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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

lunes, 20 de enero de 2025

En qué consiste la hegemonía cultural / por Jesús Laínz

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En qué consiste la hegemonía cultural

Jesús Laínz
No hace falta que nos pongamos eruditos citando a Gramsci el enunciador o a Errejón el glosador, ese par de insoportables. Quedémonos tan solo con algunas anécdotas, que ilustran más en menos tiempo.

Empecemos, por ejemplo, por esas entrevistas a participantes en el orgullo gay en las que el periodista les preguntó sobre si preferirían vivir en una España gobernada por VOX o en un califato islámico. Eligieron el segundo. Ninguno de ellos alcanzó a comprender que un gobierno de VOX no les afectaría en nada mientras que la sharía pondría en grave peligro sus vidas precisamente por ser homosexuales.

A propósito del triunfo republicano en USA, también podrían destacarse las numerosas entrevistas realizadas por la calle a personas que se demostraron incapaces de explicar una sola razón por la que no iban a votar a Trump ni por la que iban a votar a Harris. Lo único que consiguieron emitir fue furia hacia el primero y embeleso por la segunda. Pura irracionalidad, pura víscera, pero ningún argumento. Esto sucede porque muchos millones de personas se inclinan irreflexivamente por aquellos a los que han percibido a lo largo de sus vidas como los defensores del bien y aborrecen, también sin reflexión, a quienes encarnan el mal.

¿Y cómo se consigue este comportamiento irreflexivo? Echemos un vistazo, además de a una escuela concebida como vehículo de adoctrinamiento, a las pantallas, por ejemplo a las del cine español. Porque lleva medio siglo vertiendo sobre el público una imagen pueril de unos nacionales ignorantes, perversos, crueles, clasistas, asesinos, injustos, feos y lascivos frente a unos republicanos ilustrados, generosos, humanitarios, pacíficos, justos y guapos. El mensaje incesante durante décadas acaba empapando a todos, sobre todo a las jóvenes generaciones a las que la Guerra Civil les queda muy lejos y sobre la que ignoran todo lo que no sea propaganda.

Pero hay muchos otros casos. En la serie Siete vidas, por ejemplo, emitida en Telecinco durante el gobierno de Aznar, el personaje más culto e inteligente es el de Sole, definida como comunista. Y coincidiendo con unas elecciones que se celebraron en aquellos días, las mujeres, que son los personajes sensatos, declaran que votaron al PSOE, mientras que los hombres, ignorantes, vulgares y avariciosos —sobre todo el llamado Frutero, que además acumula las virtudes de machista, racista y putero—, confiesan avergonzados que votaron al PP. En su serie derivada Aída, el personaje negativo y ridículo es el del dueño del bar, Mauricio, definido en el artículo de wikipedia dedicado a dicha serie como «machista, fascista, muy racista, inculto, especista, clasista, pesetero, negrero, nacionalista, grosero, cutre, xenófobo, homófobo, aficionado a los toros y al mus y algo pervertido». En resumen, la caricatura de eso que se llama extrema derecha.

La televisión británica no es distinta. En la serie humorística Little Britain, protagonizada por los magníficos actores David Walliams y Matt Lucas, el primero da vida a Maggie Blackamoor, una mujer odiosa que lanza enormes vomitonas sobre todo lo que le disgusta: los negros, los asiáticos, los homosexuales, los extranjeros y los partidarios de permanecer en la UE. Y se caracteriza por ser cristiana, racista, admiradora de Mussolini, partidaria del Brexit y del Partido Conservador.

El protagonista de El Príncipe de Bel-Air es un personaje inteligente, generoso, simpático y brillante que tiene por ídolo a Malcolm X, mientras que su primo Carlton Banks es un tipo ridículo, pueril, avaricioso, egoísta, clasista y del Partido Republicano.

El personaje odioso de Doctor en Alaska es el astronauta retirado Maurice Minnifield, avaricioso, capitalista predador, explotador del medio ambiente, homófobo, racista y del Partido Republicano.

En la serie de dibujos animados Padre made in USA, el protagonista es un agente de la CIA machista, misógino, patriotero, ególatra, insensible, fundamentalista cristiano, conservador, anticomunista, homófobo, xenófobo y del Partido Republicano.

El villano de Los Simpson es el señor Burns, mentiroso, taimado, malvado, codicioso, contaminador, inhumano y presidente local del Partido Republicano.

Y para terminar regresando a España, el caso más reciente. La protagonista de la serie Años nuevos habla a su madre de un amigo de la adolescencia:

–¿Te crees que el otro día lo vi en Facebook y… y colgaba como cosas de Vox?– explica con gesto de incomprensión.

–¡Qué horror! –responde la madre.

–Ya.

Si las inclinaciones políticas derivasen de la reflexión, todo esto sería irrelevante o incluso podría provocar el rechazo a tan necio maniqueísmo, pero la realidad demuestra lo contrario: que la mayoría de la gente se deja contagiar por el discurso dominante sin darse cuenta de ello. Y así, sus esquemas mentales y sentimentales responden con uniforme fidelidad a lo que ese discurso dominante ha inoculado mediante millones de pildoritas administradas todos los días, durante décadas, en prensa, radio, cine y televisión. A los contagiados quizá se les pudiera reprochar su poco seso, pero desde luego no su mala fe: al fin y al cabo están convencidos de que, repitiendo lo aprendido, colaboran en la lucha del bien contra el mal.

En eso consiste la hegemonía cultural. Y por eso, cuando de vez en cuando las urnas de cualquier país escupen resultados más o menos discordantes con ese discurso hegemónico, llega el asombro y el rechinar de dientes.

La Gaceta Iberosfera / 20 de enero de 2025

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