La Navidad del Toro de la Peña
Carlos Bueno
En un pequeño pueblo donde el aire olía a romero y las campanas repicaban a lo lejos, la Navidad se vivía de una forma muy especial. Cada año, el municipio se transformaba en un escenario taurino de emociones intensas.
En la plaza Mayor del pueblecito, bajo del olivo centenario, un grupo de aficionados se reunía para celebrar las fiestas, pero no con villancicos convencionales. Allí, entre el bullicio alegre y el aroma a cordero asado, se contaban historias de toros legendarios, como si el espíritu navideño se hubiera fusionado con la bravura y el arte del toreo. Era una Navidad taurina, donde los recuerdos de antiguos toreros se mezclaban con el presente.
Esa noche, sin embargo, algo era diferente. En el centro de la plaza, junto a la pequeña fuente de mármol, se erguía una figura especial, un toro de madera tallado a mano por los artesanos lo cales. Tenía cuernos imponentes y un cuerpo robusto, tan realista que parecía estar vivo. Los aldeanos lo llamaban "El Toro de la Peña" y era una tradición que, en la víspera de Navidad, se colocara en el centro de la plaza. Pero este año, el toro parecía más grande, más majestuoso. Los niños, fascinados, se acercaban a él, admirando sus detalles, mientras los mayores seguían su reunión bajo del olivo recordando los grandes momentos de la temporada taurina.
Don Manuel, el viejo maestro retirado, no podía evitar sonreír al ver el toro de madera. Para él, la Navidad siempre había tenido un aire de nostalgia, de recuerdos de su juventud en los ruedos, cuando el traje de luces brillaba bajo el sol y las multitudes vitoreaban su arte. Pero aunque el tiempo había pasado, el espíritu taurino seguía vivo en su alma. Y, sentado en un banco de la plaza, añoraba tiempos de emociones sobre la arena.
Los vecinos sacaban sus guitarras, tocaban sevillanas y compartían historias. Los niños, disfrazados de toreros, recorrían las calles del pueblo, imitando los gestos y pases de sus ídolos. Un ambiente festivo que no sólo celebraba el nacimiento de Jesús, sino también la pasión por la tauromaquia, la tradición que seguía uniendo a todos los habitantes.
El Toro de la Peña parecía cobrar vida en esa noche mágica. Los más supersticiosos aseguraban que, en Nochebuena, si uno se acercaba lo suficiente y le susurraba un deseo, el toro lo concedía. Así lo decía la leyenda que se había transmitido de generación en generación.
Cuando la medianoche se acercó, don Manuel se levantó lentamente y caminó hasta el toro de madera. Con la mirada fija en sus ojos tallados, susurró unas palabras que solo él entendió: “Que el arte del toreo siga vivo, que los jóvenes encuentren el valor para enfrentarse al toro, que el toro siga siendo la inspiración en cada faena, y que 2025 sea un año de grandeza en los ruedos”.
El pueblo entero lo miró en silencio, como si hubiesen entendido sus palabras y compartieran ese deseo, esa esperanza de que el futuro del toreo siguiera creciendo con honor. Las guitarras comenzaron a sonar suavemente en el aire, y todos levantaron las copas de vino para brindar por un nuevo año lleno de ilusiones. ¡Feliz 2025 con el alma taurina en el corazón!
Burladero.tv /7/1/2025
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