con el nombre de “chega”, “puxa” o “luta do boy” y se celebran en un lugar llamado “Lama do Touro”, que suele ser una amplia pradería donde se desarrollan estos combates con toros conocidos como “raza barrosa”.
Otro ejemplo de disputas la encontramos en una de las nueve parroquias del pueblo pontevedrés de A CAÑIZA, donde la imagen de Nuestra Señora de A Franqueira, conocida como “Virxe da Fonte”, una imagen tallada en piedra y posteriormente policromada, que se cree procede de la época románico-gótica o bien de fecha anterior al siglo IX, cuya imagen es paseada durante la procesión en un carro tirado por bueyes, el día de su festividad, que se celebra del 7 al 9 de septiembre, recorriendo las aldeas cercanas.
Según cuenta la tradición, cuando apareció la imagen en una cueva, de una zona conocida como "O Coto da vella", que se encuentra en el deslinde de las parroquias de Luneda y A Franqueira, los párrocos de las dos feligresías pretendían, como era lógico, llevar la imagen a su respectiva parroquia. Después de grandes discusiones sobre el tema, llegaron a un especie de solución "salomónica", decidiendo los habitantes de ambos pueblos que se subiera la imagen a un carro tirado por una pareja de bueyes, cuyos animales llevarían los ojos vendados para que no pudieran ver absolutamente nada. Hecho esto, dejaron los bueyes en libertad para dirigirse hacia donde el instinto los llevase, sin manejo alguno de personas. El lugar donde los bueyes se parasen sería respetado por todos y en dicho lugar habría de quedar la imagen de la Virgen, donde debía levantarse una ermita para rendirle culto y veneración.
Amplias y abundantes son, también, las referencias históricas que encontramos sobre el empleo del toro en acontecimientos bélicos, donde la utilización de estos animales fue de una importancia decisiva, como se pone de manifiesto en los siguientes eventos.
El historiador griego Diodoro Sículo (fines del s. I a.C.) nos informa que: ”Fueron los íberos quienes emplearon contra los cartagineses la estratagema, cuando el caudillo oretano Orissón acudió a Héliké (Ilici=Elche?) en socorro de los sitiados por Amílcar Barca (padre de Aníbal y suegro de Asdrúbal), de atacar a los cartagineses con carros de novillos bravos con teas encendidas en los testuces, en cuyo desastre Amílcar Barca (229 a.C.) pereció ahogado en la huída”.
Es posible que ese hecho luctuoso ocurriese en el río Vinalopó, o bien en el río Segura, ya que la desembocadura de ambos distan tan solo unos pocos kilómetros de Elche.(3)
Otra variante de este relato es la del historiador griego Apiano (fines del s. I d.C.), quien habla de carretas de bueyes cargadas con leños ardiendo que los reyezuelos del sur arrojaron contra los cartagineses: ”Pero al fin, conjurados contra él los reyezuelos de diversos pueblos íberos y otros hombres de influencia, pereció de este modo: cargaron de leña unos carros y unciendo a ellos bueyes, se pusieron en marcha, siguiendo detrás armados. Cuando les ven los africanos sin entender su ardid, levantan grandes carcajadas.
Pero ya más cercanos los íberos, encienden los carros y los lanzan con sus yuntas contra los enemigos. En su loca carrera los bueyes esparcen el fuego por doquier; una gran confusión se apodera de los cartagineses y se disuelve su formación; entonces los íberos, precipitándose sobre ellos, mataron al mismo Barca y a muchos que en su auxilio acudieron”.(4)
Estas estratagemas no cayeron en el saco roto de los cartagineses, ya que fueron no solo aprendidas sino puestas en prácticas por Aníbal, en la segunda guerra Púnica (218-201 a.C.), según un relata el historiador Polibio (200-120 a.C.) :”Los íberos, mercenarios de Aníbal, emplearon la estratagema, para romper las formaciones enemigas en los pasos de Falermo, lanzando contra los romanos dos mil o más toros con sarmientos encendidos en los cuernos”.(3)
El historiador Tito Livio, XXII(59 a.C. – 17 d.C.) añade al respecto que “Aníbal empleó toros con las astas encendidas para fingir una marcha de soldados y además...usaron de una minoría de mansos para manejar a otros más bravos”. (5)
El siguiente caso ocurrió en Tornavacas, valle del Jerte, provincia de Cáceres, en el sitio conocido como Vega del Escobar. “Durante la Reconquista (a mediados del siglo X), las huestes del rey leonés Ramiro II “El Grande”(reinó del 931-951), entablaron una dura contienda con las tropas musulmanas de Almanzor, el terrible Abu Amir Muhammad, quienes pusieron en graves apuros a los combatientes cristianos. De tal trance vienen a sacarles los vaqueros de las sierras cercanas, que recurren a la estratagema, utilizada ya por los cartagineses, de colocar teas encendidas en los cuernos de las vacas.
Al contemplar tan gran iluminaría, creen que desciende un ejército considerable que acude en auxilio de los cristianos. Los hijos de la media luna huyen despavoridos en medio de la noche. El engaño, una vez más había funcionado. El caudillo cristiano ordena el regreso de los astados, que bajaron el Puerto, al grito de "Torna-vacas". Y el punto exacto donde se produjo el retorno de las reses pasó a designarse, en conmemoración del acontecimiento histórico, Torna-vacas, manteniendo durante varios siglos esa misma grafía que separa las dos palabras”. (8)
Igual estratagema, parece ser, utilizó Jaime I “El Conquistador” en 1248 en la conquista de Sagunto contra los musulmanes.
