El Misacantano ..… Autor: Luis López ….. Fuente: su blog, "Tercio de Pinceles"
Por Lagun
IntroducciónHay que convenir con Francisco J. Flores Arroyuelo (“Correr los toros en España – Del monte a la plaza”) en que la afición del hombre por medirse ante el toro es muy antigua, y que debe traer causa del traslado hasta el poblado que el hombre prehistórico debía realizar con los uros que cazaba vivos en el campo, para lo que se servía, entre otros elementos, de maromas para poder conducirlos al recinto en el que serían encerrados, sin que en aquellas acciones, lógicamente, faltasen carreras, desplantes, así como sustos, golpes y hasta cogidas. Por ello, esa primitiva forma de conducir los toros hay que considerarla como fuente de inspiración de la que es una de las más antiguas modalidades de festejo taurino popular: el toro ensogado.
Y también cabe adelantar que, en España, la afición por los festejos taurinos fue siempre propia de hombres de toda clase y condición: desde gentes del pueblo llano hasta dignatarios de la más alta jerarquía del estado, pasando por representantes de la aristocracia y, como veremos en este texto, personalidades con una ilustre titulación académica y miembros de la Iglesia.
Tan arraigada es desde antaño nuestra costumbre de correr toros que, ya en el Medievo, no precisábamos de la programación de un acto específico para ello. Bastaba el mero traslado al matadero de un toro sujeto con una maroma para que en torno al astado se arremolinasen los viandantes y que algunos practicasen desplantes y suertes. Así queda recogido, por ejemplo, en el Fuero de Madrid de 1202. No obstante, lo más común era que para correr toros se programaran festejos concretos, que solían tener como fin agasajar a visitantes ilustres, conmemorar fechas señaladas y, entre otros motivos, celebrar rituales, festividades civiles y religiosas o acontecimientos sociales como nacimientos, bodas... Así, se puede decir que los juegos de toros solían asociarse con acontecimientos festivos y felices. Como ocurría en los dos casos que aquí nos van a ocupar: la celebración de la primera Misa por un sacerdote y la obtención del grado de Doctor por un universitario.
El MisacantanoCon el término misacantano se denomina al sacerdote que dice o canta su primera misa.
Para ese día tan memorable, los sacerdotes nunca estuvieron obligados a programar actos sociales extraordinarios ni a celebrar una misa con pompa, pero siempre fue tradición muy seguida que en dicho oficio religioso, conocido con la expresión misa nueva, se realizase algún ceremonial especial y que, después, a modo de celebración, se organizase en la localidad una jornada festiva, en la que lo más común era dar un banquete en casa del misacantano.
El resto de los actos de esa fiesta variaría dependiendo de las costumbres locales y, como es lógico, de las disponibilidades económicas del sacerdote o de su familia. Pero de lo que hay prueba documental es que en el Medievo, y cuando menos en un territorio que hoy corresponde a Navarra, debió ser tradición muy importante y consolidada que se corriesen toros con motivo de las celebraciones festivas en honor del misacantano.
Tras ser conquistada Tudela en 1119, el rey Alfonso I el Batallador otorgó a la villa un fuero que señalaba en su capítulo 293:
“De qui encarnizare buey ó baca ó toro
Qui encaniçare buey o uaca o toro o qualquiere otra bestia e ficiere algun dannio es fuero el sennor de la bestia que la pierda, el sennor tayendola por la uilla, pero el trymiento o solaz fuesse por bodas o esposamiento o de nueuo missacantano: si danno alguno auiniere no es alli penna ni periglo alguno si doncas el tenedor o tenedores no fizieren soltura maliciosanent por facer danno o escarnio ad aquella persona e alli do esto sea prouado que perdra la bestia en la manna ante dita.”
(Literal recogido por Luis María Marín Royo en “El Fuero de Tudela”)
Lo que venía a establecer esta norma del Fuero de Tudela es que quien llevase por la villa un buey, una vaca, un toro o cualquier otra bestia debía hacerlo con cuidado y mantenerla bien sujeta, porque el dueño perdería la bestia si la enfurecía y causaba algún daño. Pero si el traslado o la diversión era por bodas, esposamiento o nuevo misacantano, no tendría ninguna pena si hiciese algún daño, a no ser que el tenedor o tenedores de la cuerda la soltasen maliciosamente para hacer daño o escarnio a alguna persona. Pues, en el caso de que eso fuese probado, el dueño también perdería la bestia.
