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'..Después del partido no quedará nadie ya que dude de Mbappé. Volvió el Mbappé de las imaginaciones, de las ensoñaciones, del erotismo. El Imaginado ya estaba aquí..'
Valladolid, 0-Real Madrid, 3. El Imaginado ya está aquí
Hughes
Pura Golosina Deportiva
Los partidos en Valladolid no es que sean muy apasionantes, pero al menos no tienen la alevosía demente de otros lugares.
El Valladolid dio una impresión pobre, triste. Un equipo sin recursos. Cuando el delantero (Carlos André) ganaba la espalda, luego perdía lo ganado en la carrera. Cuando aguantaba la pelota, nadie llegaba...
En esa comodidad ambiental Ancelotti pudo poner a Asencio de lateral derecho. Asencio juega siempre con el cuchillo entre los dientes. Si tuviéramos que colocarlo en el imaginario de los laterales seria más Chendo que Cafú, pero un Chendo simplificado. Casi todas las jugadas de Asencio acaban en colisión.
La verdad es que el Madrid no piso apenas esa banda. Todo el fútbol vino por el triángulo dorado, un Manhattan de fútbol entre Rodrygo (de Vinicius), Bellingham y Mbappé.
Después del partido no quedará nadie ya que dude de Mbappé. Volvió el Mbappé de las imaginaciones, de las ensoñaciones, del erotismo. El Imaginado ya estaba aquí.
Desde el principio lo mejor fue suyo. Salía a los balcones del área y desde ahí hacía presagiar un peligro. Al principio Bellingham no participaba mucho, pero el contacto con Mbappé fue haciéndole brillar.
Mbappé tenía otro paso, otro ritmo, otras intenciones, organismo distinto, marciano en lo castellano.
No estaba mal tampoco el mediocampo. Los dos pivotes, Valverde y Ceballos, que parecían dos DJ's diligentes en sesión conjunta de breakbeat, moviéndose de formas distintas bajo un único ritmo, no muy lejos el uno del otro, complementarios sin necesidad de mirarse.
Pero fallaba lo ofensivo. Sólo había tiros de Rudiger, lejanos, que luego ponía esa cara de fundamentalista islámico.
El partido cambió en un gesto de Mbappé. Uno solo. Volvió a buscar, a "busconear" en el balcón del área, recibió la pelota y cuando le había llegado él ya había cambiado el cuerpo, como un jamaicano al recibir el testigo en una carrera de relevos; la pelota llegó y con un toque la pasó a Bellingham, que dio dos no por incapacidad, ni por tener el tiempo suficiente (estamos hablando de una exhalación) sino para atraer con ello la atención de los defensas mientras Mbappé se colocaba frente al portero; Bellingham entonces la soltó, calculando mentalmente los milímetros necesarios para que el celoso VAR no pudiera lanzar la línea destructora. La pared estaba compuesta de la máxima velocidad y de la máxima precisión y cuando se completó, Mbappé ejecutó con mayor velocidad, si cabe, un tiro curvado, colocado y fuerte, con seguridad espacial pasmosa.
En un toque había descuajaringado al Valladolid, su fútbol de castillo viejo, y con otro había batido/perforado/llevado al fondo de las mallas.
Cuando celebraba el gol ya sentimos una autoridad muy seria. Le había marcado un gol 'nazarioso' al Valladolid de Ronaldo. Una pared que era una finura al alimón, una desencriptación.
La conexión entre Bellingham y Mbappé se hizo frecuente y pareció automática. Era como un idilio al margen del resto. Quizás la ausencia de Vinicius les hacía buscarse más, necesitarse más, caminar pendientes el uno del otro. Si Ceballos-Valverde eran los dj's, ellos dos eran una pareja que bailaba en la pista, volviendo loco a todo el mundo pero sin quitarse nunca el ojo de encima.
Vimos el Mbappé de siempre, pero también otro Mbappé, porque tampoco es que aprovechase la ausencia de Vinicius para entrar por donde solía. Su caída al extremo a la banda se sustituyó por un merodeo en los balcones del área, por todos ellos, convertida el borde en una especie de mirador al que bajaba para inspirarse, como un poeta subiría a la sierra. Salir del área para volver a entrar, pero ya de otra forma, no como si entrara sino como si se volcara, con una velocidad de descarga.
Para eso, sólo necesitaba un compañero, un toque inteligente y sutil, y alguien capaz de invertir los papeles, de hacerse también nueve de apoyo, y, por supuesto, eso lo bordó Bellingham, un jugador que es todos los jugadores. En el mismo partido puede ser mediocentro, interior, mediapunta y delantero de amplias espaldas. En la misma jugada.
Mbappé había mostrado su mecanismo felino para los ataques 'estáticos' y luego mostró el del contragolpe. Ya en la segunda parte, los mediocentros hicieron su rompe y rasga (uno cortó, el otro lanzó), la contra la llevó Rodrygo, eficiente, sabio, generoso y paciente esperando a que Mbappé cogiera, como las cornadas, las dos trayectorias. Empezó por el centro y se fue yendo a la izquierda; si en los movimientos con Bellingham invertía sus posiciones abajo-arriba, con Rodrygo cambiaban el lado de la carrera. Se fue yendo a la izquierda, abriendo, rasgando a los defensas, creando espacios que se abrían de la nada, como posibilidades doradas, ilusionantes que daban a la velocidad de la carrera opciones nuevas; se abrió tanto que parecía haberse llegado a cerrar, sin ángulo apenas, pero cuando Rodrygo le cedió la pelota, su pie, que apenas se posaba en la carrera, hizo un giro completo, amplísimo y enroscador, que dio a la pelota una trayectoria melancólica e inalcanzable para el portero. Esa pelota conocía otros mundos, acariciaba otras mujeres, viajaba a otros lugares. Nunca la tocaría el portero.
Había sido un contragolpe de evocaciones mouriñistas, un gol muy serio. El partido estaba acabadísimo.
De los cambios cabe señalar alguna cosa.
El Madrid que había jugado con Valverde-Ceballos acabó con Modric-Tchouameni, lo que habla de las posibilidades, ni mucho menos agotadas, que tiene el equipo.
Modric corrió un pase al espacio que le había mandado Güler. Fue una jugada simbólica. Había nuevo profundizador, nuevo imaginativo, nuevo lanzador y Modric en cierto modo lo reconocía corriendo detrás (o más bien delante) con sumisión generacional.
Jugó Alaba. Es como si el Madrid hubiera fichado tres jugadores en el invierno: él, Asencio y Ceballos.
Mbappé es tan listo que por humildad evitaba el tercero, el hat trick. Lo tenía en una jugada muy clara, pero se lo cedió, con una gentileza de milord, a Bellingham, que en el lance fue derribado. Lo pitó el VAR. Así que el penalti le tocó tirarlo a Mbappé, pero ya no había ego ni avidez en ello. Al lanzarlo todos supimos que lo metería. En sus ojos, o más bien en su sonrisa, estaba ya la autoridad de ejecutor.
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