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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

lunes, 25 de marzo de 2013

Una voz de bronce en la Semana Santa sevillana / por Joaquín Albaicín


“Juanma” deja el martillo del Señor de la Salud: Click

Una voz de bronce en la Semana Santa sevillana
Es la biografía de uno de los capataces más venerados en el mundo cofrade.

JOAQUÍN ALBAICÍN
Escritor y crítico de toros y de flamenco.
Las vísperas de Semana Santa me han sorprendido acabando la lectura de Sevilla en tiempos de Cervantes, título de Manuel Caballero Bonald reactivado por la Fundación Lara a raíz del reciente galardón recaído sobre su autor, acuñado bajo la advocación del Manco de Lepanto. Me ha pillado, pues, más o menos paseante junto al endeudado Príncipe de los Ingenios por una urbe en la que el Puente de Triana aún no era de piedra, sino de barcazas. En la que uno de los principales pasatiempos para todos los públicos era aplaudir los azotes y demás torturas aplicadas en los autos de fe celebrados en la Plaza de San Francisco. Y en la que, es de suponer que un punto aburridos, los esclavos se sentaban en las gradas de la Catedral a espera de amo.

Y es que tener un esclavo venía muy bien, pues se le podía hipotecar o alquilar cuando se andaba corto… Quizá me lo corrobore pronto alguno de ustedes si, como las tendencias económicas parecen indicar, hay que volver a legalizar la trata para poder sacar el país adelante.

Quien, sin esclavos ni nada, sí ha consumado la proeza de sacar adelante un libro –y un libro que ni pintado para estas fechas– ha sido Antonio Ortega. De mano de la editorial gaditana Absalón, La voz de bronce estará en las librerías dentro de nada, apenas los bártulos de la Pasión hayan sido recogidos y hayan hecho los nazarenos mutis por el foro.

Porque la que hoy da comienzo es, ya lo saben, semana de incienso y torrijas y crujir de sillas y nazarenos corriendo por las calles que si sale el sol que si no sale. Mas no sólo en la capital de Andalucía. Por eso, Antoñito Roldán se baja a Jerez para fortalecer el callo que luce en el cerviguillo tras años de portar al Prendi. Pero de Sevilla no se mueve el inmarchitable eco saetero de Manuel Loreto, ni de nada que pase en la Campana pierden detalle, mirada vigilante en la terraza del Tino, ni su hermano Miguel –leyenda entre los capataces, treinta y tres Semanas Santas al frente del Cristo de la Sentencia y honrado este año con el Premio Demófilo a la Obra de Arte Efímera– ni Rafael Chicuelo, torero de inspiración como sus hijos Manuel y Curro, continuadores de la saga y nazarenos del Gran Poder. Y es que debajo de muchas de esas túnicas y capirotes se desplazan, irreconocibles, por las calles alfombradas de cera, hombres de luces –los Chicuelo, Francisco Rivera Ordóñez, Oliva Soto…– que, en estos días, sustituyen el estoque por el cirio y salen en procesión como anónimos caballeros del Grial, tal que antaño hicieran Manolo Vázquez, Manolo González o Carlos Arruza.

Narrador, poeta, columnista, efigie popular gracias, sobre todo, a su programa de flamenco en la televisión hispalense, pocos temas sevillanos han escapado a la atención de la pluma de Antonio Ortega, y la Pasión y Resurrección de Jesús no podían ser menos. Cuantos se encontraban el Viernes Santo pasado en la Plaza del Duque, guardarán en su memoria para siempre la bronca voz de Juanma, capataz de Los Gitanos, dedicando la levantá del Señor de la Salud al jovencísimo sobrino del escritor, recientemente partido al Cielo. Este libro suyo, pues, tenía tarde o temprano que llegar. Y es que La voz de bronce no es sino la biografía de uno de los capataces más venerados y que, a la par, más enemigos se ha hecho en el mundo cofrade: Juan Manuel Martín Jiménez, un portento del martillo –como se dice por estos pagos– cuya polémica idiosincrasia ha generado ríos de tinta, durante lustros, en la prensa sevillana.

Lean La voz de bronce y sabrán por qué este año verá su protagonista los toros desde la barrera y será su hijo y homónimo quien guiará a los costaleros del Señor de la Salud la noche grande de la Semana Santa. ¿Que cuál es esa velada de veladas? Antonio Ortega lo cuenta en su libro, claro, mejor que yo, pero es, por supuesto, la Madrugá, cuando, a hombros de los costaleros, los pasos salen por Sierpes de la Campana como a un compás diferente al de otras noches, cual barcas osiríacas que abandonaran el mundo sublunar con la elegancia, la gracilidad y, al tiempo, el peso de un floreo sobre el teclado de Arturo Pavón. Y uno se imagina siempre, en ese momento, a Manolo Caracol enjugándose la frente con el pañuelo, melancólicos los ojos, roto por el peso de la saeta hace un instante tonante en su garganta y oficiando como guardián de esa imaginaria puerta al Más Allá.

Porque no otra cosa es la Semana Santa: el umbral tras el que, a golpe de martillo y silencios, se abre la esperanza de acceder a un camino de salida por el que dejar atrás este Valle de Lágrimas.
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SAETA AL SEÑOR DE LA SALUD

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