Sin entrar a analizar la polémica histórico-jurídica sobre si el Fuero de Tudela trae origen del Fuero de Sobrarbe o de algún otro fuero aragonés, y por tanto si el contenido de sus normas está basado en usos y costumbres de todo el territorio navarro-aragonés, lo que sí es absolutamente cierto es que el Fuero de Tudela es un corpus jurídico adaptado para los usos y costumbres de dicha villa, y que en ella, al menos, queda probado que debió tener gran arraigo la tradición de correr toros ensogados para celebrar y honrar al misacantano. Tanto, como que esta costumbre y la corrida nupcial aparecen en el Fuero como las únicas excepciones a una norma de carácter general.
No conozco otras pruebas directas de este ritual festivo, pero sí indirectas.
Como señala Alberto del Campo Tejedor (“Diversiones clericales burlescas en los siglos XIII a XVI: las misas nuevas”), la celebración del misacantano dio pie en el Medievo a fiestas jubilosas y a diversiones burlescas, lo que despertó muchos resquemores en las altas jerarquías de la Iglesia y ocasionó que fueran frecuentes en el siglo XVI los concilios y sínodos eclesiásticos que limitaron los excesos que, a juicio de dichas instancias, se cometían en los festejos de las misas nuevas. Así, en lo que atañe a la tradición que nos ocupa, este autor indica que se cita el correr toros entre los actos lúdico-festivos que se prohibió a los clérigos en el sínodo de Calahorra de 1545.
Por su parte, Beatriz Badorrey Martín (“Principales prohibiciones canónicas y civiles de las corridas de toros”) nos señala otros ejemplos de restricciones canónicas para las misas nuevas, entre las que se puede destacar la siguiente: el obispo de Orense Antonio Ramírez de Haro promulgó en un sínodo celebrado en su diócesis en 1539 “Que ningún clérigo dance ni bayle ni cante cantares seglares en missa nueva ni en bodas, ni en otro negocio alguno público, ni ande corriendo toros, so pena de diez reales aplicados como dicho es”.
Se evidencia, por tanto, que las celebraciones que se llevaban a cabo en la tradición festiva del Misacantano fueron, cuando menos hasta el siglo XVI, fuente y marco de festejos taurinos.
Unos festejos taurinos en los que debía ser frecuente que se contase con la participación activa del sacerdote y que, al menos en la villa de Tudela, se celebraban bajo la modalidad de toro ensogado.
(El pintor Luís López ha reflejado el ritual del Misacantano en el precioso dibujo que encabeza esta entrada considerando esos dos elementos, así como el hecho de que el territorio navarro-aragonés fuese una región donde las suertes del toreo a pie se practicaban en sus inicios a cuerpo limpio.)
Cabe señalar, además, que en las dos celebraciones que se citan en los textos analizados, la del Misacantano y la del Toro Nupcial (que ya la estudiamos aquí), los festejos taurinos tenían lugar en vías públicas, de donde se desprende que contaban con una participación popular, que se caracterizaban por la improvisación y que, como señala Ángel Álvarez de Miranda (“Ritos y juegos del toro”), fueron gérmenes de las corridas modernas.
Además, y a modo de curiosidad, del término misacantano también se debe una derivación semántica que aún se usa en el mundo de los toros: toricantano, neologismo con el que se designa al torero que torea su primera corrida de toros
Pero las bodas y las misas nuevas no fueron las únicas fiestas que dieron lugar a la celebración de festejos taurinos. La obtención del grado de Doctor, que es el supremo de todos los académicos, siempre fue un motivo de felicidad para los pocos universitarios que lo lograron. Y, como vemos que solía ocurrir en el Medievo, ese feliz acontecimiento también se celebraba en las universidades con festejos taurinos.
Y también cabe adelantar que, en España, la afición por los festejos taurinos fue siempre propia de hombres de toda clase y condición: desde gentes del pueblo llano hasta dignatarios de la más alta jerarquía del estado, pasando por representantes de la aristocracia y, como veremos en este texto, personalidades con una ilustre titulación académica y miembros de la Iglesia.
