El toro
"...En esta tarde de mayo nos hemos visto frente a frente con el toro, en un espectáculo que, precisamente, se llama “los toros” y hemos tenido la ocasión de poder contemplar una corrida en toda regla, de esas en las que no puedes apartar los ojos del ruedo, puesto que en cualquier momento pueden suceder cosas imprevistas, una corrida en la que solamente observando las evoluciones del ganado, sus cambios de humor y todos los lances a que da lugar su lidia ya está el entretenimiento garantizado..."
JOSÉ RAMÓN MÁRQUEZ
En la última escena de «Centauros del Desierto» (The Searchers), John Ford, 1956, Ethan Edwards retorna al desierto tras haber cumplido su misión, deja la casa de los Jorgensen y vuelve al sitio al que pertenece, ya que en la nueva sociedad no hay sitio para él. Hoy, en Las Ventas, José Escolar no ha sido capaz de llenar la Plaza a la llamada del Toro en la que, para muchos, era la corrida más esperada de la Feria de San Isidro 2023. Los tiempos nos expulsan, como a John Wayne, porque el toro interesa relativamente y porque las cosas evolucionan y tal y tal.
En esta tarde de mayo nos hemos visto frente a frente con el toro, en un espectáculo que, precisamente, se llama “los toros” y hemos tenido la ocasión de poder contemplar una corrida en toda regla, de esas en las que no puedes apartar los ojos del ruedo, puesto que en cualquier momento pueden suceder cosas imprevistas, una corrida en la que solamente observando las evoluciones del ganado, sus cambios de humor y todos los lances a que da lugar su lidia ya está el entretenimiento garantizado. Días atrás hemos visto llenarse la Plaza para ver un espectáculo disminuido de animales semiamaestrados criados para eclosionar en el último tercio, espectáculo decadente y huero de “toros artistas” que ni saben para qué tienen los pitones y de señores que se dedican a poner posturas ante ellos para crear un chabacano espectáculo que es publicitado, de manera harto interesada, como oro molido y que es tanto más decadente cuanto más se aleja de la inmutable verdad de la casta, la acometividad, la fiereza y la imprevisibilidad, señas netas del toro de lidia. Y si con esos mimbres surge la verdad del toreo, la cosa ya es de emoción supina.
Como se dijo antes, la corrida anunciada llevaba el hierro de don José Escolar Gil, ganadero de toros de lidia, y, como siempre que el toro aparece en la Plaza, ahí no había ninguno de esos nombres de toreros de grandes titulares, a menudo tan falsos como exagerados: Domingo López Chaves, Fernando Robleño y Noé Gómez del Pilar fueron los matadores ajustados para pechar con los discípulos que don Pepe se trajo desde Lanzahíta para presumir de ganadero.
Antes de continuar diremos que la tarde ha contenido dos propuestas, como si hubiésemos asistido a dos corridas. La más interesante ha sido la primera, la de los toros Pocapena, Milagroso I y Cartelero, números 36, 24 y 63 y de signo bastante distinto la segunda, la de los toros Castellano I, Toledano y Amado, números 31, 30 y 49, 56, todos ellos cárdenos o negros entrepelados, de espléndida presentación.
La salida de Pocapena, que vaya tela con el nombrecito de marras, fue saludada por el público con palmas de gusto y de aprobación. El bicho se abalanzó contra el burladero del 9 y no es que rematase, es que parecía una topadora, dispuesto a derribar la Plaza desde el cimiento. Pone en dificultades a López Chaves con el capote y toma una buena segunda vara, administrada por Ángel Rivas. Primer capote que es arrebatado de las manos de uno de los toreros, en este caso de Jesús Talaván, al que Pocapena pone en fuga mientras bregaba y ya tenemos ahí a López Chaves que venía a despedirse de Madrid y lo primero que se encuentra es con una voltereta y un revolcón, que ya la había avisado el toro que eso podía pasar. López Chaves muy lejos de amilanarse ante el percance se viene arriba y se empeña en torear y tratar de dominar al toro que le pega otro susto, sin consecuencias, mientras la labor del salmantino va cuajando y acaba sacando naturales de gran exposición y de firme trazo y de mucho mérito, pues literalmente se los robó al toro. No anduvo fino con el acero y echó abajo al toro tras un pinchazo tirando la muleta y media estocada arriba. Suena un aviso y tras el arrastre del toro el veterano diestro recoge una justa ovación.
Milagroso I era la pura imagen del toro de Saltillo, toro de aire orgulloso y de preciosa lámina en sus 532 kilos (según la báscula venteña). Fernando Robleño, elegantemente vestido de azul noche y oro, lo para y lo recoge en unas emocionantes verónicas rematadas con la media, muy mandonas, justamente ovacionadas. Acude el toro al cite de El Legionario romaneando y levantando el rabo y el picador le cierra la salida, tal y como hacen siempre con los toros que se emplean. En la segunda vara le pega con mal arte. La faena de Robleño es de categoría: el toro plantea muchas dificultades acrecentadas con esas petrificantes miradas al torero, Robleño se presenta una vez más como torero valiente, poderoso (poderoso donde hay que poder, no como el de san Blas) y pundonoroso, torero que planta cara a las dificultades de un toro en un trasteo basado en tragar lo que no está escrito e ir exprimiendo al toro, labrándole, hasta que consigue hacerle pasar, emocionantemente, por donde el torero quiere que vaya. Las series con la derecha fueron la culminación de la obra de Robleño, a base de mando y firmeza, pero el toro no se sometía, dejando siempre abierta la puerta de la incertidumbre. Robleño construye su faena a más y el público se entrega a su labor, reconociendo el mérito y las dificultades que ha vencido. La cosa tendría que haber finalizado con un espadazo arriba, pero Dios dispuso que el final estuviera compuesto de dos pinchazos sin soltar, un aviso, otro más, otro igual con el toro muy cerrado en tablas en el 9 y, finalmente, media estocada muy tendida y dos descabellos. Una pena. Robleño recogió una cerrada ovación, como reconocimiento a su denodada labor.
