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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

jueves, 13 de diciembre de 2018

Ramón Valencia pone el dedo en la llaga / por Paco Mora



O se sientan a una mesa empresarios, toreros, ganaderos y representantes del Estado o tenemos un problema muy gordo

Ramón Valencia pone el dedo en la llaga

Si no fuera porque desde la primera a la última página está lleno de interés y de auténtica “molla” taurina, solo por el amplio reportaje dedicado por Benlloch a Félix Rodríguez y la entrevista de Galcerá al empresario de La Maestranza Ramón Valencia, ya valdría la pena acercarse al quiosco para hacerse con el número 2150 de Aplausos. Respecto al extraordinario reportaje sobre Félix, ya me he referido al impacto de su contenido. Ahora quiero hacerlo sobre la entrevista al empresario citado, por su interés y la sensatez del entrevistado. Algo habrá tenido que ver también el autor del bis a bis en la conducción de la conversación con Valencia, para que esta haya resultado tan lógica y puesta en razón.

Habla Ramón de la economía del toreo, tan de actualidad después de que Simón Casas llamara la atención sobre la necesidad de racionalizarla cuanto antes, si queremos que la Fiesta discurra sin tropiezos hacia un futuro que ahora algunos tratan de llenar de dificultades, nubes y celajes que solo buscan perjudicar su desarrollo. Antiguamente las empresas taurinas no daban explicaciones sobre sus problemas económicos para organizar las ferias. Pero ahora todo, el espectáculo taurino también, tiene el techo de cristal. Ignoro si eso es bueno o no, pero es un hecho incontrovertible, producto de los nuevos tiempos.

Antes nadie sabía exactamente lo que ganaban los toreros, porque ni ellos lo decían ni los empresarios y los apoderados tampoco. Sí que se solía decir: “gana más cuartos que un torero”, pero ahí quedaba todo. Marcial Lalanda desveló -en la autobiografía que publicó ayudado por Andrés Amorós- que con cada corrida se compraba un piso en el frontispicio del Parque del Retiro madrileño, allí donde la calle O’Donell pierde su honesto nombre. Y eso eran más o menos siete mil quinientas pesetas de los años cuarenta. Que era una pasta, evidentemente. Pero ahí quedaba todo porque lo que primaba entonces era aquello de “del dinero de los toreros, la mitad de la mitad”, que dijo Manolete en el momento más álgido de su carrera.

Ramón Valencia, en la referida entrevista de Aplausos, disecciona la Feria de Abril con honesta sinceridad y queda claro que las taquillas solo funcionan a tope con carteles como el que viene sonando con Morante, El Juli, Manzanares y Roca Rey, pero... ¿quién paga esa millonada?

 Porque La Maestranza tiene el aforo y el abono que tiene, pero si los toreros se embolsan una “pochacá” y los maestrantes y Hacienda se llevan lo que se llevan, la plaza estará muy llena pero el empresario termina la tarde con los bolsillos vueltos del revés y sin un euro. Eso es una evidencia incontrovertible. Pero es que luego hay una serie de combinaciones -que son inevitables- en las que el dinero brilla por su ausencia, porque el público se vuelca en los carteles de lujo pero en los demás se retrae. Esta es la cruda realidad.

Después de que Toño Matilla y Simón Casas pusieran las cartas boca arriba, se impone el criterio de Ramón Valencia. O se sientan a una mesa empresarios, toreros -o sus apoderados- ganaderos y representantes del Estado, y hacen un Concilio Económico del Toreo con realismo y sin tirar cohetes, para llegar a acuerdos que racionalicen la economía del espectáculo, y consagran una justicia distributiva que permita la continuidad del mismo, o tenemos un problema muy gordo. Con el cual los enemigos de la Fiesta podrán frotarse las manos de alegría porque entre todos la habrán matado y ella sola se habrá muerto.

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