Tan arraigada es desde antaño nuestra costumbre de correr toros que, ya en el Medievo, no precisábamos de la programación de un acto específico para ello. Bastaba el mero traslado al matadero de un toro sujeto con una maroma para que en torno al astado se arremolinasen los viandantes y que algunos practicasen desplantes y suertes. Así queda recogido, por ejemplo, en el Fuero de Madrid de 1202. No obstante, lo más común era que para correr toros se programaran festejos concretos, que solían tener como fin agasajar a visitantes ilustres, conmemorar fechas señaladas y, entre otros motivos, celebrar rituales, festividades civiles y religiosas o acontecimientos sociales como nacimientos, bodas... Así, se puede decir que los juegos de toros solían asociarse con acontecimientos festivos y felices. Como ocurría en los dos casos que aquí nos van a ocupar: la celebración de la primera Misa por un sacerdote y la obtención del grado de Doctor por un universitario.
El MisacantanoCon el término misacantano se denomina al sacerdote que dice o canta su primera misa.
Para ese día tan memorable, los sacerdotes nunca estuvieron obligados a programar actos sociales extraordinarios ni a celebrar una misa con pompa, pero siempre fue tradición muy seguida que en dicho oficio religioso, conocido con la expresión misa nueva, se realizase algún ceremonial especial y que, después, a modo de celebración, se organizase en la localidad una jornada festiva, en la que lo más común era dar un banquete en casa del misacantano.
El resto de los actos de esa fiesta variaría dependiendo de las costumbres locales y, como es lógico, de las disponibilidades económicas del sacerdote o de su familia. Pero de lo que hay prueba documental es que en el Medievo, y cuando menos en un territorio que hoy corresponde a Navarra, debió ser tradición muy importante y consolidada que se corriesen toros con motivo de las celebraciones festivas en honor del misacantano.
Tras ser conquistada Tudela en 1119, el rey Alfonso I el Batallador otorgó a la villa un fuero que señalaba en su capítulo 293:
“De qui encarnizare buey ó baca ó toro
Qui encaniçare buey o uaca o toro o qualquiere otra bestia e ficiere algun dannio es fuero el sennor de la bestia que la pierda, el sennor tayendola por la uilla, pero el trymiento o solaz fuesse por bodas o esposamiento o de nueuo missacantano: si danno alguno auiniere no es alli penna ni periglo alguno si doncas el tenedor o tenedores no fizieren soltura maliciosanent por facer danno o escarnio ad aquella persona e alli do esto sea prouado que perdra la bestia en la manna ante dita.”
(Literal recogido por Luis María Marín Royo en “El Fuero de Tudela”)
Lo que venía a establecer esta norma del Fuero de Tudela es que quien llevase por la villa un buey, una vaca, un toro o cualquier otra bestia debía hacerlo con cuidado y mantenerla bien sujeta, porque el dueño perdería la bestia si la enfurecía y causaba algún daño. Pero si el traslado o la diversión era por bodas, esposamiento o nuevo misacantano, no tendría ninguna pena si hiciese algún daño, a no ser que el tenedor o tenedores de la cuerda la soltasen maliciosamente para hacer daño o escarnio a alguna persona. Pues, en el caso de que eso fuese probado, el dueño también perdería la bestia.
Sin entrar a analizar la polémica histórico-jurídica sobre si el Fuero de Tudela trae origen del Fuero de Sobrarbe o de algún otro fuero aragonés, y por tanto si el contenido de sus normas está basado en usos y costumbres de todo el territorio navarro-aragonés, lo que sí es absolutamente cierto es que el Fuero de Tudela es un corpus jurídico adaptado para los usos y costumbres de dicha villa, y que en ella, al menos, queda probado que debió tener gran arraigo la tradición de correr toros ensogados para celebrar y honrar al misacantano. Tanto, como que esta costumbre y la corrida nupcial aparecen en el Fuero como las únicas excepciones a una norma de carácter general.
No conozco otras pruebas directas de este ritual festivo, pero sí indirectas.
