Plaza de Toros Monumental de México
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En estos festejos del 65 Aniversario, existió una serie de inconformidades por parte de los aficionados, ya fuera por toros con apariencia de pequeñajos, así como por el excesivo regalo de orejas que la gran mayoría acabó obligando a los toreros a tirarlas.
En la Opinión de Pepe Mata:
El juez el único responsable de tantas pifias
Publicado por José Mata el 8/2/2011
Comencemos por la primera historia…
De que aparezcan pequeñajos cuando coincidentemente comparecen las figuras del toreo español, tiene dos vertientes:
La primera, el público exige a la empresa que contrate a los susodichos toreros hispanos para verlos en la Plaza México, porque de lo contrario el mismo público recriminaría a la empresa.
Entonces, la empresa se da a la tarea de contratarlos, pero teniendo que aceptar TODAS las imposiciones de las figuras ultramarinas, la fundamental… el toro con apariencia de pequeñajo, porque de lo contrario no vendrían. Al aceptar, ocurre lo que aconteció con Enrique Ponce… le devuelven sus bovinos, recriminándole con inaudita fuerza el gran público el devaluado hecho.
Pero… ¿quién es el verdadero responsable de que no aparezcan estos lindos pequeñajos?
Simple y llanamente… ¡el juez de plaza!
Si el representante del Jefe de Gobierno de la Ciudad de México en el coso de Insurgentes, el juez de plaza como máxima autoridad, antes, durante y después del festejo decidiera aplicar el Reglamento Taurino, impediría que las figuras españolas impusieran el pequeñajo de forma sistemática.
En Guadalajara están conscientes todos los toreros, incluyendo los ibéricos, que si pretenden torear allá, deben aceptar, como lo hacen en España, enfrentar al toro con edad, con trapío.
¿Por qué las autoridades taurinas de la Ciudad de México no se imponen obligando a los diestros españoles aceptar sin restricción torear al toro en toda su plenitud?
Se aprecia absurdo ver que se autoricen ejemplares, los que por la severa protesta del respetable, acaban regresándolos y cambiándoles, desdiciéndose el propio juez de algo que aprobó y tiene que desaprobar públicamente, observándose como una persona sin criterio y sucumbiendo ante las imperiales órdenes de las figuras del toreo español.
La segunda historia…
Eso de regalar tantas orejas, hace perder toda seriedad y autenticidad a los festejos.
Una cosa es la corrida triunfal, que deja honda huella en el ánimo de los aficionados por las imponentes hazañas creadas en el redondel ante el auténtico toro bravo y encastado; y otra, el nada edificante triunfalismo producto de faenas, sí… bonitas, pero que fueron hechas con bondadosos, dóciles… agradabilísimos pequeñajos, que como en el caso de una plaza llena, cuando 3 ó 4 mil puedan pedir los apéndices, 25, 30 ó 35 mil, reclaman y obligan a los toreros a tirar las orejas regaladas.
Sí regaladas por un juez que falto de criterio estuvo incapacitado para valorar lo que ocurrió en verdad en el redondel.
Por lo anterior, queda claro que son los jueces de plaza los únicos responsables de que se lidien toros con apariencia de pequeñajos, y de que los festejos que pudiendo ser triunfales, se devalúen en un evento triunfalista que pronto queda en el olvido, y no invita habitualmente a regresar.
De que aparezcan pequeñajos cuando coincidentemente comparecen las figuras del toreo español, tiene dos vertientes:
La primera, el público exige a la empresa que contrate a los susodichos toreros hispanos para verlos en la Plaza México, porque de lo contrario el mismo público recriminaría a la empresa.
Entonces, la empresa se da a la tarea de contratarlos, pero teniendo que aceptar TODAS las imposiciones de las figuras ultramarinas, la fundamental… el toro con apariencia de pequeñajo, porque de lo contrario no vendrían. Al aceptar, ocurre lo que aconteció con Enrique Ponce… le devuelven sus bovinos, recriminándole con inaudita fuerza el gran público el devaluado hecho.
Pero… ¿quién es el verdadero responsable de que no aparezcan estos lindos pequeñajos?
Simple y llanamente… ¡el juez de plaza!
Si el representante del Jefe de Gobierno de la Ciudad de México en el coso de Insurgentes, el juez de plaza como máxima autoridad, antes, durante y después del festejo decidiera aplicar el Reglamento Taurino, impediría que las figuras españolas impusieran el pequeñajo de forma sistemática.
En Guadalajara están conscientes todos los toreros, incluyendo los ibéricos, que si pretenden torear allá, deben aceptar, como lo hacen en España, enfrentar al toro con edad, con trapío.
¿Por qué las autoridades taurinas de la Ciudad de México no se imponen obligando a los diestros españoles aceptar sin restricción torear al toro en toda su plenitud?
Se aprecia absurdo ver que se autoricen ejemplares, los que por la severa protesta del respetable, acaban regresándolos y cambiándoles, desdiciéndose el propio juez de algo que aprobó y tiene que desaprobar públicamente, observándose como una persona sin criterio y sucumbiendo ante las imperiales órdenes de las figuras del toreo español.
La segunda historia…
Eso de regalar tantas orejas, hace perder toda seriedad y autenticidad a los festejos.
Una cosa es la corrida triunfal, que deja honda huella en el ánimo de los aficionados por las imponentes hazañas creadas en el redondel ante el auténtico toro bravo y encastado; y otra, el nada edificante triunfalismo producto de faenas, sí… bonitas, pero que fueron hechas con bondadosos, dóciles… agradabilísimos pequeñajos, que como en el caso de una plaza llena, cuando 3 ó 4 mil puedan pedir los apéndices, 25, 30 ó 35 mil, reclaman y obligan a los toreros a tirar las orejas regaladas.
Sí regaladas por un juez que falto de criterio estuvo incapacitado para valorar lo que ocurrió en verdad en el redondel.
Por lo anterior, queda claro que son los jueces de plaza los únicos responsables de que se lidien toros con apariencia de pequeñajos, y de que los festejos que pudiendo ser triunfales, se devalúen en un evento triunfalista que pronto queda en el olvido, y no invita habitualmente a regresar.
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