En Zaragoza, en el día del Pilar, el adiós del sevillano solo pudo tener aires de jota
El Cid, «allá va la despedida...»
Ángel González Abad
Al adiós de El Cid se le pueden aplicar distintos aires musicales. Aquello de “cuando un amigo se va, algo se muere en el alma...” en su Sevilla; para pasar al “adiós con el corazón...” en la vuelta a hombros que le dieron en Las Ventas. Ayer, el compás fue de jota recia, la que cierra cualquier acontecimiento por estas tierras del Ebro.
“Allá va que va que va, allá va la despedida...” Y así que se fue El Cid, a hombros por la puerta grande de la Misericordia, feliz tras desorejar a un buen toro de Matilla, premiado en la apoteosis emotiva con la vuelta al ruedo.
Una faena intensa, con pasión. El toro embistiendo como un obús y El Cid vibrante siempre. Cada muletazo, cada rugido del público pilarista, acercaba más el triunfo. Al remate de cada serie se vislumbraba que aquello podía acabar como todos deseaban. Y así hasta que El Cid se rompió en un desplante rabioso, en un aquí estoy yo, y he venido para irme en volandas. La espada esta vez no le jugó una mala pasada, y el espadazo, con sus matices, fue el detonante. Una oreja, otra, otra, y otra que soltó el presidente a la vez que por el palco asomaba el pañuelo azul de premio para un “Derribado” del mejor recuerdo.
En Zaragoza, en el día del Pilar, el sonido final para El Cid, solo podía ser una jota. “Allá va la despedida...”
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