"...Ocurra lo que ocurra en la Fase Final de la Euroliga, estos años serán recordados por las hazañas continuas, por la cantidad de ocasiones en las que el Real Madrid está replicando sus principios. Esta circunstancia establece la medida de un apogeo, la estabilidad de una dimensión. Y, cada vez que acontece, los principios arraigan entre los socios, entre los recién llegados, entre los niños que ven por primera vez escenas que parecen extraídas de relatos fantásticos..."
La incesante réplica de la esencia
José Luis Llorente Gento
Tras muchos minutos de titubeo, el asombro se apoderó una vez más del palacio madridista. Un encuentro sufriente, una muestra de grandeza que añadir a la hazaña de Belgrado por parte de un Real Madrid desangrado paulatinamente en cada batalla. Sin Yabusele, Deck ni Poirier, con Tavares entre algodones, la vieja guardia no sólo resistió, sino que contraatacó con la fiereza de la juventud de su espíritu. Plenos de autoridad después de tantas victorias morales, lúcidos como nunca, exhibiendo su clase inagotable y su conocimiento de los partidos vitales, Sergio Rodríguez, Sergio Llull y Rudy Fernández, tanto monta, dictaron una lección magistral de valor deportivo, del deseo ferviente que instalaron hace setenta años Santiago Bernabéu y Alfredo Di Stéfano. El que fuera replicado por los yeyés, por la generación de Luyk y Vicente Ramos, y que tiene continuidad prodigiosa hoy, por esa concatenación de voluntades que lubrica la querencia por un club de arraigo universal: el Real Madrid de los prodigios.
SIN YABUSELE, DECK NI POIRIER, CON TAVARES ENTRE ALGODONES, LA VIEJA GUARDIA NO SÓLO RESISTIÓ, SINO QUE CONTRAATACÓ CON LA FIEREZA DE LA JUVENTUD DE SU ESPÍRITU
Ocurra lo que ocurra en la Fase Final de la Euroliga, estos años serán recordados por las hazañas continuas, por la cantidad de ocasiones en las que el Real Madrid está replicando sus principios. Esta circunstancia establece la medida de un apogeo, la estabilidad de una dimensión. Y, cada vez que acontece, los principios arraigan entre los socios, entre los recién llegados, entre los niños que ven por primera vez escenas que parecen extraídas de relatos fantásticos. Y, por supuesto, entre aquellos que visten la camiseta blanca como novatos, aunque su experiencia en otros ámbitos —Musa, Hezonja— ya sea consistente.
Mientras, los que ya vamos peinando canas sonreímos henchidos de satisfacción y de cierto asombro al comprobar cómo el Real Madrid continúa representando el nuevo milagro en cada ocasión que lo requiere. Como si respondiera a un guion establecido en el que sólo alterna el elenco, actores de nuevo cuño que recuerdan por uno u otro matiz y de forma inevitables a sus antecesores. Este humilde cronista no puede dejar de percibir la quintaesencia del juego canario que floreció en manos de Carmelo Cabrera y brotó exultante, colorida, en el genio de Sergio Rodríguez. Ni de plantearse la equivalencia del carácter entre Emiliano, Brabender y Sergio Llull, con Fernando Martín como relevista intermedio. Podría seguir ilustrando mis sensaciones, aunque no creo que sea necesario aportar más ejemplos que trascienden las épocas y se hermanan con el deporte que dio vida al club: el fútbol.
RODRÍGUEZ, LLULL Y RUDY DICTARON UNA LECCIÓN MAGISTRAL DE VALOR DEPORTIVO, DEL DESEO FERVIENTE QUE INSTALARON HACE 70 AÑOS BERRNABÉU Y DI STÉFANO. EL QUE FUERA REPLICADO POR LOS YEYÉS, POR LA GENERACIÓN DE LUYK Y VICENTE RAMOS, Y QUE TIENE CONTINUIDAD PRODIGIOSA HOY, POR ESA CONCATENACIÓN DE VOLUNTADES QUE LUBRICA LA QUERENCIA POR UN CLUB DE ARRAIGO UNIVERSAL: EL REAL MADRID DE LOS PRODIGIOS
La muestra del trío mágico fue conmovedora por reflotar una nave que se hundía, al principio con más coraje que acierto. Después, con una sucesión de genialidades del Chacho; con el marcaje decisivo a Punter de Llull —que adornó con el aroma de unas cuantas mandarinas que estoquearon al Partizán—, y con el instinto de Rudy, ese talento en la lectura que le conduce a llegar antes que nadie a balones imposibles, a defender a varios atacantes en la misma acción. Una exhibición de baloncesto en los lugares comunes madridistas, una actuación para el recuerdo de sus anales.
No estuvieron solos ni mucho menos. El resto respondió con el coraje necesario para completar una tarea que parecía imposible cuando la desventaja en el tercer cuarto era de dieciocho puntos. El Partizán maniobraba con destreza, con la seguridad que otorga la fiabilidad en los triples y en los tiros libres, atrincherados en una defensa dura que maniataba las maniobras blancas.
No estuvieron solos ni mucho menos. Hay que romper una lanza en favor de Chus Mateo, al que hay que reconocer que ha mantenido el pulso con Obradovic. Sus alternancias defensivas terminaron colapsando a un inconmensurable Punter que terminó por claudicar, fallando sus últimos lanzamientos.
En la refriega, más notas positivas. El debut de un crío, Ndiaye que sorprendió al Palacio y a Europa. El virtuosismo de Musa, veinte puntos. La consistencia de Hezonja, al que sólo le queda templar el ánimo para convertirse en una leyenda madridista. La paciencia de Tavares, cargado de faltas. Sin excepción, todos los componentes de la plantilla fueron desgranando su esfuerzo en aras de un triunfo colectivo, de la fascinación de una noche iniciática.
Y perdonen que termine con un apunte personal. Allí estuve, asistiendo a la ceremonia del nuevo portento ante la ocasión requerida. Rodeado de amigos (Jesús Vega a mi lado; Tomás Roncero, justo delante; Eduardo Hernández-Sonseca e Higinio Alonso, como guardaespaldas), ayer fui feliz en el Palacio, compartiendo con ellos los pormenores del rito y observando el éxtasis de la afición que, en realidad, era el éxtasis de un equipo maltrecho. ¡God save the kings! / Getty Images.
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