Como señala Alberto del Campo Tejedor (“Diversiones clericales burlescas en los siglos XIII a XVI: las misas nuevas”), la celebración del misacantano dio pie en el Medievo a fiestas jubilosas y a diversiones burlescas, lo que despertó muchos resquemores en las altas jerarquías de la Iglesia y ocasionó que fueran frecuentes en el siglo XVI los concilios y sínodos eclesiásticos que limitaron los excesos que, a juicio de dichas instancias, se cometían en los festejos de las misas nuevas. Así, en lo que atañe a la tradición que nos ocupa, este autor indica que se cita el correr toros entre los actos lúdico-festivos que se prohibió a los clérigos en el sínodo de Calahorra de 1545.
Por su parte, Beatriz Badorrey Martín (“Principales prohibiciones canónicas y civiles de las corridas de toros”) nos señala otros ejemplos de restricciones canónicas para las misas nuevas, entre las que se puede destacar la siguiente: el obispo de Orense Antonio Ramírez de Haro promulgó en un sínodo celebrado en su diócesis en 1539 “Que ningún clérigo dance ni bayle ni cante cantares seglares en missa nueva ni en bodas, ni en otro negocio alguno público, ni ande corriendo toros, so pena de diez reales aplicados como dicho es”.
Se evidencia, por tanto, que las celebraciones que se llevaban a cabo en la tradición festiva del Misacantano fueron, cuando menos hasta el siglo XVI, fuente y marco de festejos taurinos.
Unos festejos taurinos en los que debía ser frecuente que se contase con la participación activa del sacerdote y que, al menos en la villa de Tudela, se celebraban bajo la modalidad de toro ensogado.
(El pintor Luís López ha reflejado el ritual del Misacantano en el precioso dibujo que encabeza esta entrada considerando esos dos elementos, así como el hecho de que el territorio navarro-aragonés fuese una región donde las suertes del toreo a pie se practicaban en sus inicios a cuerpo limpio.)
Cabe señalar, además, que en las dos celebraciones que se citan en los textos analizados, la del Misacantano y la del Toro Nupcial (que ya la estudiamos aquí), los festejos taurinos tenían lugar en vías públicas, de donde se desprende que contaban con una participación popular, que se caracterizaban por la improvisación y que, como señala Ángel Álvarez de Miranda (“Ritos y juegos del toro”), fueron gérmenes de las corridas modernas.
Además, y a modo de curiosidad, del término misacantano también se debe una derivación semántica que aún se usa en el mundo de los toros: toricantano, neologismo con el que se designa al torero que torea su primera corrida de toros
Pero las bodas y las misas nuevas no fueron las únicas fiestas que dieron lugar a la celebración de festejos taurinos. La obtención del grado de Doctor, que es el supremo de todos los académicos, siempre fue un motivo de felicidad para los pocos universitarios que lo lograron. Y, como vemos que solía ocurrir en el Medievo, ese feliz acontecimiento también se celebraba en las universidades con festejos taurinos.
Los toros del Doctorado
Desde el nacimiento de las universidades en el Medievo, muy pocos fueron los estudiantes que llegaron a obtener el grado máximo de doctor, puesto que a la propia dificultad de ir aprobando y ascendiendo en la carrera académica se unía el hecho de que en las universidades más importantes se celebraba el logro final con gran solemnidad y eran los doctorandos los que tenían que abonar los elevados costes de las ceremonias de concesión de grados, que incluían, entre otros actos protocolarios, ofrecer obsequios a la comunidad universitaria, preparar opulentos banquetes para gran número de invitados y programar corridas de toros.
Estas particularidades, y en especial la de ofrecer un festejo taurino, que debemos imaginar que en un primer momento debieron surgir y realizarse de una forma espontánea y voluntaria por el doctorando, llegaron a incorporarse hasta con detalles sobre la cantidad y la calidad en los estatutos de universidades tan importantes como las de Salamanca, Alcalá de Henares o Valladolid, pasando a convertirse así en requisitos obligatorios para los aspirantes al cargo de doctor y con la amenaza de severas sanciones en caso de obrar con parquedad en los preparativos (como luego veremos).
