Sea lo acontecido irrepetible o no, envío mi más efusiva enhorabuena y un gran abrazo para Antonio Ferrera quien, de empezar su ya muy larga carrera cual kamikace vestido de luces, ha llegado a reconvertirse en arcángel celestial.
Hubo que verlo para creerlo
Habría que inventar adjetivos para calificar la tarde en solitario de Antonio Ferrera en Madrid. Y no hubiera bastantes porque el caso es que nos faltan. A lo largo de su actuación se sucedieron las imágenes de cuanto aconteció tan de pronto trepidantes como de seguido ralentizadas hasta parecer soñadas. Y es que Antonio supo y pudo acoplarse a las diferentes condiciones de los seis toros, dándole igual que fueran propicios o no. Y como hubo de todo, pudimos asistir atónitos a su no sé si llamarlo catarsis o a su happening.
Creo que la inmensa mayoría de los que lo vimos – en la plaza o por televisión – jamás habíamos visto nada parecido y, aún menos, igual. Yo he visto docenas de corridas de toros para un solo matador y confieso que jamás vi ni siquiera parecido a lo de ayer. Una actuación, pues, catártica y ni siquiera como soñada porque se juntaron todos los planetas del universo taurino. No quiero ni imaginar hasta donde se hubieran más orejas, acaso hasta algún rabo, si a Ferrera no le hubiera fallado tanto la espada. Pero para este caso, ¿qué más dan las orejas?
Resultados, por tanto, inmedibles. Porque hubo muchos momentos en los que la comunión enfervorecida de los espectadores con el totalmente desatado protagonista rompieron todos los moldes.
Se podría especular sobre si la idoneidad o la irrealidad hecha real fueron palpables o no. Como también sobre si estábamos soñando o despiertos. Tan pronto una cosa como la otra.
Pocas veces hemos visto tan loca a la gente que había en la plaza. Como tan crédulos o incrédulos a los televidentes porque, visto a través de las pantallas, pareció un montaje caprichoso.
En la realidad de lo sucedido, alternaron los momentos trepidantes con los calmados en función de los distintos comportamientos de las reses. Y, de este modo, sobre todo con el capote, asistimos una veces a la calma y otras hasta la tormenta. Hasta a vendavales repentinamente trasmutados en amaneceres y atardeceres serenos.
El autor de semejante acontecer, lo que en definitiva logró fue cuajar una apoteosis creativa como jamás habíamos visto y de ahí los gestos de locura y de incredulidad. Había que pellizcarse para que nos sintiéramos vivos porque hubo momentos en los que nos pareció estar soñando porque además todo aconteció de modo trepidante. Se acortaron los tiempos y se desataron las pasiones.
Y todo esto, además, también sucedió gracias a las increíbles facultades físicas de este menudo Ferrera ayer convertido en un gigante tan indestructible como a la vez ligero y, por lo tanto, mortal.
Los que estaban en la plaza no se dieron cuenta de que Ferrera masticó no sé qué entre la lidia de un otro y otro. Los que lo vimos por televisión pudimos apreciarlo y, por ello, explicarnos tamaña resistencia física sin que hubiera la más mínima sensación de cansancio ni desmallo.
Sea lo acontecido irrepetible o no, envío mi más efusiva enhorabuena y un gran abrazo para Antonio Ferrera quien, de empezar su ya muy larga carrera cual kamikace vestido de luces, ha llegado a reconvertirse en arcángel celestial.
Estampas de Goya, lienzos de Roberto Domingo, dibujos de Antonio Casero…. Lo antiguo añadido a lo moderno…
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