Las doce campanadas desde la Puerta del Sol en Antena 3
'..La horterada ofrecida por las televisiones —en grado mayor o menor, por todas las cadenas, según me dicen— fue bochornosa, de una cutrez vulgar, adiposa, espesa. Como muestra, un botón: el de las láminas que, engarzadas… y confeccionadas con su propia leche materna (sic), componían el vestido de Cristina Pedroche..'
¿Por qué tanta cutrez en España?
Javier Ruiz Portella
El Manifiesto/2 de enero de 2025
No nos queda ningún otro ritual para marcar el tiempo y su implacable paso: el tiempo que, pasando año tras año, nos trae la vida… y la muerte. Por eso, me puse anoche (pero aguanté muy poco tiempo) delante de la caja boba, donde transmitían como cada año las doce campanadas desde la madrileña Puerta del Sol. Después de zapear algo acabé en el programa de Antena 3, donde aparecía una individua (alguien del famoseo) endilgada como una especie de payaso. La acompañaba el cenutrio que pueden ver en la imagen y del que ni siquiera me enteré de quién era.
Debajo del balcón donde, alzando los brazos y dando grititos de “¡Felicidad, Amor y Paz!”, operaban los dos personajillos, se apiñaban las masas “crédulas y sojuzgadas”, como las llama Juan Manuel de Prada. A ellas se sumaban los millones de telespectadores que comían las uvas en su casita y aplaudían a rabiar el espectáculo que se mostraba en sus pantallas. Al caer las doce campanadas, las masas crédulas y sojuzgadas que estaban apiñadas como sardinas en la Puerta del Sol (las que estaban en su casa también) se pusieron a berrear a lo lindo antes de dirigirse a las discotecas u otros antros donde, ingurgitando cuantiosas cantidades de alcohol y de otras sustancias, se contorsionarían (pero sin tocarse) al son del más atronador de los ruidos: el mismo que se puso a retumbar en la caja boba tan pronto como desaparecieron el cenutrio y la payasa.
La horterada ofrecida por las televisiones —en grado mayor o menor, por todas las cadenas, según me dicen— fue bochornosa, de una cutrez vulgar, adiposa, espesa. Como muestra, un botón: el de las láminas que, engarzadas… y confeccionadas con su propia leche materna (sic), componían el vestido de Cristina Pedroche (¡bien, muy bien la defensa de la maternidad; pero sin cursilería, por el amor de Dios!). Lo peor del asunto es que la cosa va cada vez a más. Año que pasa y año en el que se desciende un peldaño más en la vía de lo cursi, feo y vulgar. Pensemos un poco: ahí donde atruenan hoy las Shakiras y consortes, ahí mismo cantaban en otros tiempos una Rocío Jurado, un Raphael, una Lola Flores, y ya no digamos un Serrat. Los cuales tenían además el detalle de cantar en español. Hoy, en cambio… ¿Hay hoy alguien que pueda equiparárseles?
En todas partes cuecen habas
Las habas en cuestión cuecen, es obvio, en todas partes, en todos nuestros países. Las celebraciones de San Silvestre que ofrecen las televisiones de los demás países (exceptuemos el Concierto de Año Nuevo de la televisión austriaca) tampoco conocen en lo más mínimo algo como la clase y distinción. La cutrez hispánica no es otra cosa, en cierto modo, que la expresión llevada a su máxima potencia de la vulgaridad y fealdad que envuelve al mundo. Pero en todo hay grados, en esto también, y en ese país nuestro que, desprovisto de todo hálito de grandeza, se empeña en votar desde hace cuarenta y siete años a sus opresores (sean de un color o del otro); en este país que nada tiene que ver hoy con el de sus glorias imperiales, artísticas y culturales, el grado de ordinariez que se ha alcanzado —amar a España, “dolernos España”, obliga a reconocerlo— no tiene parangón con el de ningún otro sitio.
¿Aducirá alguien contraejemplos como la inauguración de los Juegos Olímpicos en París o la reapertura de catedral de Notre-Dame? Hará muy bien quien los aduzca. Es cierto, no cabe la menor duda. En ambas ceremonias (desde el elogio del asesinato de Marie-Antoinette en el primer caso hasta los berridos del organista y los ornamentos de los oficiantes, en el segundo) lo cursi y lo cutre estuvieron desplegados en grado máximo. Pero, aparte de que hubo momentos que se salvaron (la reconstrucción como tal de Notre-Dame, sin ir más lejos), los adefesios que evocamos no buscaban lo cutre por lo cutre, lo cutre sin más. Buscaban otra cosa (lo cual no los salva, por supuesto, en lo más mínimo). Los adefesios franceses estaban preñados de un profundo afán ideológico: el de propagar, el de imponernos, la insoportable vulgaridad y cutrez de lo woke.
Y, además, mil voces se levantaron en Francia denunciando tales monstruosidades. Aquí, en cambio…
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