Así, a modo de ejemplo, y según detalla Beatriz Badorrey Martín en su artículo “Los Toros y la Universidad”, en Valladolid se disponía que, para conmemorar la obtención del grado de doctor en las facultades de Cánones, Leyes, Medicina y Artes (todas excepto en la de Teología), cada doctor debía ofrecer cuatro toros, que aportaba directamente o pagaba a la Universidad a razón de 3.000 maravedís por cada toro; y sólo en el caso de graduaciones múltiples, ante el riesgo de una excesiva duración del festejo, se abría la posibilidad de pactar una reducción del número total de toros y, por tanto, de la cantidad que tenía que aportar cada doctorando. En Salamanca, en cambio, estaba convenido entre la Universidad y la ciudad que se corriesen diez toros de muerte si se graduaban entre uno y tres doctores; y doce toros, si eran más los graduados (Luis Enrique Rodríguez-San Pedro Bezares “Historia de la Universidad de Salamanca: estructuras y flujos”).
Se cuenta que los amigos del graduado, en los casos de doctorados de ciencias, utilizaban la sangre de los toros del festejo de la celebración para elaborar un pigmento con el que pintaban en cualquier fachada de la ciudad un vítor (un anagrama como el de la fotografía que encabeza este párrafo) para inmortalizar el logro del nuevo doctor. En los casos de doctorados de letras se dice que el pigmento era vegetal, pero igualmente en tono rojo.
Dada la inmensa popularidad de las corridas de toros en el Medievo y en épocas posteriores, no es de extrañar que el día de la prueba final de la licenciatura en Salamanca, y después de que los aspirantes hubiesen estado velando los libros durante toda la noche anterior en la capilla de Santa Bárbara del claustro de la Catedral Vieja, los que no superaban el examen eran obligados a salir en descrédito por una puerta trasera que es conocida como “Puerta de los Carros”, en medio de los abucheos y vejaciones de la gente; en cambio, los que superaban la prueba salían por la Puerta principal de la Catedral y, a hombros de sus compañeros y amigos, eran aclamados por toda la ciudad. Y es que, para la fiesta de celebración y, con ella, la corrida de toros, sólo restaba que el recién licenciado hiciera la solicitud del honorífico grado de doctor.
Ahora bien, como se precisaba de una economía muy saneada para costear los doctorados, no todos optaban a ese grado en las universidades importantes. Había quienes se conformaban con el grado de licenciado, y también quienes solicitaban el grado de doctor en universidades menores, que realizaban unas ceremonias más modestas y menos onerosas. Además, como indica Águeda María Rodríguez Cruz (“Mexicano ilustre, hijo de las aulas salmantinas”), también existía la posibilidad de solicitar el grado máximo aprovechando épocas de luto de la familia real, pues en ese caso estaban dispensados los toros, regocijos y pompas.
Por el carácter estatutario, y por tanto obligatorio, de las celebraciones de los grados, la falta de algunos de los componentes protocolarios que se establecían o la parquedad en su preparación conllevaba la posibilidad de que en la misma universidad se abriese un proceso para juzgar la conducta de los graduados infractores, pues las universidades del Antiguo Régimen eran unas corporaciones autogestionadas e independientes, que contaban con órganos judiciales propios para enjuiciar el incumplimiento de las normas estatutarias.
Así, he tenido acceso a una carta ejecutoria dictada por la Real Audiencia de Valladolid en 1595 para el cumplimiento de la sentencia que adquirió firmeza en un proceso seguido contra seis doctores por faltas que cometieron en la celebración de su graduación. Un proceso que, aunque en su día tuviese una gran gravedad, a fecha de hoy cabe calificar de curioso y nos ofrece la medida de la seriedad con la que los doctorandos de la época tenían que obrar en las celebraciones de sus grados.