También “los portugueses de la isla Terceira (Azores), en tiempos de Felipe II, instruidos por un fraile agustino, rechazaron y destrozaron a los castellanos, atacándoles con una manada de toros feroces en vanguardia, a los que se agarrocharon para excitarlos y enfurecerlos…”.(3)
El hecho se refiere a las operaciones del desembarco y ocupación de la Isla Terceira (Azores) por la escuadra mandada por D. Alvaro de Bazán, tras el enfrentamiento y victoria sobre la flota francesa en la “Batalla de la isla Terceira” que acaeció el año 1583, ya que tales islas fueron las penúltimas en declararse en rebeldía contra la autoridad del Rey Felipe II, a la sazón Rey de España y Portugal.
A este respecto cita Cossío que:”... fueron tropas al mando de Pedro Valdés y que murieron 400 españoles y menos de 30 portugueses, según el Padre Mariana…”.
Esta estratagema del empleo de toros en contiendas bélicas, por parte de los portugueses, ya había sido utilizada contra los romanos, de cuya noticia nos informa: “Dión Casio (historiador y senador romano 155-229 d.C.), nos habla de la estrategia que un grupo de lusitanos llevó a cabo contra el ejercito desplazado por Cesar a la Ulterior en la campaña del año 61 a. c., que consistió en bloquear a los romanos soltando sobre ellos varios hatos vacunos con el fin de distraer a las legiones y atacarlas por sorpresa”.(6)
Este hecho de utilizar manadas de toros en contiendas bélicas, como acabamos de reseñar, lo encontramos reflejados también en la Biblia, en la época de los Jueces -es decir, cuando Israel estuvo gobernado durante el periodo que va desde la muerte de Josué (sucesor de Moisés) hasta la unificación del reino de Israel y su primer rey Saúl (1200?-1051 a.C.) por un grupo de notables o ancianos, elegidos entre las doce tribus- cuyo texto describe el suceso de esta forma: ”Después de él vino Samgar (posiblemente un príncipe cananeo, uno de los seis jueces menores, hacia el 1.100 a.C.), hijo de Anat. Derrotó a los filisteos, que eran seiscientos hombres, con una aguijada de bueyes, libertando también él a Israel”. (Jueces, 3, 31) (7)
Es del conocimiento general que muchas especies animales, cuando llega el tiempo del apareamiento, los machos de esas especies se enfrentan entre ellos, a veces en luchas extenuantes o cruentas, hasta conseguir erigirse en el macho dominante y así tener el privilegio de aparearse con un hato de hembras que apartaban para sí. Este comportamiento selectivo de la naturaleza, se justifica en que la transmisión genética la deben transferir solo los machos más vigorosos, con el fin de preservar o mejorar la especie.
El hombre de campo, que es el mayor observador y el mejor conocedor de estos comportamientos de la naturaleza, trata, en muchas ocasiones, de imitarla y poner en práctica esas enseñanzas adquiridas.
Así ocurre en una zona de Cantabria, en la comarca de Liébana y más concretamente en el Concejo de Bedoya, donde aplican estas prácticas selectivas en el ganado vacuno autóctono, de la raza Tudanca, que es la dominante en la zona. José María de Cossío la califica de “ágil, fuerte, sobria y resistente”, que si por algo destaca esta raza es por su fuerza y su carne es muy apreciada.
En este Concejo y valle de de Bedoya, en la vertiente occidental de Peña Sagra, existe o existía un rito practicado, al menos hasta mediados del siglo pasado, por una asociación ganadera que en sus reglamentos estipulaba la obligación de tener dos toros tudancos sementales para la reproducción de su cabaña ganadera. Dichos toros estaban estabulados durante todo el invierno en una cuadra de la localidad de Pumareña.
Antes del verano, cuando subían con la cabaña de vacas al puerto, convenía que ambos toros se enfrentaran para marcar la supremacía del uno sobre el otro. Para ello, cada año, el día de Pascua, se soltaban los dos toros en el lugar conocido como La Llosa de San Miguel, que era uno de los pocos espacios llanos y suficientemente amplios para realizar la pelea, de la que saldría el macho dominante, que sería el que acompañaba a las vacas al puerto y convertirse en el semental del rebaño.
Este acontecimiento era presenciado, entre la expectación general, por todos los lugareños mientras duraba la pelea. La fuerza y la pericia de los toros hacía que uno de ellos se erigiera vencedor y el perdedor saliese huyendo, a veces con alguna que otra herida; en todo el resto del año ya no se volvería a acercar al toro triunfador. (8)
Todos estos datos, añadidos a los que ya les suministré en mis artículos anteriores, vienen a evidenciar que los toros son cultura, porque forman parte de las costumbres, las creencias y el culto que se le dispensó al toro y todo ello se remonta a la noche de los tiempos. Por lo tanto la cultura del toro, podemos afirmar, es multi-milenaria.
Plácido González Hermoso.
Fuente: Blog Mitaurico.com
!Amén!....
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