Con la tarde a más, aparece en escena Cartelero, al que la unidad de pesas y medidas de Las Ventas otorga una romana de 509 kilos, cárdeno con bragas que será el toro de la tarde. En la cosa equina Cartelero se las ve con Juan Manuel Sangüesa, en un primer encuentro en el que el animal no se emplea y en un segundo en el que le hace un regate al piquero cuando echa el palo, con lo que la colocación de la vara queda fatal. No se puede decir que la pelea en varas haya sido épica ni mucho menos. En banderillas anotamos un excelente par de José Luis Triviño. Tras brindar a López Chaves, inicia su labor Gómez del Pilar sacándose al toro al tercio por bajo, muy toreramente. El toro le echa al torero unas miradas que petrifican, pero Gómez del Pilar le coloca una excelente serie por la derecha en la que se ve la clase del toro, su vibrante embestida, y a continuación otra, muy jaleada y de gran encaje. A esas alturas ya se veía que el toro era de cante grande, tan alejado de la mona de todas las tardes, que en el momento que le tuvo a mano no dudó en atacar al torero levantándole del suelo por los aires, que de tonterías las justas.
Vuelve Gómez del Pilar a la cara de Cartelero en otra serie de menor intensidad y luego por la izquierda coloca el listón en alto. El toro quiere más, pero Gómez del Pilar decide que es hora de matar y lo hace de estocada. El acto final de Cartelero, en pie tragándose épicamente la muerte hasta que rueda sin puntilla es el adecuado final a la clase del toro. Las condiciones del toro, su casta y su emocionante embestida eran de dos orejas, pero Gómez del Pilar sólo consiguió una. Le faltó ambición acaso. Se pidió la vuelta al ruedo al toro y el señor Gómez y Gómez que hoy presidía, sacó el trapo azul. Honor para el toro y el que quiera que compare este toro con el de la vuelta al ruedo del otro día.
Hasta aquí la tarde había sido un crescendo y desde aquí la tarde ya fue otra. Castellano I parecía traído de la Venta Juradera donde se hallan los verracos graníticos llamados Toros de Guisando. Le tapó la salida Bernal (Manuel José) en su primer encuentro sacudiéndole sin que el bicho se emplease. En su segundo vis a vis, al relance, le pegó mucho. El toro es muy parado y mirón, le cuesta una barbaridad arrancar y cuando lo hace es a oleadas. Se desespera López Chaves sin poder sacar más que medias arrancadas del toro y acaba con él de pinchazo hondo y algo tendido.
De nuevo Robleño, muy dispuesto toda la tarde, dictó con Toledano, más largo que lo común de esta vacada, otra lección de sabiduría taurómaca. Le para con eficacia y poderío capotero antes de que Francisco Javier González le tenga a su merced, dejándose pegar y sin emplearse en su primer encuentro, recibiendo un leve picotazo en el segundo y poniendo en apuros a Raúl Ruiz, y recibiendo otro picotazo en su tercera entrada. En el segundo tercio se produce un mitin de pasadas en falso y de no clavar o clavar una, expresión neta del respeto que el animal infundía al peonaje. Tras el circo de las banderillas, ahí está Robleño, muy tranquilo y sosegado, haciendo las cosas sin prisas y demostrando que conoce muy bien el encaste, en una labor de torero experimentado que no anda con prisas y que va a ir limando las aristas del toro, buscando la distancia óptima y exprimiendo al toro, tal y como hizo en el segundo, a base de tragar y de consentir. Espléndida faena de torero cuajado, faena a más de una gran claridad de ideas y de gran temple en la que le roba literalmente los pases al toro y que termina con unos naturales, pura torería, con los que refrenda su sólida actuación. De nuevo la espada: un pinchazo sin soltar y un sartenazo le roban la recompensa y vuelve a saludar una fuerte ovación desde el tercio en el día que, de acuerdo a su labor, debería haber salido a hombros.
El sexto, Amado, fue el garbanzo negro. Estaba bastante flojete y se cayó de manera fea un par de veces, o tres. La gente se puso a protestarle sin caer en que el sobrero era de José Luis Pereda, así que nosotros rezábamos porque no le echasen, que preferimos al Escolar hecho polvo que al de Pereda, por más rozagante que fuese. En la parte buena pondremos la excelente brega que le dio Gómez del Pilar en su saludo de capa. Lo demás es un toro débil y soso con el que echamos el ratillo hasta que Gómez del Pilar lo mandó al Valle de Josafat con dos pinchazos, que el toro se echa y ahí está Miguel Ángel Sierra para fracasar con la puntilla y levantar al toro. Suena un aviso y un golpe de verduguillo pone fin a esta interesantísima y variada corrida: una tarde de toros.
Antes de acabar hay que decir que parece mentira cómo hace una semana en San Agustín de Guadalix, en la Feria del Aficionado del Club Tres Puyazos, pudimos disfrutar en plenitud de la hermosura de la suerte de varas, del toro puesto a la distancia, de la manera de mover a los caballos, de la manera de no apurar y dosificar el castigo. ¿Por qué en Las Ventas vemos día a día tal zafiedad en lo tocante al primer tercio?
López Chaves
ANDREW MOORE
LO DE ROBLEÑO
LO DE LÓPEZ CHAVES
LO DE GÓMEZ DEL PILAR
FIN
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