El rector de la Universidad de Valladolid inició un proceso el 22 de septiembre de 1593 contra Felipe de Vaca Santiago, Alonso de Santiago, Juan Fernández de Talavera, Francisco Martínez Polo, Antonio del Campo y Antonio de Herrera, doctores médicos todos ellos, a los que se acusaba de lo siguiente:
-que en las colaciones para la universidad sólo habían dado dos platos de avellanas con tres libras de confitura, siendo uso y costumbre dar más de cien libras de confitura, conservas y frutas;
-que en la comida había habido muy notables faltas, pues en vez de gallinas dieron “pollos secos” y habían servido vino nuevo en vez de añejo;
-que en la fiesta de toros que ese mismo día se celebró en la plaza de Santa María habían cometido una muy notable falta en los toros, pues en vez de los 24 toros que correspondían según los estatutos, usos y costumbres de la universidad, ya se convinieron 8, y los que dieron no fueron añejos, como se debe, sino terneros y bueyes, ni cumplieron con lo prevenido de que fueran de “Zamora o de otras partes que fuesen de dar e tomar”, sino de Cuéllar y que no eran bravos;
-y que, además, el doctor Juan Fernández de Talavera había hecho soltar dos toros sin correrse, desobedeciendo las órdenes del rector públicamente.
Por todo ello el rector mandó que, preventivamente, se apresase a los doctores en la cárcel pública de la universidad y ordenó que depositasen prendas para provisionar una repetición de la corrida con cuatro toros de Zamora, sus colaciones y demás condenas que se les impusieren.
El proceso, que duró más de un año, concretamente hasta el 7 de febrero de 1595, se siguió en tres instancias: en la propia Universidad, en la Audiencia en grado de apelación y una posterior de revista, en las que se dictaron sus correspondientes sentencias, todas ellas con pronunciamientos distintos, siendo el contenido del fallo de la que terminaría adquiriendo firmeza que se condenaba a los doctores procesados a pagar 100.000 maravedís, que debían abonar: 20.000, el doctor Juan Fernández de Talavera; y los 80.000 restantes, los otros cinco doctores a partes iguales (16.000 cada uno).
(Archivo de la Real Chancillería de Valladolid, Registro de Ejecutorias, Caja 1781-44.)
Respecto al tipo de festejos que se realizaba en estas corridas de toros de los doctorados, por la pompa que se seguía en todos los ceremoniales y por la asistencia de las más altas personalidades de las respectivas ciudades, cabe pensar en que fuesen del tipo caballeresco; si bien también es factible que se tratasen de festejos mixtos, con participación popular en la parte final de la lidia de cada toro. Por otro lado, como los doctorandos formaban parte del cortejo de la universidad que asistía al festejo y éste disponía de palcos especialmente señalados al efecto, se hace difícil imaginar que participasen activamente en él. De hecho, en la corrida de toros que fue causa del proceso antes visto, la documentación sitúa al doctor Juan Fernández de Talavera en el mismo palco que ocupaba el rector de la universidad.
Las celebraciones de los doctorados con corridas de toros, colaciones y demás pompas, que tan onerosas resultaban para los graduados, se mantuvieron en las universidades españoles hasta el siglo XVIII. Y no parece casual que ello coincidiera con la llegada al trono de España de la dinastía Borbón, cuyos primeros representantes fueron contrarios a todo tipo de festejos taurinos.
Así, Fernando VI suprimió las pompas en las graduaciones de doctor de la Universidad de Salamanca por una Provisión de 1752. Tres años después se dictó la misma medida para Valladolid por otra Provisión de 1755. Y en Alcalá de Henares, que es la otra ciudad que se viene citando, varias Reales cédulas dictadas entre 1720 y 1764 fueron prohibiendo vítores, toros y otros festejos y gastos en el nombramiento de catedráticos, así como las vejaciones a los estudiantes forasteros que opositaban a cátedra.
Estas particularidades, y en especial la de ofrecer un festejo taurino, que debemos imaginar que en un primer momento debieron surgir y realizarse de una forma espontánea y voluntaria por el doctorando, llegaron a incorporarse hasta con detalles sobre la cantidad y la calidad en los estatutos de universidades tan importantes como las de Salamanca, Alcalá de Henares o Valladolid, pasando a convertirse así en requisitos obligatorios para los aspirantes al cargo de doctor y con la amenaza de severas sanciones en caso de obrar con parquedad en los preparativos (como luego veremos).
