Aquel infierno de Navalón contra Dámaso
Paco Cañamero
Glorieta Digital.com, 4 octubre, 2019
Durante una etapa de su carrera, el gran Dámaso González fue diana de numerosos ataques a cargo de un sector de la prensa capitaneada por Alfonso Navalón, quien entonces estaba en lo más alto del periodismo taurino. No es fácil escribir este artículo y reflejar de la forma más fiable la realidad, principalmente porque los protagonistas –al igual que sus entornos de entonces- ya no están, pero uno tuvo la suerte de poder comentar esta cuestión con los dos personajes. Con Dámaso en los últimos años a raíz de hablar tantas veces sobre su trayectoria -siempre bajo el paraguas de la admiración-, mientras que con Alfonso durante las casi dos décadas que trabajé a su lado. Por esa razón tengo una opinión propia y objetiva sobre esta cuestión de la que hace unos días escuche hablar en un programa radiofónico.
Para intentar comprender este episodio hay que remontarse a la circunstancia que Dámaso desde su irrupción novilleril en Barcelona era apoderado, junto a Paquirri, por la cordobesa Casa Camará –fundada por José Flores y continuada por su hijos Pepe y Manolo-. Previamente a esos acontecimientos, Alfonso Navalón vivía en guerra contra esa familia taurina a raíz de enterarse que el patriarca movió los hilos para que fuese expulsado del diario Informaciones tras publicar unos reportajes sobre Manolete saliendo malparada la imagen del viejo Cámara. Aquello fue el inicio de una batalla con las garras extendidas a los intereses de los taurinos cordobeses y con dos claros perjudicados: Paquirri y, más aún, Dámaso.
Con la pólvora encendida, sin nadie que frenase a tiempo aquella guerra, la bola de nieve no dejó de crecer siendo Madrid el puerto más duro para al albaceteño. Las Ventas se convirtió en la plaza que más cuesta arriba se le hizo después de que afición le contase, uno a uno, los pases en las faenas de muleta, logrando caldo de cultivo para crónicas durísimas contra el diestro, entre en periodo correspondiente desde 1970 a 1978. Seguramente de las más avinagradas que ha recibido torero alguno. Después, en San Isidro de 1979, ya llegó el triunfo con el toro de La Laguna y Madrid se dio cuenta del grave atropello que había cometido contra el albaceteño. Contra un maestro que templó como nadie y, más allá de su corbatín desaliñado, fue rey de los terrenos y distancias.
El combate no paró durante una década alargándose, incluso, después de dejar de ser apoderado por los Camará y estar bajo la jurisdicción de Luis Alegre y a continuación de José Antonio y Javier Martínez Uranga, los Choperitas, sucediéndose varias anécdotas. Una de ellas se produce en el invierno de 1975 a la llegada de América. Entonces, antes de comenzar las ferias de Castellón y Valencia que abren el telón de un nuevo año taurino, el albaceteño, venía a pasar unas semanas a Salamanca instalándose en la finca Los Labraos que poseé Pedro Martínez Pedrés, su paisano, maestro y primer valedor, en los campos del Azaba, más allá de Ciudad Rodrigo y cerca de Portugal. En esa ocasión lo acompañaba Francisco Membrilla Pacorro, su peón de confianza y leyenda de los hombres de plata fallecido meses antes que Dámaso, quien era el compañero ideal para torear de salón, hacer piernas y luego, las jornadas que no tenían tentadero, al filo del mediodía emprender el camino hasta el complejo La Pedresina de Fuentes de Oñoro, que así se llama el importante negocio de gasolineras, restaurante y supermercado que puso en marcha el maestro Pedrés tras su retiro.
Junto a su inseparable Pacorro recorría esos polvorientos caminos hasta alcanzar la frontera; entre encinares que vieron pasar a contrabandistas en los años de penurias y dos siglos atrás a las tropas napoleónicas para combatir en la histórica batalla redimida contra el ejército de Wellington en tierras de Fuentes de Oñoro. Entonces era el momento que la discordia alcanzaba su momento más beligerante y enterado Navalón que Dámaso rondaba por la zona decidió salir a su encuentro a bordo de un viejo vehículo Renault 4L, quien al descubrir la presencia del matador –que llevaba una barra de hierro para fortalecer el brazo- y su banderillero detuvo el vehículo con un frenazo en seco precedido de un derrape para bajarse y, nervioso, decir desde una distancia prudencial: “¡Pégame, manchego! Aquí me tienes, ¡Pégame!”. Dámaso, callaba y Pacorro empezó a reprochar la actitud del crítico con formas desafiantes, hasta que el torero hizo gala de su temple y con la fuerza de sus palabras hizo desistir la actitud del polémico crítico, quien por esa época había alcanzado notable notoriedad tras ser agredido por varios toreros. Uno de ellos Antonio Ordóñez, en el hotel España de Guadalajara.
Tras ese rifirrafe la crudeza volvió a las crónicas, sin embargo Dámaso cada día era más grande y acabó siendo reconocido de manera unánime por todos, hasta por el mismo Alfonso Navalón. Ocurrió en el instante que Ramón Sánchez, el salmantino asentado en la serranía de Córdoba que tiempo atrás había comprado la ganadería de Manuel Arranz y estaba tan vinculado al crítico, le pidió que fuera justo y clemente con Dámaso, al que estaba haciendo tanto daño y quitándole mucho dinero de ganar. Desde ese momento Navalón levantó el pie del acelerador de la dureza y poco a poco las aguas se calmaron. Sin embargo hubo un hecho que hizo tocar definitivamente las campanas de la paz. Fue a raíz de un coincidir en el mismo avión a la Feria de Quito y, tras saludarse en la terminal de Barajas, durante el largo vuelo se levantaron en varias ocasiones para hablar y echar un cigarro –entonces se podía fumar en los aviones- y hacer más plácido el viaje transoceánico. Y también la misma vida.
De ahí para adelante, Alfonso Navalón normalizó la relación con Dámaso González saludándolo en las ocasiones que lo encontraba y hasta a sus más cercanos nos reconoció que tanta dureza contra tal colosal torero y persona fue un error. Un ejemplo del cambio fue la última corrida que toreó Dámaso en Salamanca, en la feria de 1993, en cartel compartido con su querido amigo El Niño de la Capea y la alternativa de Andrés Sánchez –antes, en 1985, también hizo matador en La Glorieta al vitigudinense Ricardo Sánchez Marcos-. Aquel día, Navalón enterado de que Dámaso almorzaba en El Mesón, céntrico restaurante situado al lado del Gran Hotel, se acercó a saludarlo poniéndose antes de lado el nudo de la corbata para hacer la gracia, “así voy más a modo», dijo. Dámaso, que era un señor, le levantó y le dio la mano con atención. Aquella noche en su coloquio el crítico habló muy bien del torero quien desde la cima comenzaba a plagar velas de una brillantísima carrera.
Años después, el doce de junio de 2000, Dámaso volvió a La Glorieta, ahora para torear el festival de Las Hermanitas convocado por su amigo Julio Robles, aprovechando que lidiaba los novillos de La Glorieta, su hierro. El de Albacete compartió cartel con Manzanares, Curro Vázquez, Miguel Espinosa Armillita y novillero José Manuel Sánchez, junto al rejoneador Perita, que abrió la función. En esa jornada también recibió el saludo de Alfonso Navalón, que lo invitó a disfrutar un día de tentadero en El Berrocal, aunque al final nunca se pudo llevar a cabo.
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