Nadie pudo imaginar que la entipada y bonita corrida de Santiago Domecq iba a ser tan difícil e incómoda. Los tres matadores, Enrique Ponce, Antonio Ferrera y El Juli, hicieron lo posible y hasta lo imposible para triunfar aunque algunas de las segundas orejas que se concedieron fueron de regalo. Así la de Ferrera tras matar al segundo toro de un infamante bajonazo aunque quepa reconocer su vistosa y variada entrega en su bulliciosa actuación de conjunto y muy especialmente en banderillas. También regalada la segunda de El Juli frente al último toro de la tarde al que toreó con tan trabajosa vulgaridad como al tercero que hizo de sobrero tras ser devuelto el titular por su invalidez. Enrique Ponce logró las dos del cuarto tras llevar a cabo la mejor faena del festejo en la que sobresalieron varios pasajes de su toreo más caro aunque costosamente logrado, sin dejar que el público se percibiera de las dificultades del animal. Milagros del gran maestro valenciano que inició septiembre sin interrumpir la gran racha que acaba de protagonizar en el pasado agosto.
Ponce marcó la diferencia en una mala
aunque triunfal corrida de Santiago Domecq
Siete toros de Santiago Domecq de bonita presencia y varios en juego aunque con el común denominador del genio que sacaron en distintos grados. Así sobre todos el que abrió plaza que fue el peor del envío. Más noble por el lado derecho que por el izquierdo el segundo. Se dejaron sin más tercero y cuarto aunque tuvieron muchas teclas que tocar. Noble sin clase por el pitón derecho el quinto. Y muy mediocre el sexto.
Enrique Ponce (amapola y oro): Pinchazo, otro hondo y cuatro descabellos, silencio. Pinchazo y estoconazo, dos orejas.
Antonio Ferrera (turquesa y oro): Bajonazo y descabello, dos orejas. Pinchazo, otro hondo atravesado en los bajos y estocada corta también en los bajos, mas seis descabellos, aviso y palmas.
El Juli (caldero y oro):Dos pinchazos, estocada baja y dos descabellos, aviso y silencio. Pinchazo y estocada, dos orejas.
En la brega destacaron Mariano de la Viña, Jocho y Javier Valdeoro.
Los aficionados de Mérida acudieron con muchas ganas de divertirse y a fe que lo consiguieron si nos atenemos a las seis orejas que se cortaron aunque en esta corrida nos cabe analizar los diferentes matices que en los casos de Ferrera y de El Juli desmerecieron lo finalmente conseguido.
Ferrera estaba en su tierra y se volcó sin ahorrar esfuerzos como también sus paisanos con él. De no haber fallado a espadas con el segundo toro, habría sido el gran triunfador de la tarde con cuatro orejas en el esportón, pues su derroche fue total. Tanto que, aparte sus vistosas labores con el capote y, sobre todo, en sus brillantes intervenciones en solitario con las banderillas, ya se había ganado el triunfo. Con la muleta y dadas las ya señaladas dificultades de las reses, Antonio alternó la mejor versión que le cupo hacer, fiel a su recompuesto estilo, con las meramente efectistas de cara a la galería. Algo que siempre dominó en su larga carrera. Se pasó de metraje en sus dos faenas y lo pagó muy caro al matar al segundo de la tarde.
El Juli no le fue a la zaga en sus dos muy trabajadas aunque vulgares faenas. Fue El Juli indiscutiblemente poderoso, especialmente con el tercer toro, que no acaba de serenarse ni de atemperarse. Razón de sus carencias artísticas que, salvo en pocas excepciones, desmerecen sus actuaciones por sus forzadas cuando no crispadas maneras en las que no hay manera de que toree derecho, sin agacharse ni doblase en su pertinaz machaconería de hacer el toreo tan por abajo y despidiendo a los toros sin apenas reunión ni el más mínimo relajo. En fin, que a estas alturas de su ya muy larga carrera, es inútil seguir señalándole estos defectos.
El pésimo toro que afrontó Enrique Ponce en primer lugar, ni siquiera a él le permitió un solo minuto de cambiar a mejor. Siempre fue a peor este inviable marrajo al que tardó en liquidar con los aceros.
La decoración cambió diametralmente con el cuarto que, sin ser bueno sino todo lo contrario, al menos se movió con viajes meramente aprovechables aunque nunca dulces. Más bien amargos. Pero a tal amargura, Ponce añadió tanta paciencia como inconformismo hasta el punto de lograr convertir un vino amargo en caldo de reserva. La imperceptible técnica de Ponce, con el temple como arma fundamental, obró el milagro en una apariencia que ni soñada… En tamaño mérito radicó que en su faena surgieran momentos sublimes. Más certero que antes con la espada, el entusiasmo de los espectadores no bajó a pesar del pinchazo que precedió a su eficaz estocada. Y así continuó su racha triunfal que, si no cesa, terminará convirtiéndole en el gran triunfador de la temporada 2017 que para Enrique es su vigésimo octava de su impar carrera. Increíble, !como el año pasado¡, pero cierto.
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