Así, a modo de ejemplo, y según detalla Beatriz Badorrey Martín en su artículo “Los Toros y la Universidad”, en Valladolid se disponía que, para conmemorar la obtención del grado de doctor en las facultades de Cánones, Leyes, Medicina y Artes (todas excepto en la de Teología), cada doctor debía ofrecer cuatro toros, que aportaba directamente o pagaba a la Universidad a razón de 3.000 maravedís por cada toro; y sólo en el caso de graduaciones múltiples, ante el riesgo de una excesiva duración del festejo, se abría la posibilidad de pactar una reducción del número total de toros y, por tanto, de la cantidad que tenía que aportar cada doctorando. En Salamanca, en cambio, estaba convenido entre la Universidad y la ciudad que se corriesen diez toros de muerte si se graduaban entre uno y tres doctores; y doce toros, si eran más los graduados (Luis Enrique Rodríguez-San Pedro Bezares “Historia de la Universidad de Salamanca: estructuras y flujos”).
Se cuenta que los amigos del graduado, en los casos de doctorados de ciencias, utilizaban la sangre de los toros del festejo de la celebración para elaborar un pigmento con el que pintaban en cualquier fachada de la ciudad un vítor (un anagrama como el de la fotografía que encabeza este párrafo) para inmortalizar el logro del nuevo doctor. En los casos de doctorados de letras se dice que el pigmento era vegetal, pero igualmente en tono rojo.
Dada la inmensa popularidad de las corridas de toros en el Medievo y en épocas posteriores, no es de extrañar que el día de la prueba final de la licenciatura en Salamanca, y después de que los aspirantes hubiesen estado velando los libros durante toda la noche anterior en la capilla de Santa Bárbara del claustro de la Catedral Vieja, los que no superaban el examen eran obligados a salir en descrédito por una puerta trasera que es conocida como “Puerta de los Carros”, en medio de los abucheos y vejaciones de la gente; en cambio, los que superaban la prueba salían por la Puerta principal de la Catedral y, a hombros de sus compañeros y amigos, eran aclamados por toda la ciudad. Y es que, para la fiesta de celebración y, con ella, la corrida de toros, sólo restaba que el recién licenciado hiciera la solicitud del honorífico grado de doctor.
Ahora bien, como se precisaba de una economía muy saneada para costear los doctorados, no todos optaban a ese grado en las universidades importantes. Había quienes se conformaban con el grado de licenciado, y también quienes solicitaban el grado de doctor en universidades menores, que realizaban unas ceremonias más modestas y menos onerosas. Además, como indica Águeda María Rodríguez Cruz (“Mexicano ilustre, hijo de las aulas salmantinas”), también existía la posibilidad de solicitar el grado máximo aprovechando épocas de luto de la familia real, pues en ese caso estaban dispensados los toros, regocijos y pompas.
Por el carácter estatutario, y por tanto obligatorio, de las celebraciones de los grados, la falta de algunos de los componentes protocolarios que se establecían o la parquedad en su preparación conllevaba la posibilidad de que en la misma universidad se abriese un proceso para juzgar la conducta de los graduados infractores, pues las universidades del Antiguo Régimen eran unas corporaciones autogestionadas e independientes, que contaban con órganos judiciales propios para enjuiciar el incumplimiento de las normas estatutarias.
Así, he tenido acceso a una carta ejecutoria dictada por la Real Audiencia de Valladolid en 1595 para el cumplimiento de la sentencia que adquirió firmeza en un proceso seguido contra seis doctores por faltas que cometieron en la celebración de su graduación. Un proceso que, aunque en su día tuviese una gran gravedad, a fecha de hoy cabe calificar de curioso y nos ofrece la medida de la seriedad con la que los doctorandos de la época tenían que obrar en las celebraciones de sus grados.
El rector de la Universidad de Valladolid inició un proceso el 22 de septiembre de 1593 contra Felipe de Vaca Santiago, Alonso de Santiago, Juan Fernández de Talavera, Francisco Martínez Polo, Antonio del Campo y Antonio de Herrera, doctores médicos todos ellos, a los que se acusaba de lo siguiente:
-que en las colaciones para la universidad sólo habían dado dos platos de avellanas con tres libras de confitura, siendo uso y costumbre dar más de cien libras de confitura, conservas y frutas;
-que en la comida había habido muy notables faltas, pues en vez de gallinas dieron “pollos secos” y habían servido vino nuevo en vez de añejo;
-que en la fiesta de toros que ese mismo día se celebró en la plaza de Santa María habían cometido una muy notable falta en los toros, pues en vez de los 24 toros que correspondían según los estatutos, usos y costumbres de la universidad, ya se convinieron 8, y los que dieron no fueron añejos, como se debe, sino terneros y bueyes, ni cumplieron con lo prevenido de que fueran de “Zamora o de otras partes que fuesen de dar e tomar”, sino de Cuéllar y que no eran bravos;
-y que, además, el doctor Juan Fernández de Talavera había hecho soltar dos toros sin correrse, desobedeciendo las órdenes del rector públicamente.
Por todo ello el rector mandó que, preventivamente, se apresase a los doctores en la cárcel pública de la universidad y ordenó que depositasen prendas para provisionar una repetición de la corrida con cuatro toros de Zamora, sus colaciones y demás condenas que se les impusieren.
El proceso, que duró más de un año, concretamente hasta el 7 de febrero de 1595, se siguió en tres instancias: en la propia Universidad, en la Audiencia en grado de apelación y una posterior de revista, en las que se dictaron sus correspondientes sentencias, todas ellas con pronunciamientos distintos, siendo el contenido del fallo de la que terminaría adquiriendo firmeza que se condenaba a los doctores procesados a pagar 100.000 maravedís, que debían abonar: 20.000, el doctor Juan Fernández de Talavera; y los 80.000 restantes, los otros cinco doctores a partes iguales (16.000 cada uno).
(Archivo de la Real Chancillería de Valladolid, Registro de Ejecutorias, Caja 1781-44.)
Respecto al tipo de festejos que se realizaba en estas corridas de toros de los doctorados, por la pompa que se seguía en todos los ceremoniales y por la asistencia de las más altas personalidades de las respectivas ciudades, cabe pensar en que fuesen del tipo caballeresco; si bien también es factible que se tratasen de festejos mixtos, con participación popular en la parte final de la lidia de cada toro. Por otro lado, como los doctorandos formaban parte del cortejo de la universidad que asistía al festejo y éste disponía de palcos especialmente señalados al efecto, se hace difícil imaginar que participasen activamente en él. De hecho, en la corrida de toros que fue causa del proceso antes visto, la documentación sitúa al doctor Juan Fernández de Talavera en el mismo palco que ocupaba el rector de la universidad.
Las celebraciones de los doctorados con corridas de toros, colaciones y demás pompas, que tan onerosas resultaban para los graduados, se mantuvieron en las universidades españoles hasta el siglo XVIII. Y no parece casual que ello coincidiera con la llegada al trono de España de la dinastía Borbón, cuyos primeros representantes fueron contrarios a todo tipo de festejos taurinos.
Así, Fernando VI suprimió las pompas en las graduaciones de doctor de la Universidad de Salamanca por una Provisión de 1752. Tres años después se dictó la misma medida para Valladolid por otra Provisión de 1755. Y en Alcalá de Henares, que es la otra ciudad que se viene citando, varias Reales cédulas dictadas entre 1720 y 1764 fueron prohibiendo vítores, toros y otros festejos y gastos en el nombramiento de catedráticos, así como las vejaciones a los estudiantes forasteros que opositaban a cátedra.
Lagun
NOTAS:……En primer lugar, quiero agradecer al pintor Luís López que aceptase mi proposición de realizar un dibujo original para ilustrar este texto, así como felicitarle por la calidad de su creación; y recomiendo a todos los internautas que entréis en su blog (“Tercio de Pinceles”) para conocer sus obras.
……Y en segundo lugar, por la ayuda y la información que me han facilitado, también quiero dar las gracias a Beatriz Badorrey Martín, Profesora de Historia del Derecho, y a Rafael Cabrera Bonet, Presidente de la Unión de Bibliófilos Taurinos; habituales conferenciantes ambos en jornadas de temática taurina.
……Y en segundo lugar, por la ayuda y la información que me han facilitado, también quiero dar las gracias a Beatriz Badorrey Martín, Profesora de Historia del Derecho, y a Rafael Cabrera Bonet, Presidente de la Unión de Bibliófilos Taurinos; habituales conferenciantes ambos en jornadas de temática taurina.
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